El verano, sinónimo de vacaciones, hace un siglo en Chile eran un lujo reservado para las élites, con viajes en vagones de primera clase, paseos en carruajes y estadías en exclusivos hoteles de balnearios como Cartagena.

Pero con la aprobación del Código del Trabajo en 1931 todo cambió, en plena crisis económica, marcó un punto de inflexión al garantizar vacaciones pagadas para los trabajadores chilenos, promoviendo la salud preventiva y democratizando los rituales estivales.

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La noción de “vacaciones” como un periodo de descanso comenzó a tomar forma en Chile hacia fines del siglo XIX, influenciada por las prácticas de la élite. Según Rodrigo Figueroa, sociólogo y académico de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile, este grupo veía los viajes como una oportunidad de distinción social, combinando descanso con la búsqueda de nuevos negocios y la experimentación de exclusividades culturales, ya fuera en balnearios cercanos o en ciudades europeas. Este enfoque inicial marcaba las vacaciones como un privilegio asociado al estatus y la modernidad.

La historiadora de la Facultad Psicología y Humanidades USS, Macarena Solari, señala que el concepto moderno de vacaciones surge como respuesta a las condiciones impuestas por la Revolución Industrial. “La idea de una jornada laboral regulada, con vacaciones y días de descanso, nace del abuso que produjo la industrialización en las condiciones laborales”, explica. En Chile, este cambio se dio entre finales del siglo XIX y principios del XX, cuando la mecanización permitió flexibilizar las jornadas y abrió la puerta a un modelo que reconocía el derecho al ocio.

El derecho masivo al descanso, según la investigadora Viviana Flores, académica de la Universidad Diego Portales (UDP), creadora del programa documental Chile Íntimo (2006), se consolidó recién en el siglo XX, extendiendo la experiencia de salir de vacaciones a sectores más amplios de la población. Este avance, que tiene poco más de un siglo, transformó las vacaciones en un fenómeno social que vinculaba el ocio con la salud y el bienestar, dejando atrás su carácter exclusivo para convertirse en una práctica culturalmente democratizada.

A comienzos del siglo XX, Cartagena se consolidó como el principal destino vacacional de la aristocracia chilena, impulsado por la llegada del tren en la década de 1920. Según Flores, “fue el primer destino popular, seguido por balnearios como Papudo, Cachagua, Zapallar y Las Cruces, además de los baños termales”. Con el tiempo, las preferencias se diversificaron hacia otros balnearios a lo largo de Chile, adaptándose a la masificación de los viajes en auto y en bus.

Solari destaca que Cartagena perdió su exclusividad al volverse accesible para diversos sectores sociales, provocando que la clase alta se desplazara hacia nuevos lugares del litoral central. “Este patrón se repitió en otros balnearios durante el siglo XX, a medida que crecían en popularidad”, explica. La expansión de la movilidad y el acceso a medios de transporte permitió que más personas disfrutaran del descanso estival.

Desde los años 60 y 70, destinos como los lagos del sur y Chiloé se sumaron a las preferencias vacacionales, impulsados por el auge del camping, inspirado en tendencias estadounidenses, y el crecimiento de los autos familiares. Según Flores, hoy las vacaciones en el extranjero han dejado de ser “un lujo inalcanzable”, y destinos como Mendoza, el Caribe y Disney se han vuelto más comunes, aunque todavía representan una aspiración para muchas familias chilenas.

¿Qué cambios han sufrido las vacaciones?

Las vacaciones en Chile han experimentado transformaciones significativas en los últimos 80 años. Según el sociólogo de la U. de Chile un cambio clave ha sido la adquisición de segundas viviendas en balnearios, especialmente en regiones como la Quinta y Octava. “Ese es un cambio brutal”, afirma, destacando cómo estos destinos se han poblado con propiedades vacacionales. Además, las vacaciones chilenas suelen concentrarse en febrero y son, en su mayoría, planes familiares.

Otro cambio importante es la internacionalización de las vacaciones. La historiadora USS ilustra esta evolución con la frase: “Antes se iban de vacaciones a Concón, ahora a Cancún”. Los viajes al extranjero, impulsados por la accesibilidad económica y la disposición a endeudarse, se han vuelto una opción alcanzable para la clase media, transformando el panorama del descanso estival en el país.

De cara al futuro, Figueroa señala que los jóvenes están redefiniendo el modo de vacacionar. Con acceso a vuelos más baratos y mayor solvencia económica, han dejado atrás el tradicional mochileo para optar por experiencias más sofisticadas. Por su parte, Solari apunta a una diversificación basada en intereses más que en grupos socioeconómicos, con opciones que van desde el turismo de naturaleza y aventura hasta la búsqueda de experiencias culturales y culinarias.

Foto: Agencia Uno.

Este cambio también se refleja en el lenguaje. Solari resalta que, mientras en español la palabra “vacación” deriva del latín vacare (desocupado), en inglés holiday tiene un origen religioso relacionado con los “días sagrados”. Este contraste lingüístico refleja cómo las vacaciones han transitado desde sus raíces espirituales y religiosas hacia un periodo centrado en el ocio y el descanso personal.

De lujo a costumbre popular

En Chile, las vacaciones comenzaron como un privilegio exclusivo de las élites. Durante el siglo XIX, las clases altas disfrutaban de largas temporadas de descanso en balnearios inspirados en Europa, como Viña del Mar, y realizaban extensos viajes a Europa en barco, llevando incluso vacas para asegurar leche fresca a sus hijos. Estas experiencias eran símbolo de status y distinción, con amplias casonas, fiestas y territorios sociales marcados en las playas. “Eran vacaciones de tres meses, un lujo que estaba lejos del alcance de los sectores populares”, explica Flores.

Con el tiempo, las reformas laborales transformaron las vacaciones en un derecho para las clases trabajadoras. A mediados del siglo XX, el Código del Trabajo y el auge de los sindicatos garantizaron días pagados de descanso, lo que permitió a los obreros acceder por primera vez a experiencias vacacionales. “Se comienza a construir un imaginario sobre las vacaciones para los trabajadores”, señala Figueroa, quien agrega que los balnearios populares, como Cartagena, emergieron como destinos accesibles gracias al tren y los pasajes económicos.

Playa Chica de Cartagena en 1916.

La clase media, consolidada durante el siglo XX, también jugó un papel clave en la democratización de las vacaciones. “El acceso a diversos lugares del territorio se masificó, y para mediados del siglo XX, playas como Cartagena estaban atestadas de veraneantes”, comenta Flores. Este acceso marcó un cambio cultural, haciendo del descanso una costumbre más inclusiva y ampliamente practicada.

Las diferencias entre las clases sociales, sin embargo, se mantuvieron en ciertos aspectos. Mientras las clases altas seguían buscando experiencias exclusivas, como viajes en avión a destinos exóticos o temporadas en la nieve, las clases trabajadoras y la clase media priorizaron la accesibilidad y el costo. Figueroa comenta que, esto generó un fenómeno interesante: “El carácter masivo y popular de las vacaciones en la actualidad tiene elementos simbólicos similares a los balnearios exclusivos de inicios del siglo XX”.

En las últimas décadas, el propósito de las vacaciones ha evolucionado, pasando de ser un lujo a una necesidad ampliamente reconocida. Solari destaca que “hoy es casi lógico que las personas se tomen un tiempo para desconectarse y respirar aire puro”. Este cambio refleja tanto un cambio cultural como la mayor capacidad económica de los hogares, que ven en las vacaciones un tiempo indispensable para el bienestar físico y mental.

Actualmente, las vacaciones se han transversalizado socialmente, permitiendo que sectores más amplios viajen tanto dentro como fuera del país. “La cristalización del acceso al viaje internacional es uno de los aspectos más visibles de los procesos de movilidad social tras la dictadura”, apunta Figueroa. Destinos como Brasil, Miami o Argentina, anteriormente reservados para las élites, son hoy opciones comunes para las familias chilenas.

A pesar de esta masificación, el acceso a las vacaciones sigue marcando diferencias socioculturales. Mientras los sectores populares buscan ampliar sus experiencias de viaje, las élites continúan buscando exclusividad. Flores concluye que este proceso es un reflejo de la transformación del descanso, que dejó de ser un privilegio para convertirse en un derecho, aunque las brechas persistan en el tipo de experiencias que cada grupo social puede disfrutar.

El turismo como una política

El turismo en Chile comenzó a tomar forma a principios del siglo XX con la creación de la Sociedad Nacional de Fomento del Turismo en 1917, que impulsó los viajes mediante guías y promoción. Más tarde, en 1927, el Ministerio de Fomento fortaleció este objetivo mejorando el transporte y construyendo hoteles, dando los primeros pasos hacia la democratización del acceso a las vacaciones.

En los años 60, el turismo nacional se consolidó con la Dirección de Turismo y el auge de las vacaciones playeras. La inauguración del Aeropuerto Internacional Comodoro Arturo Merino Benítez en 1967 marcó un hito en la expansión del turismo internacional, seguido por la creación de Sernatur en 1975, que formalizó este sector.

Durante los años 80, destinos como Reñaca se transformaron en puntos de encuentro para jóvenes y turistas extranjeros, mientras que Miami y México se posicionaron como los favoritos para quienes buscaban vacacionar fuera del país. Este periodo consolidó el turismo como una práctica cada vez más accesible y diversificada.