En estos días, en que hemos asistido al lanzamiento de la nave CrewDragon de la empresa SpaceX, desde Cabo Cañaveral, recordé el inolvidable inicio de la serie Star Treck, cuyos episodios siempre comenzaban recitando la frase: “Space: the final frontier. These are the voyages of the starship Enterprise”(El espacio, la última frontera, estos son los viajes de la nave estelar Enterprise).
El espacio: nuestra última frontera. El cosmólogo Stephen Hawking en más de una ocasión manifestó su posición al respecto: “Tenemos que salir de la tierra! El futuro de la humanidad está en el espacio!” Desde el momento en que la tecnología hizo accesible a la humanidad el espacio extraterrestre, con la puesta en órbita del primer satélite artificial, el Sputnik (1957), los tratados internacionales se han preocupado de resguardar ciertas condiciones para el acceso al espacio, en particular tratando de garantizar que las actividades que ahí se desarrollan sean de índole pacífica y basadas en la colaboración entre naciones.
Situación que, en la actualidad, se refleja en la presencia de la Estación Espacial Internacional, establecida a partir de 1998 en una órbita de 400 km de altura, y resultado de una colaboración entre EE.UU., Rusia, Europa y otros países.
En 1954, anticipando con genialidad el derecho espacial, el abogado Chileno Jenaro Gajardo, con un legendario gesto, realizó los tramites para inscribir a su nombre la propiedad de la luna en el Conservador de Bienes Raíces de Talca, en sus palabras una protesta contra un mundo del que no somos capaces de erradicar odio y violencia.
El tratado sobre el espacio exterior de 1967 prohíbe la instalación de armas nucleares o de destrucción masiva en orbitas terrestres o en cualquier cuerpo celeste, también prohíbe la reivindicación de recursos celestes, considerando estos como patrimonio común de la humanidad.
De esta manera la propiedad del abogado Gajardo, junto con el testamento en el que deja la luna al pueblo chileno, queda como un acto poético, según su misma intención. Evidentemente existe un deseo compartido de proteger el espacio alrededor de la Tierra de un uso descontrolado. El cielo como patrimonio de la humanidad, en cuanto lugar donde, desde tiempos inmemoriales, todas las culturas han puesto sus mitos, sus dioses, sus sueños, anhelos y esperanzas. Situación que, en todo caso, no ha impedido que la actividad humana, a lo largo de más de 60 años, haya llenado el espacio alrededor de nuestro planeta con basura espacial.
Es en este contexto que el viaje llevado a cabo por la empresa SpaceX a la Estación Espacial Internacional me genera sentimientos encontrados. Por supuesto celebramos la hazaña técnica, científica y humana. La sinergia entre sector público y privado siempre ha sido una tónica en la exploración del espacio, en la investigación, en el desarrollo de tecnologías y en general en los avances humanos, y la colaboración entre SpaceX y la Nasa es algo muy destacable.
Un actor privado que se propone metas ambiciosas como rebajar los costos de acceso al espacio o establecer una colonia en Marte, genera sin duda un impulso muy positivo en el sector. Además, las imágenes de la misión son asombrosas, superando a las mejores películas de ciencia ficción. Es incluso reconfortante que, en una situación de crisis global, el sector espacial siga activo generando ese tipo de logros.
Entonces ¿por qué preocuparse? En una sociedad como la nuestra en la que el lucro, el consumo, el mercado, los índices de crecimiento ocupan un papel tan prioritario, el asomarse de los privados a un territorio nuevo, en este caso el espacio, no puede no generar inquietud. Seamos realistas. Nuestra sociedad carece por completo de equilibrio. Con el objetivo de crecer y de maximizar las utilidades (de algunos por cierto) no dudamos con intoxicar nuestra atmósfera o destruir los “pulmones verdes” del planeta. En el pasado lo hacíamos por ignorancia, ahora lo hacemos conscientemente. No hay lugar que hayamos alcanzado sin dejar destrozos, desde las profundidades de los océanos a las cumbres de los cerros y por cierto el espacio no será la excepción.
Ya se habla de turismo espacial. Y bueno, se dirá ¿Qué tiene de malo eso? Nada! pero recordemos que hay “turistas” que no dudan en rayar monumentos, prender fuego al Parque Torres del Paine, o dañar otros lugares patrimoniales. También se habla de constelaciones de satélites con distintos propósitos comerciales. Estas constelaciones artificiales, que se sobrepondrían a las naturales, serían infinitamente más rentables si dibujarán en el cielo los logos de las mayores empresas multinacionales. Cuando esos símbolos ocupen el mismo lugar de “los dioses”, entonces habremos alcanzado el clímax de la sociedad del consumo. Ojalá recuperemos algo de equilibrio antes de que eso ocurra.
La Cuarentena nos da una oportunidad para reflexionar y, si bien estos avances llaman a profundizar el alcance del derecho espacial, es también evidente la necesidad de repensar las prioridades de nuestra sociedad.
* Astrónomo del Centro de Astro-Ingenería del Instituto de Astrofísica de la U. Católica