Cada vez es mayor el consenso que en el espacio está el futuro de la humanidad, así como en los datos y la inteligencia artificial, el acceso al poder científico, político, económico y social a nivel mundial. Por ello, es inaceptable que Chile quede ciego ante el futuro por no tener una política espacial.
Nuestro satélite Fasat Charlie termina su vida útil. Podemos comprar uno 'llave en mano' -como lo hicimos en el pasado- por unos cien millones de dólares, pero en cinco años, cuando quede obsoleto, tendremos el problema de nuevo.
La otra alternativa es potenciar nuestros talentos y generar tecnología y capacidades propias que nos den sustentabilidad y autonomía y, con un poco más de audacia, aprovechar las ventajas territoriales y entrar derechamente en la carrera espacial.
La Comisión Desafíos del Futuro del Senado, la Universidad de Chile, la Academia de Ciencias y un conjunto de otras universidades, consideramos prioritario tener una política espacial y por ello convocamos al Gobierno, a las Fuerzas Armadas, a empresarios y organizaciones de la sociedad civil para reflexionar sobre el tema.
Se escogió establecer las bases de una política espacial para Chile caminando sobre el desafío concreto de desplegar una constelación de doce satélites de tecnología chilena, del más alto estándar, que nos permitan mirar de cerca el futuro.
Un Programa Espacial con tecnología propia es imprescindible para lograr un desarrollo económico, social y ambiental. Nuestro progreso depende del espacio. Muchas y diversas actividades privadas y públicas requieren información del territorio que provee la observación espacial, cada vez más detallada (mayor resolución), y periodicidad.
Buena parte de nuestra economía, calidad de vida, y seguridad ante a desastres, depende de la capacidad de observar el territorio y proveer sistemas de comunicación avanzados, con suficiente detalle y frecuencia, para planificar y prevenir acciones de impacto directo en la población.
En el pasado lanzar un satélite y tenerlo en órbita costaba ciento de millones de dólares y su frecuencia de observación era pasar por un mismo punto cada cinco a 27 días. Hoy existen tecnologías de bajo costo, como los pico (0,1-1 kg. de carga), nano (1-10 kg.) y micro satélites (10-100 kg.). Universidades y empresas de diversos países desarrollan estos versátiles artefactos de bajo costo y alta frecuencia de observación y comunicación y disfrutar de los beneficios que esto conlleva.
La Universidad de Chile está en ese grupo de avanzada y con éxito ya puso en órbita el cubesat SUCHAI que cuatro veces al día pasa sobre el país y ya superó las cinco mil vueltas a la Tierra a un ritmo de 15 giros diarios.
El costo de un nano satélite no supera los US$ 300 mil y es posible pensar en poner en órbita una constelación de artefactos que incremente la frecuencia de observación. Con doce aparatos se podría pasar por el mismo punto cada cuatro horas; con 25, cada 1,2 horas; con 100, cada 15 minutos, obteniendo valiosa información de todo el planeta, útil para Chile y los países que lo requieran.
Existe un gran interés internacional sobre el SUCHAI en el mundo especializado. Con Italia y Japón tenemos acuerdos de colaboración específicos para el desarrollo y lanzamiento de satélites con lo que disminuirán aún más los costos.
Tenemos una gran oportunidad. Elaborar tecnología espacial propia abre un mundo de posibilidades para el impulso de la ciencia local y el desarrollo de toda una industria de servicios de diversos sectores económicos y sociales. Por eso debemos almacenar en un data-center la información recabada por nuestra observación satelital, así como la obtenida por programas como Copernicus de los convencionales satélites europeos, de la que ya disponemos. A eso, sumar la data obtenida por diversas redes de sensores terrestres que permiten complementar y validar la data espacial.
En una o dos décadas toda la producción y los sistemas sociales y ambientales -en comunidad o individual- dependerán del proceso de análisis de la mayor cantidad de datos que se pueda disponer. Enfrentamos una nueva revolución, similar a la provocada por visionarios pioneros que, hace pocos años, desarrollaron la computación y transformaron la vida en múltiples dimensiones. Se puede hacer un símil con un panal de abejas (repositorio) al que llega un flujo inmenso de data (polen) que alimenta miles de bots (abejas) para transformarla en valiosa información (la miel).
Por Francisco Martínez, decano de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la U. de Chile, y senador Guido Girardi, presidente de la Comisión Desafíos del Futuro, Ciencia, Tecnología e Innovación.