En los meses de invierno cambia nuestra alimentación, consumimos alimentos más calóricos y más cantidad de víveres para hacer frente al frío y lograr confort térmico, pero debemos tener cuidado porque el confort térmico es una manifestación subjetiva de conformidad con el entorno ambiental y depende no sólo de variables propiamente ambientales (como la temperatura y la humedad), sino que de variables personales como la edad, el sexo, el color de la piel, la aclimatación, la hora del día, la ingesta de alimentos, etc.
Por otro lado, comer es una necesidad básica y está asociado a la constante necesidad de energía que caracteriza el funcionamiento del organismo y, además, está matizada por factores culturales y sociales.
En el organismo existe un complejo sistema encargado de la termorregulación del medio interno, que mantiene constante la temperatura central del cuerpo. Este sistema regula un nivel de temperatura de 36,5°C, a pesar de las variaciones que ocurren durante el día en el ambiente. De esta manera, en un ambiente frío:
- Disminuye el flujo sanguíneo para conservar el calor interno
- Temblamos para generar calor y combatir al frío. El temblor es un mecanismo de defensa de nuestro organismo frente al frío.
Por lo tanto, la creencia de que debemos comer más para entregar más calorías al cuerpo es un mito y sólo nos hace engordar en invierno.
Es más, los alimentos altos en grasa requieren de un mayor flujo sanguíneo hacia el estómago para ser digeridos, por lo que la sensación de "calor" será sólo momentánea y después de un rato volverá la sensación de frío (sobre todo en las extremidades) debido a la redistribución sanguínea requerida por la digestión.
*Nutricionista y académica Escuela de Nutrición y Dietética de la Universidad Mayor