Pese a la pandemia, hubo masivas -y pacíficas- manifestaciones a lo largo de nuestro territorio en el Día Internacional de la Mujer. Mientras el frontis del Congreso proyectaba frases como “Ni sumisa ni devota”, el gobierno anunciaba la creación de un registro nacional de deudores de pensiones alimenticias. En el tenis, la raqueta nacional Daniela Seguel afirmó que en pandemia la desigualdad entre hombres y mujeres se hizo patente en la cantidad de torneos jugados y la ANFP, junto a la Ministra del Deporte y jugadoras del Campeonato Femenino de Fútbol, lanzaron un protocolo para la prevención y sanción de las conductas de acoso y abuso sexual, discriminación y maltrato.
Fuera de nuestras fronteras, la chilena Marcela Said, directora de algunos capítulos de la aclamada serie Lupin, afirma que aún es difícil que llamen a mujeres a dirigir y aunque el tenis muestra significativos avances (dos de los cuatro Grand Slams son dirigidos por mujeres y los premios son equitativos en Melbourne, París, Londres y Nueva York), en los demás deportes las diferencias salariales siguen siendo abismantes. En los espectáculos, Nathy Peluso -famosa por cantarle al clítoris y al FMI en una misma canción- sorprende en los premios Goya al reinventar la Violetera, mientras el zorrillo Pepe Le Pew es acusado de normalizar la violación. En el mundo empresarial hizo noticia la filántropa Mackenzie Scott, quien después de divorciarse del magnate Jeff Bezzos, se casó con el profesor de ciencias de sus hijos. Pero quien se robó -por lejos- las portadas de la prensa amarilla, fue la plebeya Meghan Markle, quien en una exclusiva -y devastadora- entrevista realizada por Oprah Winfrey, confesó haber pensado en el suicidio… mientras la Institución se preguntaba cuán moreno sería su hijo Archie.
Apago Twitter, cierro todas las ventanas de mi computador y dejo solo la de Zoom abierta. Es hora de conectarme con Sofía, una nueva clienta.
He pensado toda la semana en esta sesión que me regaló la Jose, mi hermana. Yo no quería terapia. Ella me dijo que era coaching. Quería que me atendiera una mujer. Me dijo que me haría bien hablar con un hombre… En fin… da para largo, pero según mis hermanas, tengo problemas con ustedes. Y supongo que a caballo regalado no se le miran los dientes...
Silencio… Sofía mira hacia abajo… suspira largo y sin levantar la mirada continúa…
Perdón. Mala partida. No era la que había pensado. Estoy mal hace rato y supongo que me pongo a la defensiva… y pesada. Tal vez tienen razón mis hermanas.
¿En qué?
Dicen que estoy agresiva y que mi rollo con los hombres se me arranca de las manos. No lo sé, puede ser, pero reconozco que a los heteronormados no me los banco y que desde que me vine a vivir con mis hermanas estoy pa’ la cagada. No por ellas; ellas me han apañado todo el rato. Es este doble encierro, pues aparte de la pandemia, pienso todo el tiempo en Thiago, mi ex. Y como mis hermanas y amigas ya no me dejan hablar de él…
Silencio… Sofía inhala y mira hacia arriba…
Soy patética, lo sé. Tengo claro que es… era… una relación tóxica, que me hace mal, que me merezco estar con alguien mejor o estar sola y contenta conmigo misma, pero no puedo. No puedo sacármelo de la cabeza. Me costó mucho irme del depa… mi familia, mis amigas, me suplicaban que lo hiciera, pero una y otra vez creí que las cosas iban a cambiar, que cuando se acabara la cuarentena íbamos a volver a lo de antes… ¿doy pena no? pero en el tiempo que llevo acá me he dado cuenta que ése antes con Thiago tampoco era bueno… simplemente no era tan malo. En realidad, era pésimo hace años.
¿Y por qué tan malo?
Es una historia muy larga… bueno… supongo que las cosas no se resuelven en una sesión… ¿no? A Thiago lo conozco casi desde que me vine a vivir a Santiago. Él es argentino, yo del sur. Supongo que teníamos esa extranjeridad que produce esta ciudad a los provincianos. Pero él me llevaba mucha ventaja, pues aparte de ser diez años mayor, se había instalado tiempo atrás en la capital y tenía mucho trabajo y carrete encima. Además, lo conocí en el peor momento de mi vida. Totalmente perdida, desorientada y Thiago me acogió y al poco tiempo me fui a vivir con él. Era un agrado, pues no me hacía las típicas preguntas. En realidad, no preguntaba nada y eso me tranquilizaba.
¿Por qué estabas tan inquieta?
Me vine a Santiago por dos razones. La oficial es que iba a entrar a la universidad. Esa es la cara bonita. La fea…
Silencio… Sofía apaga la cámara y tras unos segundos reaparece con un rollo de papel confort.
Perdona. Fui a asegurarme que no hubiera nadie y a buscar pañuelitos … No encontré… Parece mentira… han pasado más de diez años… y todavía no se los cuento… A ellas… ni a nadie… salvo a Thiago, a una psicóloga y ahora a ti…
Silencio… Sofía inhala profundamente mirando hacia arriba y exhala bajando la mirada…
Me vine a Santiago para hacerme un aborto. Nadie nunca supo nada y aproveché que tenía que inscribirme en la universidad para acelerar todo. En mi familia nadie entendía mi urgimiento y mis posteriores cambios anímicos. No quiero hablar mucho de esto y menos en una primera sesión, pero créeme que cambié mucho. No quería saber nada de mi familia e irme donde Thiago me permitió darle la espalda a todo y a todas. Y me metí en mi mundo de día y en su mundo de noche. En las mañanas era estudiante de arquitectura, en la noche la novia de un productor musical. Aunque la verdad es que Thiago es más que eso. Ha sido manager, produce eventos, discos… acompañaba a artistas extranjeros en sus giras por el país… en fin… es un personaje de la escena musical. Un hombre de la noche… que dormía todo el día… y renacía tipo seis de la tarde… de ahí podía funcionar hasta las dos… las tres o las seis… o no volver… y si eso pasaba… después dormía días… Y esos días eran los mejores… pues no salía en las noches y podíamos estar juntos… y aunque estuviera a medias y suene sórdido… para mí era perfecto…
¿Cuándo cambió?
En la U funcionaba, pues yo podía hacer mi vida totalmente independiente. Hice un grupito de buenas amigas con las que hacíamos todo juntas y en las noches, cuando quería salir, me sumaba a alguno de los eventos de Thiago. Eran los mejores carretes y con mis amigas gozábamos al máximo. Thiago aparecía y desaparecía. Aunque yo sé que era parte de su pega, era el ser más encantador en la noche. Te conseguía tragos, comida, mesas, pasar a ver a los artistas. Todas las atenciones. Lo que quisieras. Si le seguías el paso, podías deambular por recitales y bares o terminar desayunando en el Mercado o en la Vega… Y te insisto, era lo máximo, pues entre las entregas de la U, las preguntas de mi psicóloga y mis rollos familiares, tener a alguien así era lo más seguro del mundo.
¿Por qué?
Aparte de no preguntar nada… si tú le contabas algo, te escuchaba atentamente. No juzga a nadie, acepta todo y aunque a veces se picaba cuando se lo cagaban, si después se disculpaban era capaz de perdonar. Y por eso mismo le perdonábamos todo, pues fuera de su trabajo no puedes contar con él para nada. Cuando salí de la U esto nos empezó a traer problemas. Y nos fuimos distanciando. Pero en la cuarentena, él sin pega, sin plata, sin fiestas, la cosa cambió mal. Para que te hagas una idea, Thiago se parece a Chris Cornell. Es minísimo y aunque nunca ha hecho deporte, es flaco y fibroso, pues su pega es puro movimiento; traslados, subir y bajar equipos, preparar escenarios… pero si le miras la cara… tiene como mil años… mil arrugas…y una mirada profunda, impenetrable… en la noche se ven muchas cosas… Por eso tenerlo encerrado fue horroroso. Fumaba pitos todo el día, tomaba y se arrancaba. No sabías nunca dónde estaba ni cuando iba a volver. Necesitaba ayuda a gritos, pero no la aceptaba. Y en vez de enojarse o gritar, callaba y se cerraba. Y si insistía, desaparecía. Fue ahí cuando mis hermanas hicieron su “intervención”. Vinieron con bolsos y maletas. Sinceramente, no puse ninguna resistencia. Agarraron mis cosas y me llevaron igual que a un bulto. Me pasé días en cama sin levantarme. Perdí la pega y ahí sí que me fui a la chucha. Ya no tenía nada que hacer y mis hermanas me obligaban a ducharme, a comer. Apenas podía. Acepté ir al psiquiatra, me tomé las pastillas. Sigo con ellas y mis viejos aprovecharon mi caída para venir a verme. Me tuve que bancar su buenismo y sus preocupaciones. En otro contexto los habría mandado a la mierda, pero no tenía energía para pelear. Te juro que habría preferido tener papás brígidos, cabrones… pues nada peor que los viejos comprensivos cuando los quieres odiar, cuando odias al mundo y no tienes ninguna buena razón en su contra. Supongo que desde que aborté me odio a mí misma. Odio vivir con este secreto y seguramente por eso me costó tanto separarme de Thiago. Con él no me tenía que esforzar.
¿Nos vemos la próxima semana?
Sí. Pese a todo, ha sido bueno hablar con un desconocido. Tenía razón la Jose, hay algo que está mal. Yo antes adoraba a mi papá y supongo que no tenía problemas con los hombres, pero ahora, pese a la terapia y a los años, sigo odiándolo por haber sido tan bueno, tan protector, tan cariñoso. No me preparó para este mundo de mierda. Para este mundo de hombres.
Tras finalizar la sesión, inevitablemente se me vino a la mente el cuerpo femenino del dolor colectivo, fenómeno que según Eckhart Tolle se arrastra hace unos 2000 años con la supresión del principio femenino y que llevó, unos cientos de años atrás, a que el Tribunal de la Santa Inquisición torturara y asesinara entre 3 y 5 millones de mujeres por considerar demoníaca a la feminidad sagrada, reduciendo el rol de la mujer -en palabras de Tolle- “a ser el vehículo para traer hijos al mundo y a ser propiedad del hombre”.
Continuará…