Emilia, quizá la mujer más olvidada de la historia chilena...
Suegra de José Manuel Balmaceda y madre de Domingo de Toro, Emilia Herrera cobijó, a riesgo de su vida, a figuras de la emancipación argentina, como Mitre, Alberdi, Rodríguez Peña y Sarmiento. Su contribución le valió el regalo de un trozo de madera del salón donde fue jurada la independencia de Argentina el 9 de julio de 1816, que hoy se conserva en el Museo del Carmen de Maipú.
“Porque el odio hiere menos que el olvido”, dice una estrofa de un famoso vals peruano que ha hecho música en mi cabeza las veces que me ha tocado investigar o hablar de un personaje destacado de la historia de Chile, pero que al pronunciarlo suscita tanta extrañeza como curiosidad. Me refiero a Emilia Herrera de Toro.
A doña Emilia la conocí a partir de una publicación, que, a su vez, fue resultado de una exposición de arte llamada “Las Mujeres de Monvoisin”. Contrario a lo que pensé al leer el nombre de la exposición, esta no trataba de las esposas, novias o amantes del pintor francés, sino a la reunión de una serie de obras de arte, donde el destacado artista europeo retrataba a mujeres pertenecientes a la aristocracia chilena.
La exposición era de arte, no de historia, pero me llamó la atención que, en aquella publicación y debajo de cada pintura, se leía una seguidilla de nombres femeninos sin una historia detrás. En fin, la idea era conocer la obra del artista. De las retratadas, solo el conocimiento previo que los lectores o visitantes pudieran tener de alguna de ellas.
El cuadro de Emilia estaba allí, compartiendo sus similitudes sociales y artísticas con las demás pinturas. Por el nombre, lo asocié a un héroe de la Guerra del Pacífico, a Domingo de Toro Herrera, del que podría ser su madre. Efectivamente lo era.
Emilia Herrera Martínez de la Torre fue el nombre de soltera de este personaje, madre de un héroe y esposa de Domingo de Toro y Guzmán, un bisnieto del mismísimo Mateo de Toro y Zambrano, de quien heredó su apellido al contraer matrimonio.
Pero doña Emilia seguía sin presentarse por sí misma. Era “esposa de” y “madre de”. Así partí una muy breve y curiosa investigación, de esas que uno hace sacando el celular o entrando a una enciclopedia virtual. Supe entonces que tuvo ocho hijos y que una de sus hijas se casó con José Manuel Balmaceda, lo que la convertía en la “suegra” del presidente Balmaceda; sumado a esposa de bisnieto de Conde de la Conquista y madre de héroe.
Archivo clave
La curiosidad con la mujer de esa pintura de Monvoisin quedó en eso, hasta toparme con un documento del archivo documental del Museo del Carmen de Maipú, lugar donde comencé a trabajar, e institución desde donde fue prestado el intrigante cuadro de la exposición, -cosas raras que pasan-.
El documento citado era un manuscrito con fecha 14 de enero de 1897, dirigido a la “Distinguida señora Emilia Herrera de Toro – Hacienda del Águila”, y llevaba adjunto un trozo de madera del salón donde fue jurada la independencia de Argentina el 9 de julio de 1816 y una veintena de firmas y timbres que daban testimonio de su veracidad, sumado a palabras de reconocimiento y gratitud.
Aquel documento me condujo a iniciar una dedicada investigación que, a su vez, me llevó a descubrir el por qué esta “distinguida señora” recibía semejante reliquia y reconocimiento por parte de la hermana república.
Supe que, durante el gobierno de Juan Manuel de Rozas en Argentina, la señora Herrera de Toro brindó hospedaje o asilo, en su Hacienda de Lo Águila, a ilustres personajes del país trasandino como Mitre, Alberdi, Rodríguez Peña, Sarmiento, entre otros más que escapaban de este régimen autoritario. La estadía de estos personajes no pasó desapercibida en nuestro país, puesto que su aporte a la cultura fue de suma importancia.
Algo muy interesante es que, al término del gobierno de Rozas, cuando este grupo de exiliados argentinos volvieron a su país, formaron parte protagónica de la política y los gobiernos siguientes, en un contexto en que las nacientes repúblicas sudamericanas iban definiendo sus fronteras y relaciones entre ellas.
Es justamente en el contexto de la Guerra del Pacífico y las décadas siguientes, donde esta “mujer de Monvoisin”, sumó a su rol de madre, esposa y suegra, uno de suma importancia para las buenas relaciones entre Chile y Argentina, quizá siendo pieza clave para evitar que este último tome partido en el conflicto a favor de Perú y Bolivia.
Esta activa participación de la señora Herrera es posible reconocerla en la basta correspondencia entre ella y estos activos personajes que ocupaban presidencias y ministerios, felizmente recopilada en una única publicación de la historiadora Teresa Pereira. Es quizá, por esta estrecha relación entre Herrera y las autoridades argentinas que, su yerno José Manuel Balmaceda, fue enviado en carácter de ministro plenipotenciario a Buenos Aires para -cartas de Herrera por medio- conseguir un ansiado acuerdo de neutralidad, que finalmente se consiguió.
El argentino que luchaba por Perú contra Chile
Tiempo después, en plena Guerra del Pacífico y posterior a la Batalla de Arica, cayó prisionero el argentino Roque Sáenz Peña, quien combatía voluntariamente para el Perú. Por su cercanía al grupo hospedado en la Hacienda de Lo Águila, recibió ayuda directa de la señora Herrera para su liberación y vuelta a su país. Años después, tanto su padre Luis, como el mismo Roque, ocuparon el sillón presidencial de la Casa Rosada.
Pero para comprender el rol desempeñado por Herrera de Toro, e ir dando cuenta de mi indignación por lo difícil que resulta encontrarla en la historiografía chilena, paso a mostrar el tenor de la correspondencia señalada y, por tanto, la importancia de una de sus tantas acciones.
Estas se desarrollan años después de terminado el conflicto con Perú, en tiempos en que se debatía en el congreso argentino uno de los varios acuerdos fronterizos entre Argentina y Chile que evitaban generar un conflicto armado entre ambos países. En ese contexto, doña Emilia se enteró de la posición contraria de Sáenz Peña al pacto de paz y le escribió en estos términos:
“Apreciado amigo. Le parecerá extraño a usted recibir una carta mía después de tantos años que no lo he hecho, pero hoy creo que ha llegado el caso de recordarle su promesa, que me hizo cuando estuvo prisionero en Chile después de la guerra del Perú.
Me decía usted (…): ‘Señora siento mucho haber tomado las armas contra su país, pero no tenía el gusto de conocerla; ahora le prometo a usted no volver jamás a hacer nada contra Chile’. Hoy no ha tomado usted las armas (por que no hay guerra) pero ha tomado la palabra para hacerla, más que con el fusil al brazo. Yo reclamo de usted el cumplimiento de su promesa. (…) Diga hoy a sus amigos que piensan como usted: ‘Yo no puedo acompañarlos hoy, porque una vieja que conocí en Chile me exige el cumplimiento de una promesa que le hice.’”
Posterior al logro de la firma de los tratados, de la que Saénz Peña no volvió a mostrar oposición, Roque correspondió a la carta recibida y doña Emilia hizo lo mismo con decidida y cortés claridad.
“Amigo querido (…) Me hizo reír lo que me dice [en su respuesta] de la mala fe de mis paisanos y que procuran la guerra contra ustedes. Lo mismo dicen aquí los que han hecho oposición a los pactos de ustedes, y veo que es enfermedad de los contrarios al gobierno.
Así no me tomo de nuevo su modo de pensar, porque lucho y peleo con lo que piensan de ustedes igual cosa, y sea como sea, ya se acabó la cuestión y vea usted cómo han subido sus bonos en Londres, la mejor prueba de lo bueno de este arreglo.”
Estas mismas cartas se encuentran citadas en el libro biográfico de Roque Sáenz Peña de la destacada historiadora argentina María Sáenz Quesada, en un espacio titulado “Emilia Herrera, la mirada femenina”.
La historiadora señala que, dentro de los archivos consultados para su investigación, la opinión femenina en temas políticos está ausente, sin embargo, encuentra valioso incluir esta correspondencia, al encontrar en las palabras de Herrera, una opinión política y que generaba un contrapeso ante el apasionado temperamento del político trasandino. “Una larga experiencia de vida permitía, a la celebrada amiga de tantos argentinos destacados, dirigir una mirada (…) por encima de las pasiones en pugna y, en cierto modo, contribuir a la formación de Sáenz Peña…”
Esta breve pincelada histórica sobre un personaje femenino, destacado y mencionado al otro lado de la cordillera, pero desconocido para la mayoría, por su casi inexistente mención en la historiografía chilena, sugiere un natural abanico de preguntas:
¿Cuántos personajes similares se encuentran ocultos en nuestra historia? ¿Cuántas mujeres trascendentales en la historia nuestro país, son solo el nombre de una obra de arte? ¿Cuántas “hijas de”, “esposas de”, “madres de”, tienen mucho más para contar por sí mismas?
Interesante desafío.
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