En un país sin radares meteorológicos y sin advertencias de tornados establecidas, autoridades y la comunidad científica nacional fueron sorprendidas a fines de mayo de 2019 por una ola de tornados en Chile. Este fue el punto de inicio para la investigación “The Chilean Tornado Outbreak of May 2019: Synoptic, Mesoscale, and Historical Contexts”, publicada recientemente en la revista científica de la American Meteorological Society.
La publicación fue liderada por José Vicencio, meteorólogo de la Dirección Meteorológica de Chile, y Roberto Rondanelli, investigador del Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia (CR)2 y académico del Departamento de Geofísica FCFM U. de Chile, además, de investigadores e investigadoras, del (CR)2, la Dirección Meteorológica de Chile, el Departamento de Geofísica FCFM U. de Chile, el Instituto de Ciencias de la Ingeniería de la Universidad de O´Higgins, y de la Unidad de Investigación y Desarrollo Estratégico para la Defensa de Conicet-Mindef, Argentina.
En el estudio señalan que las condiciones durante el enjambre de tornados, consistente en siete tornados diferentes, ocurrió en medio de condiciones climáticas severas que también incluyeron relámpagos, lluvias intensas y granizo grande. Ambos investigadores destacan que estas características son poco comunes en las tormentas extratropicales presentes en el centro-sur de Chile, generalmente más estables.
“Todo parte con las tormentas eléctricas. Si bien no son tan frecuentes en Chile Central, se producen con cierta recurrencia, especialmente detrás de un sistema frontal, en la región llamada post-frontal. Para alcanzar a formar los tornados de fines de mayo de 2019, fue esencial la mezcla entre esta fuerte inestabilidad asociada a un sistema de tormentas junto a un potente cizalle (cambio del viento en altura) en niveles bajos de la troposfera, lo que generó que estas tormentas estuvieran en un medioambiente muy propicio para que convirtieran en superceldas”, explica José Vicencio.
“Al mismo tiempo, el cambio del viento en altura, era particularmente brusco en niveles bajos. Este cizalle también se encontraba correctamente posicionado para ser inclinado por la tormenta y pasar a convertirse en rotación vertical desde la rotación horizontal, en un proceso que se llama la inclinación de la vorticidad horizontal”, agrega Roberto Rondanelli, investigador del (CR)2.
“La helicidad relativa a la tormenta es otro concepto clave, es como remolino o una cinta que gira con el viento en el sentido horizontal. Mientras la tormenta se mueve sobre el área donde se encuentra este giro, es capaz de succionarlo e inclinarlo de manera que el giro horizontal se convierte en vertical y da lugar a la tormenta madre, llamada supercelda”, puntualiza el académico del Departamento de Geofísica U. de Chile.
Estudiando los tornados de mayo de 2019
Hasta antes de los eventos de fines de mayo de 2019, el conocimiento que se tenía sobre los tornados era escaso, ya que no se contaban con las suficientes observaciones. Aun así, de acuerdo con las recopilaciones realizadas por el Servicio Meteorológico de la Armada y la Dirección Meteorológica de Chile, se destaca la zona entre la Región de Ñuble y la Región de los Ríos como la zona clave en la ocurrencia de estos eventos, y a mayo como el mes con mayor acumulación de estos fenómenos.
“Esta preponderancia durante el mes de mayo en los tornados más importantes de este siglo y de los siglos anteriores, es un indicativo de que potencialmente existe una especie de temporada de tornados, o al menos una época en donde son más frecuente. Según los registros recopilados por el Servicio Meteorológico de la Armada y la DMC, actualmente tenemos registrados cerca de 50 tornados entre 1633 y 2020, con la mayor preponderancia entre abril y agosto. Sin embargo, se debe destacar de que esta información es muy preliminar, puesto que los registros de tornados están muy sesgados a la última década, gracias a un mayor número de observadores y sistemas de comunicación rápidos, como las redes sociales”, aclara José Vicencio
Respecto a las diferencias y similitudes con la ocurrencia de tornados en otras latitudes, explican que el fenómeno es el mismo, pero la principal diferencia estaría en la época que se producen en la época en los que se producen. “La verdad es que hay algunos elementos distintos, en particular los valores de inestabilidad estática son más bajos en las tormentas chilenas, pero los elementos de cizalle intenso e inestabilidad están presentes en nuestros tornados y en los típicos de Estados Unidos”, comenta Roberto Rondanelli.
“Mientras en Estados Unidos tienden a ocurrir en verano y primavera, en Chile son tornados de estación fría, similares a los observados en Australia durante otoño-invierno. La otra diferencia importante es la cantidad de eventos: mientras en Chille apenas tenemos cerca de 50 registros en al menos 200 años, en Estados Unidos ocurren cerca de 1000 tornados por año. Esto también se asocia a que un puñado pequeño de tornados es capaz de alcanzar intensidades catastróficas, que afortunadamente parecen muy improbables de ocurrir en Chile o Australia”, agrega José Vicencio.
Desafíos a futuro
Una de las principales razones de continuar con el estudio de los tornados en Chile es la peligrosidad de este tipo de fenómenos, los cuales pueden tener impactos directos para las personas, siendo necesario contar con estrategias de manejos de desastres asociados. “Estos eventos son raros, pero potencialmente muy destructivos y pueden producir la pérdida de vidas humanas como ha ocurrido en Concepción en 1934 donde se registraron 27 muertos y cientos de heridos. Es necesario mejorar el conocimiento de los científicos y también de las agencias operativas encargadas del pronóstico”, afirma Rondanelli, investigador del (CR)2.
“Los tornados de mayo de 2019 demostraron que estos fenómenos sí ocurren en Chile, y que pueden producir graves daños a la infraestructura e incluso la muerte de personas. Hay que pensar que los tornados, a diferencia de otros fenómenos meteorológicos o geofísicos, no se encuentran en el ideario colectivo de desastres. Sabemos qué hacer ante un terremoto, aprendimos qué hacer ante un tsunami y ahora deberemos aprender a enfrentar los tornados”, añade José Vicencio.
Sobre los desafíos para continuar estudiando y conociendo más de estos eventos extremos, Roberto Rondanelli afirma que “sería adecuado contar con datos de radiosondeo en Concepción al menos dos veces al día, y también sería adecuado tener radares meteorológicos en la zona de mayor ocurrencia de manera de poder entender mejor la morfología y dinámica de las tormentas nodrizas en las que estos tornados están embebidos”.
También coincide José Vicencio, quien señala que lo principal es fortalecer la red de observaciones, incorporando fuentes de datos que antes no eran consideradas. “Por ejemplo, para este estudio, demostramos que las observaciones de aviones comerciales, a través del sistema AMDAR, puede ser capaz de entregar con mucho detalle si hay condiciones meteorológicas propicias para que las tormentas se vuelvan superceldas, gracias a estimaciones de inestabilidad o de cizalle de viento. Eso antes no lo teníamos y realmente estábamos ciegos sobre lo que sucede en los aeropuertos que no tienen una radiosonda”.
“Se pudo demostrar que utilizar los productos satelitales del GOES-16 permiten tener un acabo detalle de la estructura de las tormentas que potencialmente generan tornados, como lo son los signos de los topes de temperatura de estas nubes, entre otros. Estudiar estos fenómenos, permite acercarnos a su potencial predicción, cosa que los meteorólogos han comenzado a hacer cuando las condiciones atmosféricas son propicias para el desarrollo. Este es un pequeño paso que se suma a otras investigaciones ya desarrolladas y a futuros trabajos asociados a este tópico”, concluye Vicencio.