El Festival de Viña del Mar es un evento que ha trascendido fronteras. Algo que partió espontáneamente como un certamen musical para dar a conocer las playas viñamarinas, se ha convertido a lo largo de sus versiones en un espacio de unión social, síntesis de las transformaciones sociales del país.
A pesar de que este año le han caído una lluvia de críticas por su parrilla de artistas poco transversal, demoras en la programación, la suspensión de la orquesta y la bajada de protagonistas, está claro que el festival mueve las masas de todo un país, y es el tema de conversación en todas las mesas. No es de extrañar que la Gala del viernes pasado marcaran un rating impactante con 36,1 puntos en su hora peak.
El fenómeno que se produce en Viña del Mar va más allá de lo que podría significar un festival de canciones, es un acontecimiento de repercusión internacional que ha logrado apasionar a las personas desde el primer momento.
Primeros años
Era 1960 y el Festival de la Canción se inauguraba humildemente en el Parque Quinta Vergara, en donde se ubicó una tarima de madera con telones de fondo al lado del Palacio de Bellas Artes. En ese entonces el público debía llevar sus propias sillas para ver el show.
El festival que se celebraba cada febrero comenzó a adquirir importancia y dejó de ser un acontecimiento local para convertirse, gracias a la radio y la televisión en un evento internacional.
Raúl La Torre, Magíster en historia y gestión del patrimonio cultural y Coordinador de Extensión Cultural de la Universidad de los Andes, comenta que “El festival de Viña nace como cualquier otra actividad cultural municipal de verano, con los ingredientes propios de esta estación en que las personas buscan panoramas para las noches de vacaciones”.
Así, el Festival de Viña, sin querer, desde aquella diminuta actividad musical dio origen a un tipo de “carnaval a la chilena”, donde se convoca un concurso, hay participación del público y comunidades, tiene un marcado rasgo popular y una premiación, explica La Torre.
El Festival de Viña del Mar fue convirtiéndose poco a poco en un infaltable del verano y no son pocas las historias de familias que en los 80′s y 90′s se juntaban a ver cada una de las jornadas como una más de sus actividades veraniegas. “Aquí el fenómeno de la televisión y el hecho de que cada vez más familias chilenas podían contar con una de ellas hizo que su popularidad aumentara abrumadoramente, hasta convertirse en lo conocemos el día de hoy”, explica La Torre.
El monstruo de Viña
Cada mes de febrero el público chileno se convierte en el protagonista de la Quinta Vergara,y quizás el aspecto más significativo del certamen tiene relación con la manifestación pública de las sensibilidades sociales y políticas de Chile.
Desde su anfiteatro, el público o “monstruo” interactúa con los artistas y animadores, y no teme premiar o hacer temblar la carrera de quienes se presentan en vivo y en directo.
“El festival también es una breve muestra de nuestra historia reciente, de la que sí se tiene registro audiovisual. Es así que vemos en Viña nuestras grietas como sociedad, la imagen que queremos proyectar como país, cómo nos vemos; pero también el uso político que tiene hasta nuestros días”, comenta el historiador La Torre.
Así, el Festival ha servido para seguir el pulso político del país. El momento más evidente fue durante la dictadura de Augusto Pinochet, cuando con el golpe de estado militar de 1973 los sueños de un orden social más justo terminaron bruscamente al desaparecer los derechos y libertades básicos.
Pero cada febrero Chile siguió abriéndose al mundo gracias a las transmisiones del festival, que a pesar de las restricciones sociales el gobierno autoritario conscientes de la importancia nacional del festival se vio obligado a suspender las medidas restrictivas como los “toques de queda” en los días de festival. De esta forma, el festival se convirtió en un momento de unión para las personas, siendo el único evento en que podían juntarse sin miedo y celebrar con los artistas y humoristas.
Con el tiempo, el Festival de Viña se ha impregnado en la memoria y se ha convertido en un carnaval a la chilena, un espacio de unión y distracción, y en donde el público deja ver sus sensibilidades.
Es por esto que en febrero de 2020, en el marco del estallido social, la política desplazó a la música para convertirse en el verdadero protagonista del festival. Fue evaluado como uno de los más políticos que se recuerdan y la edición en la que el certamen reconectó con la gente.
También tuvo las mejores audiencias de los últimos nueve años y para algunos fue la edición “más significativa” de la última década. El público se manifestó en muchas ocasiones cantando consignas contra el presidente Sebastián Piñera, saltando al grito de “el que no salte es paco” y mostrando numerosos carteles por demandas sociales.
Muchos lo comparaban al festival de 1988 que precedió al plebiscito para poner fin a la dictadura de Augusto Pinochet. En aquel momento, como ahora, el ambiente estaba tensionado y los artistas que pasaron por el escenario no quisieron desaprovechar la gran tarima, entregando mensajes políticos y sociales.
El festival en el último tiempo
El Festival de Viña ha crecido en importancia y reconocimiento, lo que partió en un humilde festival de música guiado por la cultura, hoy en día se ha convertido en un “espectáculo televisado que tiene como segundo plano este festival de la canción”, comenta Raúl La Torre.
“Tiene esta característica del Chile moderno, que se va actualizando en la medida en que van surgiendo ciertas demandas temáticas muy propias de nuestro tiempo”, explica La Torre.
Una temática sustentable y reciclada, un tiktoker de humorista, una parrilla musical predominantemente juvenil, el fin de la orquesta en vivo y la primera candidata a reina de Viña no binaria son una fotografía de la sociedad de hoy, y que cambia con los años.
El tiempo dirá cómo se moderniza el Festival de Viña del Mar, pero lo que está claro es que es un evento de magnitud mundial, que creó un espacio común de entendimiento entre las personas a través de la música. Su imparable crecimiento terminó por convertirlo en el festival de festivales, y después de 60 años de triunfos y canciones, Viña del Mar ha dejado su impronta en la historia de la música, siendo un fenómeno cultural de primera categoría.