Debemos volver al origen del reciclaje. La palabra reciclar está formada por el prefijo re- que significa nuevamente, reiterar, y de la palabra griega kyklos que significa círculo o ciclos. Ya en tiempos remotos el ser humano reciclaba, buscaba usos alternativos para elementos que la naturaleza generosamente le proveía, como pieles y rocas con los que creaba vestimentas para el cobijo o utensilios de uso doméstico.
Sin embargo, con el paso de los años y las supuestas revoluciones (industrial y tecnológica, por nombrar algunas), el acto de reciclar por parte de los seres humanos (no olvidar que la naturaleza también lo hace) ha cambiado, desde una necesidad vital a un entrenamiento forzado que esconde en contenedores de colores, incluso más perverso aún, oculta en bolsas negras nuestras miserias y desechos.
Es necesario volver la mirada atrás y asumir que reciclar no nos libera del purgatorio ambiental; reciclar es parte del ciclo de la vida, es una necesidad y virtud de la naturaleza, por tanto, es una destreza genética que debiésemos tener como seres humanos.
Necesitamos reconstruir el concepto de reciclaje, para lo cual será vital desarrollar habilidades de pensamiento ambiental que nos permitan actuar en consecuencia y no de manera automática. Comprender que el éxito de una sociedad no se mide por su acumulación, producción, cambio ni consumo, sino que se mide por su capacidad de adaptación y uso de la inteligencia como una herramienta para habitar en armonía con la naturaleza. Reciclar es volver al ciclo, no avanzar de manera lineal, es quizás dar vueltas en círculos, buscando el origen.
Si bien hay comunidades que han retomado ese camino e incorporando conceptos y prácticas "circulares" a sus modos de vida, no es suficiente. Dichas comunidades son generalmente pequeñas, aunque no menos importantes, pero ante la globalidad del problema ambiental, es necesario una respuesta política y educativa planetaria, en la que realmente el concepto de reciclar no se base en una puesta en escena mediática, sino que apunte al desarrollo de valores y principios para una ciudadanía ambientalmente educada. En que la comprensión de la naturaleza no sea netamente científica o económica, sino que trascienda a una mirada humanista, en la que educar sea un acto consiente, que prevea las consecuencias inesperadas y haga visible lo invisible de nuestros estilos de vida y consumo, que cambie los colores del reciclaje y las bolsas negras de basura por una educación que enseñe a resolver problemas y tomar decisiones.
Quizás debamos volver al origen de la palabra reciclaje, al origen del ciclo de la vida para sentir y crecer de manera diferente.