En los últimos años, se ha prestado una creciente atención a la relación entre las experiencias adversas en la infancia (ACEs, por sus siglas en inglés) y la salud a lo largo de la vida. Las ACEs engloban situaciones de trauma o estrés que ocurren antes de los 18 años, como el abuso físico, emocional y sexual, el abandono, la negligencia y la exposición a situaciones de estrés familiar. Estas experiencias traumáticas han demostrado tener efectos duraderos en la salud y el bienestar de las personas.
Un área de investigación emergente ha explorado la conexión entre las ACEs y la enfermedad de Alzheimer (EA), la forma más común de demencia. La EA es una enfermedad neurodegenerativa que afecta a millones de personas en todo el mundo, y encontrar formas de prevenirla o retrasar su aparición es de suma importancia. Numerosos estudios han revelado una relación significativa entre las ACEs y un mayor riesgo de desarrollar EA en la edad adulta.
La evidencia sugiere que las ACEs pueden afectar la salud cerebral y contribuir a los cambios neurobiológicos asociados con la EA. Por ejemplo, se ha observado que las personas que han experimentado ACEs presentan reducciones en el volumen de ciertas áreas cerebrales, como el hipocampo y la corteza prefrontal, que desempeñan roles cruciales en la memoria, el aprendizaje, la toma de decisiones y la regulación emocional.
Además, se ha visto que las ACEs pueden afectar la plasticidad cerebral, que es la capacidad del cerebro para adaptarse y cambiar a lo largo del tiempo. Estas alteraciones en la plasticidad cerebral se reflejan en cambios en los sistemas de respuesta y regulación del estrés, lo que aumenta la vulnerabilidad al deterioro cognitivo y la desregulación emocional, y contribuye al desarrollo de trastornos neuropsiquiátricos como la ansiedad y la depresión, así como a enfermedades como la EA.
Un análisis sistemático reciente examinó varios estudios sobre la asociación entre las ACEs y el riesgo de EA y respaldó la relación entre ambos. Aunque el número de estudios es limitado, todos ellos mostraron que las personas que experimentaron ACEs tenían un mayor riesgo de desarrollar EA en comparación con aquellos que no tuvieron experiencias adversas en la infancia.
Una de las explicaciones más respaldadas es que las ACEs aumentan la carga alostática, que se refiere a la activación crónica de las vías de estrés en respuesta a eventos adversos. Es importante destacar que el proceso de alostasis es una respuesta adaptativa del cuerpo a los desafíos y el estrés. Sin embargo, la sobrecarga alostática, como resultado de la exposición prolongada al estrés sin una recuperación completa, puede desencadenar cambios en la arquitectura cerebral y en la conectividad de las redes neuronales.
Además de la carga alostática, otros factores asociados con la alteración de la homeostasis corporal pueden contribuir al riesgo de EA. Por ejemplo, se ha descubierto que las ACEs favorecen el desarrollo de inflamación crónica y estrés oxidativo, lo cual puede llevar a la resistencia a la insulina, un factor de riesgo relacionado con la EA.
Si bien las ACEs no son la causa directa de la EA, es crucial tomar medidas para prevenirlas y abordarlas. Además, se necesita más investigación para comprender los mecanismos subyacentes de la asociación entre las ACEs y la EA, así como su interacción con otros factores de riesgo. Un mayor conocimiento en este campo puede ayudarnos a desarrollar estrategias más efectivas de prevención y tratamiento de la EA, y mejorar la calidad de vida de aquellos que han experimentado traumas en la infancia.
* Ph.D., BrainLat, Escuela de Psicología UAI