Esta semana Nicolás Jarry cayó en los octavos de final del Master 1000 de Montecarlo ante el griego Stefanos Tsitsipas. Así, el dos veces ganador de este torneo y número 3 del mundo, acabó con la aventura de nuestra raqueta nacional en uno de los torneos más glamorosos del circuito. Princesas y príncipes, estrellas del espectáculo y del deporte, se mezclan entre el jet set para ver desde sus palcos a las mejores raquetas del mundo. En estas pistas de tierra batida, el ausente Rafael Nadal levantó once copas y en la década de los noventa un chileno dejó boquiabierto a la prensa mundial no solo por llevarse el máximo trofeo, sino por dejar en el camino a los máximos exponentes de la arcilla con un talento nunca antes visto.
Así, en 1997 Marcelo Ríos, de tan solo 21 años, se transformó en el primer chileno en levantar esta copa y el tercer sudamericano, siguiendo los pasos del argentino Alberto Mancini (1989) y del también transandino Guillermo Vilas (1976 y 1982), premiado en ambas oportunidades por la actriz Grace Kelly, consorte de Rainiero III, Alteza Serenísima del principado de Mónaco.
Y desde los años noventa Marcelo Ríos, como otras estrellas del deporte que llegaron a ser el número uno en su disciplina, ha tenido que gestionar la fama, la popularidad y la soledad asociada al tenis. Sí, el Chino llegó a lo más alto del tenis mundial con poco más de veinte años, hazaña que, como nos recuerda otra legendaria figura de Montecarlo, te acompaña toda la vida.
Y es que si hay alguien que hizo historia en este principado fue el argentino Guillermo Vilas, quien durante doce años fue un protagonista indiscutible. En 1976 levantó por primera vez la copa, en 1981 llegó a una polémica final con Jimmy Connors que no se disputó por lluvia y en 1982 no solo derrotó en una emotiva final a Iván Lendl, sino que se arrancó, secretamente, con una princesa.
El periodista Luis Vinker, en su libro Guillermo Vilas, El Número Uno, lo cuenta así:
“Como habitué del Abierto de Mónaco y sus entretelones, Guillermo era un nombre conocido para la familia que reinaba en el principado. Además, él y a la postre su amante vivían muy cerca el uno del otro en París. Ambos tenían sus casas sobre la avenida Foch del XVI Arrondissement, muy cerca del Arco de Triunfo. Cuando Vilas le ganó un partidazo a Iván Lendl en la final de Montecarlo de ese año y lo festejó en la muy exclusiva disco Jimmy’z Caroline estaba ahí”.
El escándalo que protagonizó este gigante del deporte trascendió el tenis y la Argentina, pues la prensa del corazón no solo se dio cuenta que Carolina de Mónaco iba a los torneos donde jugaba Guillermo Vilas, sino que se habían arrancado juntos a la paradisíaca isla de Hawái. La revista Paris Match mostró imágenes de la escapada y tituló “El romance de la princesa y el campeón”.
Ese fue el principio del fin del cuento de hadas. Una ruptura que le dolió a Vilas, pero de la que pudo salir jugando tenis. Y es que la carrera del transandino fue literalmente de película y las lecciones que nos deja sobre la relación del tenista con la popularidad, la fama y la soledad son dignas de estudio. Vayamos con Luis Vinker:
En aquel entonces, la revista Sports Illustrated -quizás la publicación deportiva más prestigiosa del continente- puso a una de sus plumas estelares, Curry Kirkpatrick, a escribir un reportaje sobre el “fenómeno Vilas”. Estados Unidos asistía sorprendido a la popularidad del argentino en el circuito internacional, y también a su repercusión en el deporte de nuestro país. En su estilo florido y romántico, Kirkpatrick abre la nota con una presentación que pinta a Guillermo de cuerpo entero. “Vilas el diferente, Vilas el poeta. Vilas, el romántico. Vilas, el toro apacible de las Pampas”.
Antecesor de Maradona y Messi, Vilas fue una estrella planetaria del deporte y un ídolo en un país que hasta 1978 no sabía de copas mundiales de fútbol. Guillermo cargó con la responsabilidad de ser el ídolo deportivo de esa época y no por nada aseguraba que “el ídolo es algo muy serio: es uno, es un ejemplo y dura para toda la vida”.
En una época sin redes sociales, Vilas después de los partidos y entrenamientos, pasaba horas escuchando música y reflexionando sobre el tenis y otras materias. Tenía cuadernos por todas partes y en su estilo poético anotó frases tan impactantes como “mi lugar en el mundo soy yo” y “nunca estuve más solo en mi vida que cuando fui número uno en 1977″.
Sin duda el mundo ha cambiado y las grandes estrellas del tenis viajan con sus equipos humanos y tecnológicos a todas partes. A diferencia de Vilas o del mismo Marcelo Ríos, los tenistas actuales están más conectados que nunca, pero están lejos de haber resuelto los dilemas de la popularidad la fama y la soledad de la que hablaba décadas atrás Guillermo Vilas.
Escuchemos al transandino hablar sobre la soledad del tenista:
“Es mi eterna compañera, no admite opciones, está conmigo (…) Cuando hablo de ella no digo me siento solo; estoy diciendo que estoy solo. Eso es irremediable (…) Uno adquiere la desesperada conciencia de que entre el lugar que habita en ese momento y sus seres queridos no media un corto viaje (…) la idiosincrasia del tenista se puede resumir en que uno no está solo porque quiere, sino porque no puede estar de otra manera”.
Frente a este dilema hay tenistas como Nicolás Jarry que han optado por viajar con su familia y otros, como Marcelo Ríos, que lamentan no haber podido compartir sus victorias con sus hijos. Son cosas del tenis y Stefanos Tsitsipas en marzo posteó que la verdadera prueba de fortaleza mental para un tenista es sobrevivir un partido completo sin revisar el teléfono.
Fiel a su estilo irónico, el griego aseguró que esta es la clave para ser un verdadero campeón, sabiendo, probablemente, que los smartphones tapan nuestro miedo a la soledad, esa compañera sobre la que reflexionaba Vilas entremedio de raquetas de madera, plumas, cuadernos y vinilos.
Continuará...