Desde el inicio de la pandemia por coronavirus se vieron expresiones de discriminación a todo lo referente a este nuevo y desconocido virus. Desde enero en Twitter, por ejemplo, se hicieron frecuentes expresiones como “el virus chino” y hashtags sobre #KungFlu y #Chinavirus.
También se registraron ataques xenofóbicos a personas de ascendencia asiática en Estados Unidos. Entre enero y febrero se registraron más de mil casos de xenofobia pública en ciudades como San Francisco. En tanto en Melbourne, padres y madres iniciaron una campaña para que pediatras asiáticos no atendieran a sus hijos. Delitos de odio que se replicaron en muchos otros países junto con el avance de Covid-19.
En respuesta de ello, en países como España se difundió en redes sociales la campaña No soy un virus. El fin era evitar el aumento en la discriminación de personas a personas de nacionalidades asiáticas.
Para evitar en parte esa situación la Organización Mundial de la Salud determinó nombrar a la enfermedad como Covid-19, y que no aludiera a una zona geográfica específica, como la enfermedad que partió en Wuhan, por ejemplo, y así eliminar estigmatizaciones.
Pero eso no fue todo. El personal a cargo de la respuesta de emergencia y profesionales de la salud que han debido trabajar la pandemia, también han sido blanco de discriminación.
Ante esa situación, a mediados de abril el subsecretario de salud Arturo Zúñiga, hizo un llamado a “terminar” con los “actos de discriminación” registrado en distintos puntos del país contra el personal médico. “Condenamos actos de discriminación contra el personal de salud (...) quisiera recordarle a la ciudadanía que son estas personas las que nos van a cuidar si nos enfermamos, quienes están arriesgando su salud en los establecimientos de salud primaria y en los hospitales", subrayó la autoridad.
Respuesta al miedo
Las emergencias de salud pública, como el brote de la enfermedad por coronavirus, son momentos estresantes. Y el miedo y la ansiedad sobre una enfermedad pueden conducir al estigma social hacia las personas, los lugares o las cosas. El estigma, por ejemplo, puede darse cuando se asocia un riesgo con una persona o lugar, como lo que ha ocurrido con China, por ser el país donde partió la pandemia.
El estigma también puede ocurrir con quienes ya hayan superado la enfermedad. Ese era el temor, indico el ministro de salud, por el cual el denominado "carnet de alta” para las personas que recuperadas de enfermedad, no se entregaría.
Un comportamiento que no es nuevo. Y lo más probable, dicen expertos, es que vuelva ocurrir con otra enfermedad.
Ocurrió con el VIH. En Chile, la epidemia de infección por VIH/SIDA se inició en 1984, con la detección de 6 personas, distribuidas en las regiones de Valparaíso, Bío-Bío y Metropolitana, y cuando se produjo la primera muerte se llegó a nombrar despectivamente el virus como el “cáncer gay” y se vivieron altos niveles de discriminación hacia los pacientes por décadas.
La investigación del VIH y la comprensión de la construcción histórica de la enfermedad, muestran que, las respuestas sociales a las enfermedades están determinadas por su nivel imprevisibilidad y el contagio percibido. Mientras más altos se aprecien ambos elementos, mayor es la discriminación que se genera. Y es lo que ocurre actualmente con el Covid-19.
Pedro Maldonado, neurocientífico e investigador del Instituto Milenio de Neurociencia Biomédica (BNI) de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile, señala que desde la neurobiología la discriminación tiene muchos matices psicológicos. Tiene que ver, explica, con la necesidad de reconocer y entender la amenaza, “y una de las cosas que crea mucha ansiedad y estrés es no tener la certeza de cómo enfrentar una determinada amenaza, algo que ocurre con un virus, que no se ve y no se toca”.
Entender entonces la amenaza con algo concreto permite dirigir ese miedo. “Si la enfermedad se identifica con la micro, vamos a odiar la micro o si es con un tipo de persona, nacionalidad, etc., a esas personas o nacionalidades, de esa forma es más fácil para nuestra mente dirigir los esfuerzos o miedos”, señala el científico.
Macarena Orchard, académica de la Escuela de Sociología de la Universidad Diego Portales e investigadora del Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social (Coes), indica que en situaciones de incertidumbres las personas tienen reacciones defensivas y es posible que el virus actúe como una herramienta para liberar esos prejuicios anteriores y contribuya a exacerbar sentimientos que la población venia acumulando, “ante la incertidumbres, las personas tienen reacciones defensivas y es posible que el virus actúe como una herramienta para liberar esos prejuicios anteriores y contribuya a exacerbar sentimientos que la población venia acumulando”.
Al ser además el miedo una emoción que no es racional y no tiene mucha lógica en cómo se manifiesta. “Lo que vivimos actualmente genera un miedo difícil de aceptar, pasamos de amenazas evidentes como el león en épocas pasadas, a que nos atropelle la micro hoy, pero eran amenazas evidentes, y ahora los virus no lo vemos, y esa inhabilidad de poder tener certeza le molesta al cerebro, que necesita identificar ese miedo con algo”, detalla Maldonado.
Existe además una sensación de “castigo” social, dice Orchard, que nace del riesgo que se genere una cierta moralización de la enfermedad. Como esta pandemia nos exige actuar de cierta manera para evitar los contagios, como no salir de casa, lavarse las manos por más de 20 segundos, mantener distancia en espacios públicos, entre otras, esa una conducta, indica la socióloga, se transforma en un ideal a cumplir. “Se genera con eso la idea de que los que se enferman no han cumplido aquello, que se enfermaron porque se cometieron una transgresión, o porque no respetó la cuarentena”.
Esas actitudes, dice Orchard, son las que desencadenan posteriormente en discriminación. Pero esa atribución de “culpa”, se tratada de manifestaciones injustas, recalca, “porque se desconoce que muchas de las personas que se enferman tienen condiciones estructurales o sociales que hacen que se enfermen, como el hacinamiento por la pobreza, como personas que no pueden realizar teletrabajo o personal de la salud”.
Ejemplos de ello, la socióloga, indica se aprecian en el discurso de Donald Trump de responsabilizar a China por el virus, “que no contribuyen, sino que genera una visión de China y sus ciudadanos muy negativas que se mezcla con muchos prejuicios”.
Quién y qué se respeta en una sociedad queda claro en una pandemia. “A los pacientes con Sida se les discriminaba también bajo un estándar moral. En este contexto algo de eso hay, y se cree que las personas que se enferman han sido irresponsables, pero además son pobres, de otras nacionalidades, es ahora cuando se mezcla en algún nivel lo peor de los prejuicios”, detalla Orchard.
Por cómo ese miedo se manifiesta, es importante, que se mantenga la privacidad y confidencialidad de quienes buscan atención médica y de quienes están contagiados. Al ser un escenario en que muchos aspectos emocionales pueden desencadenar respuestas de discriminación, conocer el detalle de quiénes están contagiados y dónde viven, dice Maldonado, no es una información relevante para población en general, “no debiera interesarle más que a investigadores, ya que si el vecino está o no contagiado no debiera modificar mi conducta, si con distancia y el lavado de manos se evitar al contagio, aunque viva en el departamento de al lado, es algo que se debe seguir haciendo”.
Fake news y lenguaje bélico
Miedos y su posterior respuesta de rechazo y estigma que se mantienen, sobre todo, dice el científico, si se carece de información.
El lenguaje bélico con el que se ha generado la conversación social de la enfermedad contribuye a esto, indica Orchard. Las enfermedades se han construido como depredadores malvados y como responsabilidades personales, contribuyendo al rechazo social. Los actores de salud pública pueden desafiar esas metáforas militares y otros lenguajes estigmatizantes en los mensajes de salud pública, para evitar discriminación.
Pero la actual pandemia, dice Orchard, se ha desarrollado discursivamente como una “guerra”. Muy distinto, explica, a cómo se ven las “desgracias” que es lo que se ocupa en el caso de un terremoto. “Ahí no se habla de un enemigo, sino que tenemos que ser solidarios y que Chile tienen que ‘ponerse de pie’, que apela a la solidaridad y a la empatía. En cambio, acá los relatos son de protección frente a este enemigo que podemos combatir mediante conductas de control, si yo me encierro, si cuido a mis hijos es improbable teóricamente que me contagie, un discurso que es muy es injusto con quienes no pueden hacer eso y se enferman, que no pueden teletrabajar, madres solas y padres solos, porque toda la red de cuidado desapareció, entre otros”, sostiene.
Y las noticias falsas también aportan en las actitudes de estigma y rechazo. Eso ocurre, explica la socióloga, porque en contextos de incertidumbre esas fake news le dan una explicación sencilla a un fenómeno muy complejo y “da a las personas cierta sensación de tranquilidad al entenderlo, pero contribuyen a avivar o gatillar reacciones ya xenófobas y racistas que se daban desde antes”.
Las personas son más susceptibles a sesgos y estereotipos cuando carecen de información precisa, detalla Maldonado.
Se necesita una comunicación clara, concisa y culturalmente apropiada, en múltiples formas y en múltiples idiomas, para llegar a amplios segmentos de la población. Necesitamos más información para reducir el estigma, coinciden ambos especialistas.