El concepto de metaverso, tal como lo entendemos hoy, hace referencia al conjunto de experiencias interactivas y sensoriales que nos trasladan desde el plano físico hacia un ecosistema virtual, en el cual podemos relacionarnos con otras personas, asistir a conciertos virtuales, jugar, trabajar e incluso comprar. Aun cuando esta idea pueda sonar como sacada de una película de ciencia ficción, las tecnologías de realidad virtual han venido desarrollándose desde hace 50 años.
Sus orígenes datan de fines de los años 60, cuando Ivan Sutherland y sus estudiantes proponían la idea de generar una simulación de la realidad, indiscernible de nuestro plano físico. No es sino hasta 1987 cuando Jaron Lanier acuñó el término “Realidad Virtual”, al desarrollar un primer equipo de acceso al público general para proveer una experiencia interactiva que nos da la sensación de estar inmersos en una realidad paralela. En el año 2003, en el corazón de Silicon Valley, la firma Linden Lab publica “Second Life”, permitiendo así a las personas entretenerse e interactuar a través de representaciones pictóricas de nuestras vidas reales detrás de una pantalla. Y con el devenir de los años, la empresa estadounidense Oculus disponibiliza a fines del año 2014 un dispositivo de relativo bajo costo, permitiendo así masificar el acceso a esta tecnología.
Hoy nos enfrentamos a un escenario donde el avance tecnológico levanta las restricciones usuales de tiempo y espacio para favorecer este tipo de interacciones. En particular, en el metaverso, estas fronteras se transforman para ser prácticamente transparentes, en donde el sentido de presencia, inmersión e involucramiento entre nosotros como individuos y el mundo virtual se vuelven uno.
Sin embargo, lo anterior no está exento de desafíos. Los principales esfuerzos en investigación técnica y aplicada para ofrecer experiencias atractivas en el metaverso residen en cómo desarrollar nuevos algoritmos de representación visual para promover un sentido de presencia, así como mecanismos novedosos que busquen lograr una interacción inmersiva, e incluso identificar cuál es el conjunto de normas sociales y conductas éticas que deberían gobernar este espacio alternativo.
El metaverso tiene un potencial inconmensurable para ser usado como un espacio en el que se facilite la generación de conocimiento en nuestro entorno real. Por ejemplo, puede ser usado para proveer espacios colaborativos entre personas ubicadas físicamente en lugares muy distantes, tales como estudiantes en distintas escuelas de Latinoamérica para discutir e intercambiar experiencias sobre el cambio climático; científicos alrededor del mundo, visualizando y analizando los mismos datos mostrados en su entorno virtual, o grupos médicos aprendiendo nuevas técnicas de cirugía sobre un paciente virtual.
*Departamento de Ciencias de la Computación
FCFM, Universidad de Chile