“Nosotros afirmamos una nueva belleza: la belleza de la velocidad”, declamaban en 1909 los fundadores del movimiento futurista, en un artículo publicado por el periódico francés Le Fígaro. En esa misma publicación, ni los íconos de la Grecia clásica se salvaban del optimismo futurista: “Un automóvil rugiente es más hermoso que la Nike de Samotracia”, afirmaban.
A comienzos del siglo XX, una especie de euforia por el avance de la ciencia y la tecnología recorría el mundo, pero apenas tres años más tarde, uno de los mayores símbolos de la tecnología y de la modernidad contemporáneas, el Titanic, se hundía en las aguas del Atlántico durante su viaje inaugural.
Hablamos de una época en que se habían concretado sueños como los de Leonardo da Vinci y sus máquinas volantes, pero estos avances –también-, habían demostrado ser herramientas capaces de sembrar muerte y destrucción.
En 1937 Pablo Picasso representó el horror del bombardeo al pueblo de Guernica, en el norte de España, en una de sus celebérrimas obras. Ese período de nuestra historia culminó con los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki, también producto de la ciencia y tecnología más avanzada de aquellos tiempos.
Así, el siglo pasado estuvo marcado por una fuerte tensión entre el ser humano y la tecnología. ¿La tecnología es buena? ¿Es mala? ¿nos empuja hacia un futuro luminoso? ¿o hacia nuestra propia destrucción? Son preguntas que siguen siendo más actuales que nunca frente a los desarrollos de la Inteligencia Artificial, a la disponibilidad de las grandes bases de datos, a la manipulación de la opinión pública a través de las redes sociales.
La misma pandemia de Covid-19 nos lleva a preguntarnos cuánto los medios tecnológicos han aportado a la difusión, y cuánto a la contención del virus. Incluso nos lleva a cuestionarnos en qué medida el actuar humano ha contribuido a generar la emergencia alterando delicados equilibrios naturales.
Pero esta tensión no es tema nuevo, muy por el contrario, es parte del tejido de nuestra cultura, como lo demuestra el mito de Prometeo, que roba el fuego a los dioses para regalarlo a los humanos. En la Edad Antigua, Media y en el Renacimiento, la tecnología era poca, existían técnicas artesanas que reproducían procedimientos tradicionales transmitidos de una generación a otra. Los avances eran casuales, a ciegas, por prueba y ensayo y por lo tanto muy lentos. ¿Qué faltaba para avanzar más rápido? Faltaban las herramientas matemáticas, el cálculo, la teoría.
Los caracteres numéricos indo-arábico comenzaron a difundirse en Europa recién a partir del año 1200, gracias al trabajo del matemático Leonardo Fibonacci. Antes, calcular ocupando los números romanos, era extremadamente complicado. Descartes y Galileo identificaron la esencia matemática de la naturaleza. Newton y Leibniz desarrollaron el cálculo. Los avances posteriores fueron posibles gracias a la nueva sinergia entre ciencia, tecnología y matemáticas.
A modo de ejemplo de lo que señalamos, durante el siglo XX y lo que va del XXI la expectativa de vida en Chile ha pasado de 32 a 80 años; la emisión de CO2 por cápita de 0,2 a 4,6 toneladas, por año.
¿Hemos sido superados por nuestra tecnología?
Hoy el mercado nos trae constantemente los productos de una tecnología masificada cuyo uso es simple y al alcance de todos, pero cuyas implicancias son extremadamente complejas. Así, mientras el mundo antiguo era de alguna manera sub-tecnologizado, en el sentido de que disponía de poca tecnología en comparación con su nivel de desarrollo general, nuestra sociedad sufre el problema opuesto, tenemos exceso de tecnología en comparación con nuestro nivel de desarrollo social y ético.
En comparación con la tecnología disponible los antiguos eran muy sabios, nosotros en cambio parecemos caer en la ignorancia y la insensatez. Situación que, además, se autoalimenta ya que los medios tecnológicos se han convertidos en vehículos de desinformación y difusión de ideas anti-científicas. Así se difunde también un sentimiento de desconfianza o incluso de aversión hacia la tecnología y la ciencia. ¿Es el fracaso de la tecnología? ¿Prometo mereció ser castigado por los dioses?
En su ensayo Los filósofos y la maquina el historiador y filósofo de la ciencia Alexandre Koyré indica que: “La máquina ha cumplido con lo prometido, ahora corresponde a la inteligencia del ser humano definir con que objetivos ocupar esa potencia”.
Entonces, si el gran avance de la tecnología a partir del siglo XVII fue posible gracias a una nueva sinergia entre tecnología y ciencia, lo que ahora se ve como indispensable es integrar al que hacer tecnológico la reflexión, la sabiduría, la filosofía, la ética, áreas en que los antiguos eran maestros.
Esto nos obliga, también, a repensar profundamente la relación entre formación técnica, científica y humanista en pos de un futuro más equilibrado.
* Académico del Centro UC de Astro Ingeniería, Escuela de Ingeniería UC