En 1870, el italiano Cesare Lombroso, considerado el padre de la criminología moderna y a falta de herramientas tecnológicas modernas, como los escáneres, medía y analizaba cualquier rasgo físico de presidarios encerrados en la cárcel de Turín. Su tesis apuntaba a que los asesinos eran una especie de involución humana, un retroceso, que los volvía a convertir en una especie primitiva, casi infrahumanos.

Su hipótesis aseguraba que los criminales tenían rasgos característicos en su cara, además de brazos largos (simiescos), y “orejas de criminal”, es decir, de gran tamaño.

Cesare Lombroso

Aunque sus cálculos eran incorrectos, sí parece haber acertado en otra cosa: los psicópatas, asesinos seriales, y las peores lacras delictuales, parecen tener una conformación biológica diferente al resto de la población. Pero no en los brazos ni en las orejas, sino en el cerebro.

Hoy con escáneres es posible medir características de las mentes de los criminales y compararlos con gente normal. Y todo indica que hay diferencias.

Por ejemplo, en 1994, Adrian Raine, neurocriminólogo inglés y profesor en la U. de Pensilvania (EE.UU.), fue uno de los pioneros en usar escáneres cerebrales a asesinos para entender su violenta naturaleza. Usando tomografías, analizó el cerebro de 41 asesinos convictos, que comparó con grupo de control “normal” de 41 personas de edad y perfil similar.

¿Resultados? Encontró una actividad reducida en el córtex prefrontal, el área del cerebro que controla los impulsos emocionales, y una sobreactivación de la amígdala cerebral, la zona que genera las emociones.

En 2019 se publicó uno de los estudios más grandes sobre el tema, basado en una muestra de escáneres cerebrales de más de 800 hombres privados de libertad. Sus conclusiones muestran que quienes habían cometido o intentado un homicidio mostraban una reducción en la función de la materia gris en comparación con las personas involucradas en otros delitos.

Pero las investigaciones no solo se han reducido al cerebro. Otros científicos también han encontrado una explicación a inclinaciones criminales en el ADN. En 1993, investigadores encontraron una familia holandesa en la que todos los hombres tenían un historial de violencia. Tras 15 años de minuciosa investigación descubrieron que a todos les faltaba el mismo gen, que regula los niveles de neurotransmisores involucrados en el control de los impulsos.

Fue bautizado como el “gen del guerrero”. Aunque se calcula que uno de cada tres hombres no lo poseen, que se transformen en criminales depende de factores ambientales, especialmente en la niñez. Una infancia feliz, descubrió Jim Fallon, profesor de psiquiatría de la Universidad de California, Irvine, hace la diferencia.

Por lo tanto, parece que ciertas configuraciones genéticas hacia la violencia y el maltrato infantil son literalmente una asesina aleación.

Bajo esa lógica, el cerebro y factores ambientales, especialmente en la infancia, serían una especie de barómetro científico para predecir conductas criminales. Pero las cosas no siempre son blanco o negro.

¿Qué influye más, la biología o aspectos sociales? “Nadie tiene la respuesta a esa pregunta”, dijo en un reportaje de Qué Pasa Jean Decety , profesor en psicología y psiquiatría en la Universidad de Chicago.

Sin embargo, desligar responsabilidades a los criminales solo por una especial configuración física o mental, puede ser peligroso, el mayor problema para homogenizar conductas humanas en el plano delictivo. ¿Genética o maldad pura? Difícil predecirlo, dicen los peritos criminales: “cada asesino es único”.