No es ninguna noticia: la población envejeció y las enfermedades que más nos aquejan cambiaron. La mejora de las condiciones de vida y los progresos de la medicina hicieron que las enfermedades que antaño acortaban la esperanza de vida, como las enfermedades infecciosas, ahora estén bajo control.
Pero con esto, las enfermedades crónicas no transmisibles (ECN), que son de larga duración y generalmente progresivas, han emergido como los principales trastornos de salud en todo el mundo. El aumento de las ECN es el resultado del éxito de la medicina curativa y, a la vez, una evidencia de sus límites: podemos ahora vivir largos años, pero enfermos de una ECN y con necesidad de atención continua.
Las ECN plantean un triple desafío. El primero es el desafío de la prevención. Se puede, en efecto, disminuir el riesgo de padecer una ECN. Por ejemplo, un 30% del riesgo de demencia, una de las ECN más temidas, se asocia a factores potencialmente modificables. Una parte importante del riesgo de tener una ECN se asocia a variables socio-económicas, los así llamados "determinantes sociales de la salud", como el nivel de ingresos, la educación o el barrio en que se vive. Son comunes hoy en día los discursos que preconizan que la salud resulta de la voluntad individual, de "portarse bien" y adoptar hábitos de vida saludables.
O como dice con ironía Barbara Ehrenreich en el libro Natural Causes, "salvo por su 'personal trainer' o su gurú del envejecimiento exitoso, usted se las tiene que arreglar solo". Pero para una prevención exitosa se requiere mejorar las condiciones de vida de la población: disminuir la pobreza, dar acceso a una adecuada alimentación, crear espacios y tiempo para la actividad física, etc. En suma, prevenir las ECN requiere un esfuerzo colectivo para construir sociedades con un mayor bienestar para todos y no solo promover la búsqueda individual de un estilo de vida saludable.
El segundo desafío es el de la convivencia con las ECN. Las ECN pueden dividirse, a grandes rasgos, en dos grandes categorías: aquellas cuyos síntomas pueden mantenerse bajo control con los tratamientos actuales, como la hipertensión y la diabetes, y las ECN para las que no hay tratamientos que detengan su avance, como las enfermedades neurodegenerativas.
La ausencia de cura para estas ECN puede llevar a una actitud de nihilismo terapéutico, o de "no hay nada que hacer", pero esto es una gran falacia. En efecto, una adecuada atención sociosanitaria contribuye a mejorar la calidad de vida de las personas con ECN. Esto requiere crear las condiciones adecuadas de atención no solo para la medicina curativa, sino también para la medicina que acompaña por años para hacer más vivible la realidad impuesta por las ECN.
Finalmente, está el desafío de la investigación y conocimiento en búsqueda de terapias accesibles a toda la población que prevengan y traten las ECN.
En el mejor de los mundos, estas terapias permitirían evitar o eliminar las ECN, haciéndolas curables, como lo son ahora la mayoría de las enfermedades infecciosas. Pero la investigación es también necesaria para mejorar la organización de los servicios de salud y de apoyo social, mejorar la gestión de las atenciones sociosanitarias, facilitar el acceso y la continuidad de la atención médica y evitar la sobre-medicalización, o abuso de atenciones, procedimientos y exámenes.
En su ensayo Las enfermedades crónicas de la democracia, el filósofo Frédéric Worms propone una interesante analogía entre ECN y democracia: al igual que vivir con ECN requiere no dar por terminada su vida por tener una ECN y aceptar tratamientos continuos, vivir en democracia requiere no darla por muerta por sus imperfecciones o "enfermedades crónicas", sino enfrentarlas como única manera de perfeccionarla.
La vida digna de ser vivida en la era de las ECN no es aquella libre de toda enfermedad, como deja entrever la ilusión de ciertos discursos transhumanistas que fantasean con "curar la muerte", sino aquella en que las restricciones y fragilidades impuestas por las ECN no coartan toda posibilidad de vida.
El objetivo de la medicina para las ECN es quizás mucho más ambicioso que el de la medicina curativa: actuar en base a la evidencia científica para hacer más vivible la realidad de una vida con enfermedad sin término sin transformar a los enfermos en prisioneros de la medicina.