Entre los meses de abril y septiembre Coyhaique suele estar cubierta por una densa capa de humo. Es la ciudad con los mayores niveles de contaminación atmosférica del país. Una condición que la capital de la Región Aysén exhibe hace muchos años, principalmente debido al elevado consumo de leña.
La contaminación atmosférica, en particular en sectores urbanos, afecta la salud de sus habitantes. Producto de esas altas concentraciones experimentan desde dolores de cabeza, irritación de las vías respiratorias, irritación ocular, entre otras consecuencias.
El alto consumo residencial de leña es un problema que va acompañado de un uso ineficiente de la energía, que se da principalmente por altos niveles de humedad de la leña, más calefactores poco eficientes y viviendas térmicamente inadecuadas. Todo eso en condiciones meteorológicas desfavorables, y con una producción y consumo de leña muy inserta en la cultura del sur de Chile.
Una situación que se ha buscado cambiar hace años a través de distintas iniciativas, principalmente motivando a la población a hacer un uso más eficiente de esta fuente de energía. Y ya se aprecian cambios.
Así lo indica un estudio del Instituto Forestal (Infor), organismo adscrito al Ministerio de Agricultura, que detectó una disminución del 45% en el consumo de leña en la ciudad de Coyhaique entre los años 2009 y 2020.
Los resultados del estudio “Consumo de leña y otros biocombustibles sólidos en la Región de Aysén: adopción acelerada del pellet en la ciudad de Coyhaique y predominio de la leña en el resto de la región”, se explican en parte por la implementación de buenas políticas públicas, cambios en los hábitos de consumo de energía y el ingreso del pellet al menú energético de las familias, explica el investigador del Infor y responsable del estudio, Dr. René Reyes.
Desde Infor realizan un monitoreo permanente del consumo de leña y pellet y otros biocombustibles sólidos a lo largo de Chile. Todos los años realizan algún estudio al respecto. En 2021 ese análisis correspondió a la Región de Aysén. “En ese marco aplicamos encuestas en las ciudades de Coyhaique, Puerto Aysén, Cochrane, entre otras, así como también en áreas rurales”, indica Reyes.
De ese trabajo, uno de los resultados más interesantes fue comprobar que el consumo de leña de la ciudad de Coyhaique se ha reducido bastante durante los últimos 10 años, “desde aproximadamente 292 mil metros cúbicos sólidos, que era lo que se consumía en el año 2009, a 160 mil metros cúbicos que fue el dato que estimamos en el estudio”, detalla.
Medidas efectivas
Se trata del primer trabajo que aborda el consumo de leña en toda la Región de Aysén, y consideró encuestas en todas las localidades y sectores rurales de la región, desde La Junta en el norte hasta Villa O´Higgins en el extremo sur.
Sus resultados destacan que el 80% del consumo de energía en la Región de Aysén proviene de la leña; el 8% del gas licuado; el 5% de la electricidad; el 5% del pellet; el 1,5% de kerosene y el 0,5% de otras fuentes de energía. En áreas urbanas, en tanto, el 82% de las viviendas consume leña, cifra que llega al 99% en áreas rurales.
La ciudad de Coyhaique concentra el 28% del consumo regional de leña. “Uno de los factores más importantes que explican este desacople entre el consumo de leña y el crecimiento demográfico en Coyhaique es el menor porcentaje de familias que cocinan con leña”, explica el investigador de Infor, Rafael Sanhueza, coautor del estudio.
Otro de los elementos que está incidiendo en disminuir el consumo de leña, añade Sanhueza, es el uso de fuentes de energía complementarias, como kerosene y pellet.
Observaron un aumento en la proporción de familias que consumen pellet. “Ha ido reemplazando a la leña en un porcentaje alto, cerca del 30% de las familias en Coyhaique usan pellet. Lo cual es bastante significativo porque ha sido un proceso rápido. El pellet comenzó a usarse por el 2015 y 2016, y en cinco años está presente en casi un tercio de las familias”, dice Reyes.
Por otra parte, las familias de Coyhaique están dejando de cocinar con leña, señala Reyes: “Hay un uso muy extendido del gas licuado para cocinar, algo que también se observa en Puerto Montt y en Valdivia, es un proceso que va de la mano con el aumento de ingreso per cápita de las familias chilenas”.
Todo eso ha permitido disminuir el consumo de leña, y poco a poco mitigar la contaminación atmosférica de la ciudad. “Coyhaique ha sido indicada como una de las ciudades más contaminadas, no solamente de Chile, sino que durante el invierno también del mundo, con altos niveles de concentración de material particulado y otros gases que son nefastos para la salud de las personas”, dice Reyes, quien añade que la introducción de otras fuentes de energía como el pellet, es una buena noticia para la salud de la gente de Aysén, “aunque es probable que todavía falte, hay que ir avanzando en esa dirección, pero por lo menos la orientación de la dirección es la adecuada”.
Además han influido otros aspectos, como cambios demográficos con familias más pequeñas y un uso menos intenso de la vivienda, y la implementación del Plan de Descontaminación Atmosférica (PDA), añade Sanhueza.
Respecto de este último punto, la especialista en temas de eficiencia energética de Infor y coordinadora regional de Aysén de la Red de Pobreza Energética (RedPE), Dra. Alejandra Schueftan, señala que políticas públicas como los PDA se han traducido en subsidios de reacondicionamiento térmico de viviendas, el reemplazo de estufas a leña por otras tecnologías y el fomento del uso de leña seca, acelerando procesos de transición energética que han permitido la reducción del consumo.
“Fortalecer ese proceso, e implementar un plan integral de eficiencia energética que implique mejorar el programa de reacondicionamiento térmico de viviendas y mayores exigencias para las normas de emisiones de los calefactores a leña, sería un buen camino. Algo similar debería implementarse en Puerto Aysén, Cochrane y otras localidades para que toda la región avance al mismo ritmo”, enfatiza la Dra. Schueftan, quien también es coautora del estudio.
El PDA, dice Reyes, que lleva varios años implementándose en la ciudad, entre otras iniciativas, han estimulado el consumo de pellet, junto con promover, por ejemplo, la aislación térmica de las viviendas, lo que permite reducir el consumo de energía para calefacción. “Las casas están más abrigadas, lo que significa que la demanda de energía para calefacción disminuye, y también han implementado un programa de recambio tecnológico haciendo que los calefactores que se utilizan hoy en día sean más modernos y eficientes que los que se utilizaban en el pasado”.
Impacto bosque nativo
“No estamos hablando de un reemplazo total de la leña por otros combustibles, sino de un reemplazo parcial. Hoy en día las familias, si antes quemaban en promedio 40 metros de leña al año, hoy utilizan la mitad de ese volumen, pero siguen utilizando leña”, explica Reyes sobre la diversificación del menú energético de las familias. “Todavía las señoras que quieran cocinar un plato tradicional o hacer un asado, lo siguen haciendo, pero cuando necesitan calefaccionar bien la casa, probablemente usan menos leña de la que usaban antes y complementan con pellet, electricidad u otras fuentes de energía. De alguna forma esto permite que los usos culturales de la leña se mantengan”.
Las cifras del estudio son alentadoras en cuanto a la disminución del consumo de leña, pero aún la Región de Aysén registra el consumo de leña por habitante más alto del país (5,5 m3 sólidos/año) y del mundo. “Ni siquiera en el África Sub-Sahariana se consume tanta leña por persona como en la Región de Aysén”, señala Reyes, en base a las estadísticas de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).
Varias son las razones que explican ese alto consumo de leña. El estudio apunta al clima de la región, la alta disponibilidad de biomasa, debido a la abundancia de bosques nativos, plantaciones forestales y áreas cubiertas por pinos asilvestrados. Todo ello sumado a serios problemas de conectividad que históricamente han dificultado el acceso a otras fuentes de energía.
Prácticamente el 100% de la leña que se consume en la región proviene de bosques nativos, muchos de los cuales se cortan de manera ilegal, o legal, “pero con prácticas de manejo que no siempre son las más adecuadas”, destaca Reyes. Un escenario diferente a lo que ocurre en las regiones de Los Ríos y Los Lagos, donde el abastecimiento de leña depende crecientemente de la cosecha de plantaciones de especies exóticas, las que han reducido la presión sobre el bosque nativo.
Datos de Infor muestran que el 73% de la leña que se consume en la ciudad de Coyhaique corresponde a lenga; el 13% a ñirre y el 14% a otras especies. En Puerto Aysén, en cambio, el 85% de lo consumido es lenga; el 1% ñirre; el 3% coigüe y el 12% otras especies. En ambas ciudades se observa un agotamiento gradual del ñirre, y una mayor dependencia relativa de lenga.
La investigación detectó a su vez, que en el sector de los fiordos y las islas existe una tala bastante intensa de especies nativas. “La tala ilegal de bosque nativo en la zona de los fiordos pasó a abastecer el consumo de leña de Melinka, Puerto Aguirre, y de otras localidades que están en la zona. Hay mucho transporte de leña en bote. Lo que hacen las personas es ir a esas islas deshabitadas, talar los bosques y llevarse la leña para abastecer el consumo”.
Un impacto ambiental que no es menor y que no está adecuadamente evaluado, dice el investigador, porque es una zona de difícil acceso. Situación similar experimenta el ñirre, una especie muy típica de la Patagonia, que está fuertemente presionada por el consumo de leña y por el uso ganadero de los predios.
“La pregunta del millón, es ¿cuánta leña tolera Coyhaique? Eso, para que los niveles de contaminación se mantengan dentro de ciertos umbrales que permitan una vida sana, que no hagan que la gente se enferme”, sostiene Reyes sobre un umbral máximo que no está claro aún.
“No se sabe cuánto es el volumen total de leña que tolera una ciudad como Coyhaique dada su geografía, etc. Eso no se puede responder, lo que sí se puede decir es que el volumen de consumo de la ciudad va en una trayectoria descendente y que eso permite de alguna manera reducir los índices de contaminación. Aunque todavía no sabemos cuál es el nivel que se necesitaría para que no haya contaminación o haya muy poca contaminación”, concluye.