A mediados de septiembre, científicos de las universidades de Cardiff, Manchester, Cambridge y el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) anunciaron el descubrimiento de fosfina en las nubes de Venus, hallazgo que para muchos abrió una nueva ventana en relación a la búsqueda de vida extraterrestre en el espacio.
¿La razón? La fosfina es una molécula que en la Tierra puede ser producida industrialmente, o por procesos biológicos derivados de bacterias.
En este caso, la alternativa para muchos serían los extremófilos, microorganismos capaces de vivir en condiciones extremas muy diferentes a la mayoría de las formas de vida en la Tierra, incluyendo resistencia a la acidez y radiación espacial.
Tras sus observaciones, realizadas con el telescopio James Clerk Maxwell (JCMT), y el conjunto de radiotelescopios ALMA en Chile, los científicos calcularon la posibilidad que estas moléculas pudiesen provenir de procesos naturales no biológicos en el planeta, como la luz del Sol, minerales lanzados hacia arriba desde la superficie, volcanes o relámpagos, pero ninguno podría producir nada cerca de ellos.
Y aunque se descubrió que estas fuentes no biológicas producen como máximo una diezmilésima parte de la cantidad de fosfina que vieron los telescopios, para algunos expertos el hallazgo hecho en septiembre también era poco significativo: se trataba de una pequeña concentración de sólo unas veinte moléculas por cada mil millones, algo que los autores del estudio dejaron muy en claro.
En sus conclusiones, los investigadores señalan que se trata de un pequeño avance y esperan que a partir de sus estudios se generen más trabajos vinculados a su descubrimiento. Por ahora, la única forma en que realmente podemos saber si hay vida o no es ir allí a verificar qué hay en esas nubes.
Sin embargo, hace 42 años la Nasa ya conoció de cerca ese tóxico ambiente. ¿Pudo haber pasado algo por alto?
Buscando la fosfina
Por décadas los científicos han intentado determinar si en las nubes altas y tóxicas de Venus, es posible que exista vida microbiana capaz de soportar los altos grados de ácido sulfúrico.
El ambiente allí se caracteriza por ser denso y venenoso, debido a la presencia entre otros gases, de nitrógeno y dióxido de carbono, vientos de hasta 350 Km/h, gran actividad eléctrica y una temperatura de 450 °C. Aún así, entre 40 a 60 Km sobre la superficie, la atmósfera del planeta se vuelve más tranquila, con unos 30 °C en promedio y una presión muy similar a la de la Tierra.
Si bien esto no es apto para humanos, sí lo podría ser para algunos microorganismos. Por ello, la importancia de la posible “huella” anunciada en septiembre.
El 9 de diciembre de 1978 marcó la llegada al planeta del Pioneer Venus Multiprobe (también conocido como Pioneer 13), una nave de 2,5 metros y casi 300 Kg que desplegó una sonda mayor y otras tres pequeñas, que descendieron en distintas ubicaciones para enviar información sobre la atmósfera, transmitiendo datos hasta su destrucción por el calor de la fricción o la caída a la superficie.
Estas sondas no llevaban instrumentos fotográficos, no estaban diseñadas para sobrevivir al aterrizaje y ni siquiera estaban equipadas con paracaídas. Sólo una de ellas logró transmitir, tras la caída, valiosos datos por más de una hora.
Para su viaje al interior de la atmósfera de Venus, las sondas fueron equipadas con 10 tipos de sensores enfocados en identificar diferentes gases como argón, dióxido de azufre, dióxido de carbono y otros. La sonda mayor incluyó el Large Probe Neutral Mass Spectrometer (LNMS), uno de varios instrumentos que descendieron a la atmósfera de Venus.
El LNMS tomó muestras de la atmósfera y pasó esas muestras por espectrometría de masas, una técnica de laboratorio estándar utilizada para identificar sustancias químicas desconocidas. Cuando los científicos describieron por primera vez los resultados, no hablaron de compuestos a base de fósforo como la fosfina, sino que se centraron en otras sustancias químicas.
Este último punto es el que llamó la atención a Rakesh Mogul, bioquímico de la Universidad de Cal Poly Pomona en California, quien después de conocer el estudio publicado hace unas semanas, reexaminó los datos del LNMS de las nubes media y baja de Venus, encontrando algo sorprendente: señales que se parecen mucho a la fosfina.
La última opción
“Para nosotros, el siguiente paso natural era dar otra mirada a los datos", dijo Mogul a LiveScience. "Como tal, después de consultar con mis coautores, identificamos los artículos científicos originales y rápidamente comenzamos a buscar compuestos de fósforo”.
En su estudio publicado en la base de datos arXiv el científico dice que el LNMS no fue construido para detectar compuestos similares a la fosfina, e incluso habría tenido dificultades para distinguir el gas de otras moléculas con masas de las mismas características. Pero alega que la muestra de Pioneer 13 tenía evidencia de alguna molécula presente en el gas con la misma masa que la fosfina, en cantidades que coinciden con los niveles descritos en el artículo de Nature Astronomy.
Sin embargo, científicos afirman que tal descubrimiento debe ser tomado con más precaución, incluso poniendo paños fríos al estudio publicado en septiembre.
"Muchos están motivados para encontrar evidencia, u otras líneas de comprobar lo que se descubrió”, dice Thomas Puzia, profesor del Instituto de Astrofísica UC e investigador del Centro de Astrofísica y Tecnologías Afines (CATA). “Aquí detectaron algo que indica evidencia de fósforo atómico fragmentado, un tipo de gas neutral, y presencia de fósforo en un estado gaseoso que también podría ser evidencia de fosfina. ¿De dónde viene eso? no lo sabemos”.
“No se detectó fosfina como gas, pero sí un componente, un fragmento de esta molécula”, explica.
“¿Comprueba eso la presencia de fosfina o la detección de ella? no lo sé, es otra línea. No es evidencia conclusiva pero quizás coincida con la presencia de fosfina”, afirma.
Para Puzio, la abundancia de fosfina detectada por los científicos en septiembre, no fue muy clara. “Si miramos en los datos en el estudio, como experto en el tema sería más cuidadoso”, apunta.
“Por ejemplo, con sólo un 1% de una ‘huella’ no podemos identificar a una persona, porque puede ser cualquiera. Tenemos que tener toda la huella para identificarla, es similar a lo que tenemos hoy, sólo un fragmento”, sostiene Puzia.
“Se trata de una medición difícil, porque la abundancia de fosfina es baja. Esto requiere una sonda o un globo que pueda descender a esta capa de la atmósfera y comprobar qué hay ahí", dice el experto.
Para el científico, la posibilidad es “inspiradora" para encontrar vida, pero no hay que dejar de lado toda la bioquímica que tiene que existir para producir esta fosfina: “alrededor de esta producción en la Tierra existe una biósfera con nitrógeno, carbono, magnesio, etc. creo que aún no entendemos la geología y la química de la atmósfera. Hay algo raro en esta capa de Venus pero no creo que necesariamente sea vida”, señala.
“Imaginemos que con todo el ruido que se ha hecho en las redes sociales con respecto a la posibilidad de vida en Venus, finalmente enviemos una sonda y los resultados digan que el problema haya sido un proceso geoquímico desconocido. Vamos a ser un chiste”, indica Puzia.
"Esto es como el principio de Ockham: ‘La explicación más simple y suficiente es la más probable’, dice el astrónomo UC. “Hay que ser muy duro y claro. No hay evidencia. La vida es una ultima opción”, sentencia.