Existe la creencia popular de que un volumen importante de hormigas marchando en nuestros hogares durante otoño anuncia abundantes lluvias en invierno. Este año vi hormigas marchando por doquier en mi casa.
Sin embargo, no hay evidencia científica que respalde esta afirmación, lo que hace que solo sea una creencia popular, pero una teoría infundada.
Ahora, un indicador científicamente estudiado corresponde al Índice Oceánico del Niño (ONI por su sigla en inglés), asociado al fenómeno de El Niño. El índice indica el promedio de temperatura trimestral que está por sobre o bajo un promedio histórico de temperaturas en el Pacífico Ecuatorial. Para este 2023 se espera llegar a un índice de 2,5ºC. En un registro de 74 años, el planeta ha alcanzado un ONI sobre 2,0ºC en solo 4 oportunidades: 1972, 1982, 1997 y 2015.
Excepto en 2015, el resto de las ocasiones El Niño estuvo asociado a eventos hidrometeorológicos extremos, es decir: intensas lluvias, crecidas de ríos y aluviones que desencadenan pérdida de vidas, infraestructura y bienes.
Entre el 22 y 24 de junio pasado se registró una de las tormentas más grandes en la zona centro-sur en al menos 20 años. Los montos acumulados de precipitación más significativos se concentraron en la cordillera de Los Andes, llegando a máximos acumulados en 3 días de 780 mm en Embalse Bullileo, Región del Maule.
Según datos de Servicio Nacional de Prevención y Respuesta ante Desastres (Senapred), esta tormenta se tradujo en cerca de 12.000 personas aisladas, 19.500 damnificados, además de la lamentable pérdida de 2 personas fallecidas y 2 desaparecidas. Así mismo, la infraestructura sufrió daños importantes, con múltiples cortes de camino y colapso de puentes entre la Región de Valparaíso y la Región del Biobío.
Si bien, en el presente año el Estado avanzó en la gestión de riesgos de desastres con Senapred, la pregunta que cabe es ¿cuál es la información que utiliza tanto Senapred como el resto de las entidades públicas, o incluso la ciudadanía, ante emergencias hidrometeorológicas? Desde el punto de vista ingenieril, el Estado sigue careciendo de un sistema robusto que entregue información cuantitativa de manera completa y oportuna.
En otros países (OCDE y no OCDE), el sistema para enfrentar estas emergencias se compone de tecnología y capital humano especializado. Dentro de la parte tecnológica, el sistema incluye una red de radares meteorológicos y uno o más modelos numéricos de pronósticos de crecidas.
La combinación de ambos elementos sirve para entregar pronósticos precisos de inundación, de tal manera que tanto autoridades como ciudadanía sepan con claridad cuáles son las zonas que tienen mayor riesgo de inundación en las siguientes horas.
Quizás más relevante aún, la ciudadanía podría recibir una alerta directamente cuando el peligro es inminente basado en información cuantitativa. Por ejemplo, un estudio realizado en EE.UU. en 2020 demuestra que un sistema como este ayuda a reducir la tasa de muertes y daños a personas en un 44%, mientras que se reducen los costos de los desastres en US$300M por año.
Es de esperar, pese a lo que dice la evidencia científica, que en la próxima marcha de las hormigas estemos mejor preparados ante una nueva amenaza hidrometeorológica.
*Académico de la Universidad de O’Higgins (UOH)
PhD Ciencias Atmosféricas