Para muchos lectores, el narcisismo es un concepto serio; una grave patología que no debe ser livianamente vinculada con los millennials ni el liderazgo, por lo que en esta oportunidad me centraré en los aspectos más oscuros y profundos de este constructo.
Efectivamente, en columnas anteriores abordamos la dimensión más superficial del narcisismo, esa que, para psicólogos organizacionales como Adam Grant, es un ingrediente esencial para liderar personas. Esto no es nada nuevo, pues décadas atrás, los coach y analistas Manfred Kets de Vries y Danny Miller, sostenían que “el narcisismo es la fuerza motriz detrás del deseo para obtener una posición de liderazgo. Quizá los individuos distinguidos con fuerte personalidad narcisista, estén más dispuestos a comprometerse en arduos procesos para ganar una posición de poder”.
Guste o disguste, la literatura especializada y la experiencia de consultores, coach y analistas como los ya citados, confirman que los líderes narcisistas pueden ser las personas indicadas para comandar proyectos espectaculares o desafíos de alto riesgo, pues estos kamikazes no dudarán en tomar difíciles decisiones... si ese es el camino más rápido para destacar.
Pero antes de seguir avanzando, hagamos distinciones, pues hay narcisos y narcisos. De hecho, Miller y De Vries los clasificaron en tres tipos: el reactivo (el malo), el de personalidad engañosa (el feo) y el constructivo (el bueno). En esta oportunidad nos centraremos en el estilo de liderazgo narcisista reactivo, es decir, en el maligno.
¿Arrancamos?
Sí, los líderes narcisistas reactivos son los malos de la película laboral; son esos jefes, líderes, colegas o contrapartes que no dudarán en arruinar a sus oponentes y a cualquiera de su equipo que se le oponga. Nadie ni nada me va a ganar, pues otra particularidad de este estilo de liderazgo es su incapacidad de admitir deportivamente una derrota. Para no abundar en ejemplos empresariales, basta escuchar las declaraciones de algunos entrenadores o atletas tras perder un partido, un combate o una carrera. ¡Fue un robo! ¡Están todos comprados!
Lo cierto es que estos sujetos, con tal de ganar, harán cosas que la mayoría no se atrevería. Si somos optimistas, estos son los líderes que corren los límites de lo posible, pero si nos enfocamos en las sombras, nos daremos cuenta que las personas que ostentan esta pesada etiqueta son líderes a temer.
Les gusta el riesgo, son audaces, pero tarde o temprano su falta de escrúpulos dividirá las tropas, pues en algunas y algunos este ímpetu puede causar admiración, mientras en otras y en otros, indignación. Sí, estos líderes pueden ser despiadados y sentirse orgullosos de serlo. ¿No querían ganar? Y aunque su forma de liderar genere molestia o rechazo, lo concreto es que esta mezcla de miedo y admiración que despiertan en sus audiencias, pueden transformarlos -sobretodo de cara al directorio- en la carta más segura para surfear tiempos adversos, inciertos o de cambio.
Para entender con mayor profundidad por qué estos líderes son así, recurro a la mirada del psicoanalista Heinz Kohut, quien describe a estos sujetos lisa y llanamente como mesiánicos y carismáticos. Para este analista vienés, la fuerza de estos sujetos se sostiene en un sistema de creencias que gira en torno a la idea de que “yo soy perfecto y tú admírame”. ¿Qué tal despertar con esa autoestima?
Este extraordinario edificio mental -que puede estar construido en base a fantasías, a méritos reales o a una combinación de ambas- les permite moverse por el mundo con un “Yo” grandioso y una imagen idealizada de sí mismos. Soy lo máximo. El número uno. ¿Qué duda cabe? Y si te atreves a cuestionarlos, tendrás que resistir los rayos y ataques omnipotentes de este Zeus corporativo. Peligra tu vida en la compañía.
Y es que la ilusión de ser “únicos y perfectos” no solo afecta sus relaciones con el entorno, sino que distorsiona su relación con la realidad. En tiempos de crisis -y estos sujetos suelen vivir así- no se aceptan discrepancias. Una leve crítica puede generarles altísimos montos de ansiedad y malestar, pues lo que estos líderes esperan -casi de manera constante- es que el mundo externo les confirme lo espectaculares que son.
Aunque a sus más cercanos le sorprendan sus insólitas salidas y sus feroces reacciones frente a la crítica, lo cierto es que estos sujetos tienen dañada la capacidad de distinguir entre la imagen que tienen de sí mismos y la que ven los demás. Esta inhabilidad se debe a que tienen el juicio de la realidad alterado, por lo que suelen acomodar eventos externos a su pinta para manejar la ansiedad y prevenir un sentido de menoscabo o frustración. Así, frente a cualquier insinuación de error o falla, saltarán para defenderse, atacar y contra-atacar, cayendo, a ojos de los otros, en delirantes mentiras y en exageradas reacciones que no guardan ninguna relación con el estímulo o su intensidad. ¿De verdad dijo eso?
La clave, para entender el particular comportamiento de estos líderes y sus insólitas respuestas frente a la evidencia en su contra, es que para protegerse de lo que ellos consideran ataques, idealizarán sus virtudes y aportes y devaluarán –de manera penetrante- a sus críticos y sus observaciones hasta que las cosas vuelvan a su lugar. Soy Perfecto. Por estas razones, las personas cercanas a estos seres todopoderosos viven al borde del abismo, pues estos líderes pueden oscilar desde el exhibicionismo y la grandiosidad a la insensibilidad y la frialdad absoluta.
Es un estilo autoritario, dominante, insensible y totalmente indiferente a las necesidades de sus subordinados. ¿Qué gano siendo un jefe buena persona? Sus fuertes deseos de dominar los hará tener una orientación cambiante y una actitud excluyente, pues sus relaciones laborales son utilitarias y solo toleran aduladores en sus filas. En definitiva, serán amables para conseguir sus objetivos. Y después podrán ser terribles… para conseguir sus objetivos. ¿Me contradigo?
Dados estos antecedentes, presentaré el caso de Isabel Margarita, una de las personas más cercanas un líder narciso reactivo. Para proteger la identidad de los involucrados se han cambiado nombres y datos biográficos.
Hola Sebastián, aunque suene ridículo, no está demás hablar contigo, pues necesito sobrevivir todo el próximo año en el trabajo. Te cuento al tiro que estoy con psicóloga y psiquiatra y que las dos me han dicho que quien debiera estar con ellas y contigo no soy yo, sino Anton, mi jefe.
¿Por qué dices eso?
Mira, si lo conocieras no lo creerías. Tiene una gran fachada y hay que reconocer que el tipo se sabe mover y que es trabajador. No para, pero nunca creí, con toda la experiencia acumulada, que me tocaría ver algo así al final de mi carrera.
¿Qué no viste?
Al principio uno cae en la tontera de los millennials, que por eso Anton era como era. Y hasta nos reíamos, pero ya no me da risa. Además, mis hijos son de la misma edad y no son como él. Son buenos chicos, son personas correctas. Tienen sus cosas, como todos los millennials, pero son personas sanas (silencio). Anton, debo reconocerlo, sacó esta empresa adelante en medio de todas las crisis económicas, pandemias y estallidos. Para él no hay excusas. Básicamente uno tiene que hacer lo que él dice. Al principio, cuando llegó, me pedía mucho consejo. Me sentí halagada, por lo que tardé en darme cuenta que lo único que le importaba era la información y el know how de las cosas. Yo verdaderamente no le importaba y era cosa de escuchar como hablaba de los otros. ¡Hablaba pestes! Todos eran unos incompetentes, unos looser, lo peor. Pero bastaba que alguien tuviera un acierto o lo alabara para que Anton lo pusiera en un pedestal. Ahí podía estar un día, una semana máximo. Después te encontraba la falla y te hacía pedazos (silencio). Por eso vivía aterrada, pues ese día nunca me llegaba. Durante un año no me criticó personalmente, aunque siempre tenía observaciones y cambios que hacer a mi trabajo. Y no paraba hasta que le decía que así estaba mucho mejor, que su idea era genial y que él era lo máximo. Ahí se salía de su actitud de pitbull y sonreía como un niño satisfecho de sí mismo. ¿Pero sabes qué es lo peor?
¿Qué?
Vivir con miedo, vivir pensando que ahora sí que te vas a equivocar, que ahora sí se va todo a la mierda. Nunca, en todos mis años trabajando aquí, había pasado por algo así. Había tenido buenos jefes, malos jefes, jefes mandones, jefes relajados, enojones, regalones, pero nunca me había tocado un pendejo tan desalmado. Es frío como un pescado, capaz de sonreír antes de acuchillarte, de usar tus argumentos para acusarte con otra persona del equipo y dejarte muy mal parada. Y llegué a tal punto que pensé me iba a volver loca, pues cuando quiere es un chico encantador. Si, puede parecer medio pagado de sí mismo, pero bien. Lo normal, es joven. Pero de repente te das cuenta que por algo llegó donde llegó. Es como uno de esos guerreros de la serie Vikingos. ¿La viste? Todo sea por la fama, la gloria. Todo vale y ha dejado caer a personas que lo trajeron y apoyaron. Y te juro que cuando habla en los directorios me violenta. Lo hace demasiado bien y los dueños, directores y consultores externos quedan fascinados.
¿Y qué te han dicho tu psicóloga y psiquiatra?
Mira, es tal el poder de Anton, que ni siquiera me he atrevido a presentar una licencia médica. Tengo hijos grandes, pero también tengo nietos y soy viuda hace muchos años. Este trabajo no solo ha sido el sostén de mi vida y de mi familia, sino que hasta que llegó Anton, era un lugar al que me gustaba venir. Era mi segunda casa, tenía amigas y amigos. Y todo se fue al carajo con su llegada, pues como el primer año todos me vieron muy cercana a él… se alejaron. Supongo que caí en su juego de miedo y admiración, pues pese a la rabia que le tengo y al temor que me da, todavía me parece increíble que haya logrado que sobrevivamos y que los números hayan mejorado. Anton verdaderamente sabe sacarle partido al caos. Y como dice el refrán, a río revuelto, ganancia de pescadores…
Las sesiones con Isabel Margarita fueron catárticas. Sesión a sesión se desahogaba. Lo mismo hacía en su terapia y con las amigas que le quedaban fuera de la oficina. Hablar no cambia nada, me decía, pero al menos me ayuda a no volverme loca.
Para cerrar esta sesión, los dejo con las siguientes palabras de la biografía de Jacques Lacan escrita por Élisebeth Roudinesco, palabras que sirven para cerrar este estilo de liderazgo y abrir el siguiente, el narcisismo engañoso: “Se ve pues que con Lacan las cosas nunca eran simples. Le sucedía a menudo denigrar a hombres cuyo reconocimiento buscaba y ridiculizar valores que admiraba secretamente”.
Continuará…