Ya son veinte nuevos días los que se acumulan en nuestras cédulas de identidad antártica, y como narraba en la entrada anterior su duración me ha parecido más corta que el aleteo de un pequeño y tímido picaflor.
Como ya se imaginarán por esa frase, Eolo y Poseidón han seguido benevolentes con nosotros y eso me tiene cual escolar antes de un feriado largo; contento por la buena dicha y preocupado porque sabe que no durará demasiado.
Mientras la meteorología acompaña surcamos las aguas de nuestra bahía Fildes a cada ocasión que se nos presenta. En un mundo de fantasía, cuyas nubes están hechas de algodón de azúcar, si esta bonanza se alargase sine die podría llegar incluso a ocurrir el inefable suceso de que hiciésemos todo lo planificado y me quedase sin insumos.
Pero mis muchas canas para algo sirven y me avisan que aquí nada bueno dura demasiado, así que debemos aprovechar estos días, aunque el cansancio se acumulé casi tan rápido como las horas de sueño desaparecen.
Las jornadas son intensas con unas cinco horas de trabajo en el mar rematadas por otras cuatro horas de trabajo en el laboratorio que no podemos posponer por las necesidades de las técnicas a emplear. Como ya se imaginarán eso hace que pasemos horas a la intemperie consumiendo energía mientras lanzamos equipos y tomamos muestras de agua de mar. Energía que luego no podremos reponer hasta no terminar con el trabajo del laboratorio.
Por eso durante los minutos que dura la navegación de regreso a la base la lancha se convierte en un frenesí digno del mejor documental de National Geographic. Al parecer el oceanógrafo promedio es capaz de deglutir cual pato una hallulla en menos de un minuto para luego empujarla gaznate abajo con un sorbo de té, café, chocolate caliente o cualquier brebaje similar. Todo esto mientras la lancha avanza alegremente pues las muestras deben regresar al laboratorio lo antes posible.
El placer de comer esa hallulla sazonada por las salpicaduras que ha recibido mi barba sólo se puede comparar al placer que da poder finalmente evacuar cuando uno lleva mucho mucho tiempo en necesidad de hacerlo, pero alguna causa de fuerza mayor lo ha prevenido. En verdad en momentos así uno se da cuenta de que al final somos mamíferos con poco pelo que necesitan cubrir sus necesidades más básicas de igual forma que cualquier otro.
Esas hallullas y las otras viandas que disfrutamos mientras trabajamos aquí son la labor de nuestros amados cuquis (cocineros en el argot) quienes nos mantienen felices y bien alimentados para que todos podamos realizar aquí nuestro trabajo en las mejores condiciones posibles.
Si alguna vez alguien les mira como un oceanógrafo mira a una hallulla antes de devorarla con los guantes de trabajo aún puestos, hagan todo lo posible por mantener a esa persona cerca el resto de su vida. Tamaña adoración no es algo baladí.
Ahora bien, no se vayan a pensar que sólo salimos al agua para comer, como les dije antes eso es el cierre a cinco horas intensas de trabajo a bordo de la lancha. Cinco horas donde todos debemos estar concentrados, científicos y tripulación, para que las maniobras salgan bien y los datos y las muestras se tomen rápida y eficazmente porque luego en cualquier instante puede levantarse el viento y perdemos el muestreo.
Igual que los cuquis nos alimentan, el equipo de navegación nos lleva allí a donde necesitamos ir y sin ellos no podríamos hacer nada. Recuerden que un oceanógrafo se marchita y agosta si no remoja la escama de vez en cuando.
Estos últimos días con Eolo y Poseidón de nuestro lado y el apoyo del grupo logístico hemos podido muestrear cinco veces, lo que es todo un hito en estas latitudes. Y si bien la meteorología ha estado de nuestra parte un nuevo e inesperado enemigo ha aparecido, el frío.
Y algún astuto lector me dirá, obvio que está frío estas en Antártica, pero no me refiero al frío del aire si no al frío de las aguas de nuestra bahía. Llevamos cuatro años muestreando la bahía en estas fechas y con mucha diferencia este es el año que las aguas están más frías con toda la columna de agua en valores bajo cero y las muestras más profundas con valores cercanos a un grado bajo cero. La concentración de sales hace que estas aguas se empiecen a congelar cerca a dos grados bajo cero, así que mejor no tentar nuestra suerte que la situación podría ser peor. Siempre puede ser peor.
Como ya les dije pasamos cinco horas a bordo de la lancha operando cabos, equipos y tomando muestras de agua, agua muy helada he de añadir este año. Obviamente nuestras manos quedan mojadas desde el mismo momento en que empezamos con el trabajo a bordo y eso sumado con un poco de viento hace que la congelación deje de ser una posibilidad y se instale en el reino de una realidad sufrible y cierta.
Para algunas de las muestras sólo estamos protegidos con guantes de laboratorio, por necesidades del procedimiento, y la verdad que en esos momentos es como si un millón de agujas te mordiesen la piel mientras el frío penetra por tu cuerpo hasta llegar a hueso.
Es un frio que se instala en el tuétano y poco a poco te hace perder la sensibilidad (la única cosa buena de todo el proceso) de tus articulaciones primero y luego de toda la carne. Es como una mordedura que nunca para de apretar hasta que de repente ya no sientes nada y al más puro estilo de los viejos estoicos te instalas en un extraño estado de ataraxia.
Por desgracia la ataraxia no dura, y luego cuando lentamente recuperas tus manos los dolores regresan corregidos y aumentados en función de las lesiones que acumulen tus manos. Por ejemplo, en mi caso alguno de los dedos quebrados en mis años de deportista protesta con mayor vehemencia que el resto de la tropa. Gajes del oficio, supongo.
Pero estas aguas tan frías son muy pesadas y tienden a quedarse acumuladas en ciertas zonas del fondo de la bahía lo que hace que muestrearlas sea tan arduo como interesante. Mientras la meteorología y nuestras manos aguanten seguiremos estudiando estas aguas que nos cuentan la historia de que pasó en la bahía unos meses atrás. Antártica es así uno puede regresar al mismo sitio muchas veces y cada año algo nuevo te recibe; algo que te atrapa y no te deja escapar. Son estas las cosas que nos hacen regresar una temporada tras otra cual aves migradoras o ballenas en busca de krill.
* El Dr. Juan Höfer, es oceanógrafo del Centro de Investigación Dinámica de Ecosistemas Marinos de Altas Latitudes (IDEAL) de la Universidad Austral de Chile (UACh) y académico de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso (PUCV).