Svante Pääbo se crió en una sencilla casa de Estocolmo y cuando era niño leía todo sobre civilizaciones extintas. Incluso, después de un gran temporal de lluvia que removió el terreno en los alrededores de la ciudad le rogó a su madre que lo llevara a esos sitios para buscar artefactos antiguos: encontró varios trozos de cerámica prehistórica con los que adornó su habitación. Su fascinación con el pasado se acrecentó durante la adolescencia, cuando visitó las pirámides egipcias de Giza. “Anhelaba ser arqueólogo. Me encantaba el antiguo Egipto, pero cuando empecé a estudiar en la Universidad de Uppsala me di cuenta de que mis ideas eran muy románticas. No se trataba de descubrir pirámides y momias; todo se enfocaba en lenguas antiguas y el avance era muy lento. Así que terminé estudiando Medicina y completé un doctorado en biología molecular”, relata Pääbo a Tendencias.

Ese giro no fue un mero capricho. Su raíz está en la historia familiar de este experto en genética evolutiva de 63 años, que terminaría haciéndose famoso mundialmente por descifrar los secretos de los neandertales y que acaba de ganar el prestigioso Premio Princesa de Asturias de Investigación Científica y Técnica 2018. La madre del investigador era Karin Pääbo, una química de Estonia que llegó a Suecia como refugiada y se integró al laboratorio del reputado bioquímico Sune Bergström. Él tenía esposa y un hijo, pero tuvo un romance con Karin. De esa relación nació Svante. La investigadora, fallecida en 2007, nunca se casó y el padre de Svante se limitaba a llevarlo de paseo cada sábado al bosque o lugares donde no lo reconocieran: en su casa, la versión era que estaba trabajando.

Al pequeño Pääbo no le molestaba esa rutina de hijo ilegítimo. Aunque le insistió a Bergström que le dijera la verdad a su familia, este nunca lo hizo y en 1982 Svante tuvo que ver por televisión la ceremonia en que su padre recibió el Nobel de Medicina. De hecho, el hijo oficial de Bergström, con quien Pääbo hoy se lleva bastante bien, recién se enteró de la existencia de su medio hermano tras la muerte del investigador, en 2004. "Mi padre se mantuvo distante hasta su muerte -cuenta Svante-. Nos reuníamos regularmente, pero discutíamos sobre trabajo, no cosas personales. Estaba complacido de que me hubiera vuelto un profesor con éxito. Se interesó en mi vida, pero no fuimos cercanos".

Pääbo, quien hoy trabaja en el Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva de Alemania, se dedicó a las ciencias biológicas, pero nunca se olvidó de su obsesión con Egipto: "Así que como un proyecto anexo o como un hobby, comencé a extraer ADN de momias". Sus primeros pasos los dio a comienzos de los 80, pero los mantuvo en secreto porque su profesor le había ordenado enfocarse en el sistema inmune de humanos vivos. "Decidí momificar artificialmente el hígado de un ternero colocándolo en un horno del laboratorio calentado a 50 °C", escribe Päabo en su libro El hombre de neandertal: En búsqueda de los genomas perdidos. Luego sacó el hígado ya duro, seco y ennegrecido y logró extraer ADN. Ello respaldó su creencia de que era posible sondear la historia del hombre analizando los genes de sus antepasados en lugar de la morfología de sus huesos o sus utensilios. Finalmente, Pääbo analizó varias momias egipcias hasta que aisló un segmento de ADN de un niño de 2.400 años, noticia que se convirtió en portada de la revista Nature en 1985.

Pääbo se convirtió en el fundador de la llamada arqueogenética. "El estudio del ADN antiguo puede dilucidar nuestra historia genética. Por supuesto que ése es sólo un aspecto y en algunos casos quizás no sea el más interesante. Por ejemplo, pienso que en lo que se refiere al antiguo Egipto o la Grecia clásica, la historia cultural es lo que más nos interesa. Pero en el caso del pasado más distante, sólo el estudio de los genomas y el ADN antiguo puede descifrar la manera en que interactuaron nuestros ancestros y los neandertales cuando se conocieron", asegura.

Parientes

El primer fósil neandertal fue encontrado en 1856 en una cueva al norte de Bonn, zona conocida por los alemanes como el Valle Neander y donde hoy existe un museo. El linaje de estos homínidos se separó originalmente del humano hace unos 500 mil años y los fósiles muestran que con el tiempo desarrollaron cráneos más grandes, además de piernas más cortas y cuerpos más robustos que les permitían resistir el frío de Eurasia. No sólo enterraban a sus muertos, sino que hace 65 mil años realizaron en una cueva española de Cantabria las pinturas más antiguas de este tipo halladas hasta ahora. Sin embargo, hace unos 40 mil años se extinguieron tras el encuentro con el Homo sapiens que llegó desde África y se impuso rápidamente gracias a ventajas como su alianza con los primeros perros domesticados, que los ayudaron a cazar de una manera mucho más eficiente que los neandertales. Pääbo decidió buscar indicios de ese choque de culturas.

- ¿El estudio de las momias y de los neandertales es su intento por descifrar qué moldeó al hombre actual?

- Bajo mi interés por los neandertales subyace la pregunta de qué es lo que nos separa de ellos en términos genéticos y biológicos. Los humanos modernos, y no los neandertales ni otros homínidos extintos, han pasado de ser unos cientos de miles de individuos a miles de millones que se esparcieron por el globo, desarrollaron una cultura y una tecnología que cambia muy rápido. ¿Qué hizo posible todo esto? Tal vez la respuesta sea descubierta algún día comparando los genomas de la gente moderna con el de los neandertales.

- ¿Por qué estos homínidos siguen generando tanto interés?

- En términos evolutivos, son los parientes más cercanos de los humanos modernos. Así que si queremos definirnos desde una perspectiva biológica o genética, tenemos que compararnos con ellos. Estaban vivos hace sólo 40 mil años y conocieron a los ancestros de la gente actual, por lo que una pregunta interesante es qué ocurrió cuando nos vimos cara a cara. De hecho, los genomas han revelado que nos mezclamos y tuvimos bebés juntos, así que si tus raíces genéticas están fuera de África, entonces portas contigo algo del legado de los neandertales.

Esa información proviene de la investigación más famosa de Päabo. En 2006 él y su grupo del Max Planck anunciaron que secuenciarían un genoma completo de neandertal, proyecto que en 2007 lo llevó a aparecer en la lista de las 100 personas más influyentes del mundo que publica la revista Time. Dos años después, el proyecto estaba terminado y sus resultados sorprendieron al mundo: al comparar ese genoma con el de los humanos se reveló que la mayoría de los europeos y los asiáticos portan casi un 2 por ciento de genes Neandertal. En cambio, la gente de África no presenta ese rasgo. En otras palabras, dice Pääbo, los neandertales nunca desaparecieron por completo.

"Muchos estudios han mostrado que algunas de las variantes genéticas que provienen de ellos han ayudado a los humanos modernos a adaptarse a ciertos patógenos y otros factores ambientales que enfrentaron al dejar África. Otros genes no tienen ninguna función y algunos predisponen a la gente moderna a enfermedades", señala. Gracias a los estudios de Pääbo y otros científicos, hoy se sabe que algunos genes Neandertal parecen influir en un mayor riesgo de artritis, diabetes tipo 2 y esquizofrenia, mientras otros inciden en que algunas personas sean más altas o que sean más resistentes a algunas bacterias y virus.

"También creamos un catálogo de los cambios genéticos que ocurrieron en los humanos modernos luego que nos separamos originalmente de los neandertales y que se dan en casi todas las personas modernas. Esa lista abarca casi 30 mil cambios. Entre esas modificaciones existen algunas que parecen influir en la manera en que nuestros cerebros se desarrollan y funcionan", cuenta Pääbo.

El futuro del pasado

La oficina de Pääbo, quien suele vestir con pantalones cortos y camisas hawaiianas, está decorada con un modelo a tamaño natural de un esqueleto neandertal. Pero quizás la mayor evidencia de su fama está en la cafetería del Instituto Max Planck, donde cuelga una foto de él junto a la cantante Christina Aguilera durante la entrega del premio Breakthrough, creado por Mark Zuckerberg –fundador de Facebook- para distinguir a los grandes investigadores. "Cuando miro hacia atrás, me doy cuenta de que todo ha sido una gran aventura", confiesa Pääbo.

Esa odisea lo llevó a realizar otro hallazgo tanto o más impactante que el genoma neandertal. En 2010, él y su equipo secuenciaron el ADN obtenido de un pequeño hueso de dedo hallado en la cueva de Denisova, en Siberia. El fósil de unos 41 mil años demostró no pertenecer a un neandertal, sino que a una especie totalmente nueva bautizada como denisovanos. Nadie sabe qué apariencia tenían, pero sí se conoce que también se mezclaron con humanos: casi el 0,2 por ciento del genoma de los nativos americanos del norte y del sur deriva de los denisovanos.

- ¿Qué más se sabe hoy sobre ellos?

- Probablemente vivieron por toda Asia, ya que aportaron ADN a la gente que habita esa zona. Además, casi el 5 por ciento del genoma en poblaciones de Oceanía como la de Papua Nueva Guinea proviene de ellos. Quizás alguien logre encontrar en el futuro otros grupos hasta ahora desconocidos a partir del análisis de ADN de huesos antiguos, especialmente en Asia.

Por ahora, el científico goza de los efectos colaterales de su fama. Desde que se anunció que muchos humanos poseen genes de Neandertal, Pääbo ha recibido docenas de cartas de personas que aseguraban ser descendientes puros de ese grupo. Casi todos eran hombres. Las únicas mujeres que le escribieron, básicamente acusaban a sus esposos de ser unos neandertales.