Tras exiguas cuatro horas de sueño suena el despertador y uno se debate entre estampar el teléfono contra la pared o apagarlo con la suavidad que merece un objeto tan importante para la vida moderna. Son las 4 am y tras unos minutos de estiramientos es hora de desperezarse y ponerse manos a la obra: debemos cerrar los bolsos de mano (único enser con el que viajamos) y vestirse antes de partir.
A las 5 am llegamos al aeropuerto y, por el momento, todo sigue con luz verde: cada minuto que pasa nos acerca más a nuestro destino final, pero no podemos cantar victoria hasta el final, pues si las condiciones meteorológicas empeoran el vuelo será cancelado. Una vez con nuestro ticket en la mano y pasado el control de seguridad estamos a un pasito más cerca de nuestro destino. Aproximadamente a las 7 am nos embarcamos y todo parece indicar que finalmente hoy será el día y podremos llegar a la Antártica.
El vuelo es rápido y cómodo, con excelentes condiciones. Creo que es la vez que más rápido se me ha hecho y casi sin darme cuenta comenzamos el descenso. De repente nos rodea solo un blanco cuya consistencia asemeja a un mar de algodón de azúcar, y tras unos instantes cruzando este dulce mar, aparece la Antártica en todo su esplendor.
Es un día soleado donde la nieve y el hielo reflejan los rayos del sol y el mar de un azul intenso llama a navegar en él. Mientras descendemos se aprecian puntitos blancos en mitad del mar y cual Ahab pienso “por allí resoplan”, pero no se precipiten no son ballenas ni ningún ser vivo, aunque crezcan y se desplacen. Son trozos de hielo flotante, que vulgarmente llamamos icebergs o témpanos.
Los icebergs o témpanos son hielo formado por agua dulce, es decir, son como los cubitos de hielo del océano Austral. Su origen es terrestre y se forman cuando la nieve se deposita sobre la Antártica. La nieve se acumula muy lentamente sobre la Antártica pues es el continente más seco del planeta, pero con el suficiente tiempo la nieve se acumula y su peso y el frío hacen que se forme el hielo que a medida que crece da lugar a los glaciares que hoy en día podemos observar.
Aunque lo parezcan, los glaciares no son estáticos: tienen una parte donde la nieve y el hielo se acumulan haciendo que por esa zona el glaciar crezca, mientras que la gravedad y la configuración del terreno hace que los glaciares avancen y se muevan hacia las zonas bajas formando una lengua glaciar. En algunos casos estas lenguas glaciares tienden hacia el océano donde la pared del glaciar y el océano Austral se conocen. En esta pared final el glaciar tiende a romperse y desprender trozos de hielo de tamaño variable en función del tamaño de la lengua y otros factores. Estos trozos que se desprenden del glaciar quedado a la deriva en el océano es lo que llamamos icebergs o témpanos.
Alguno, de los pocos lectores de esta columna, quizás se pregunte por qué a un biólogo y oceanógrafo le interesan tanto estos trozos de hielo flotante. En Antártica la interacción entre el hielo de cualquier tipo (marino o de glaciar) y el océano es uno de los factores claves que determinan cómo se comportan nuestros ecosistemas marinos antárticos. Los icebergs y glaciares no son solo agua dulce, sino que además cumplen roles claves en el océano Austral. Por ejemplo, a medida que se derriten liberan agua dulce al océano que, al ser menos densa, es decir más ligera, que el agua de mar tiende a quedarse en la superficie del mar haciendo que se formen dos capas diferentes, como cuando mezclamos aceite y agua en el vaso.
Esta estructura de dos capas es clave para que las microalgas que viven flotando se queden atrapadas más cerca de la superficie del mar donde reciben más luz y entonces pueden hacer más fotosíntesis. Piensen que al final las microalgas que viven flotando son como el pasto y necesitan luz para crecer, y la luz es un bien escaso en Antártica y en cuanto nos hundimos unos metros en el mar ya casi no hay luz disponible para que estas algas crezcan y se reproduzcan.
Pero el hielo nos interesa por otras razones a parte de su habilidad de transformar el océano en una torta milhojas. Los glaciares en su avance sobre la tierra interactúan con la roca que hay debajo de ellos y, como si de un mortero se tratase, toneladas y toneladas de hielo destrozan esas rocas, las pulverizan e incorporan el propio hielo. Este proceso da lugar a un tipo de sedimentos que se llama harina glaciar por lo fino de la molienda y lo pequeño del tamaño de los granos incorporados al hielo.
Aquellos procesos geológicos hacen que los glaciares sean algo más que pura agua dulce congelada. Por ejemplo, estas interacciones con las rocas hacen que los icebergs sean potenciales vectores que transporten metales hacia el océano Austral.
Ahora ya se imaginan por qué desde hace años químicos, biólogos y oceanógrafos estamos interesados en saber qué llevan esos hielos flotantes. El problema es que es muy difícil tomar muestras de estos hielos de forma segura y sin contaminarlos, esto último es casi imposible de hacer desde un buque grande de hierro. Debido a esto, en colaboración con varios colegas y estudiantes, decidimos hace años, generar la base de datos más grande del mundo sobre el contenido de los icebergs en el Ártico y la Antártica. La tarea no fue sencilla y nos llevó tiempo, pero por fin vemos sus frutos. Recientemente hemos publicado un artículo científico donde resumimos toda esta información y demostramos tres cosas muy importantes:
- Son muy pocos los hielos que portan sedimentos de forma que aproximadamente un 5% del hielo contiene el 95% de los sedimentos que recuperamos.
- La cantidad de sedimentos determina la cantidad de metales que transporta el hielo. Es decir, los hielos sucios con más sedimentos son los que transportan la mayor cantidad de hierro y manganeso dos metales esenciales para vida marina y que son escasos en el océano Austral.
- Las zonas de hielo sucio, con más sedimentos, son las que primero se derriten y se liberan al océano una vez el iceberg comienza a flotar.
Estas indagaciones son novedosas y ayudarán a mejorar los modelos matemáticos con los que se estudia y predicen los efectos del cambio climático, donde los icebergs juegan un papel clave en el caso del océano Austral. Aquellas investigaciones no se podrían haber llevado a cabo sin estudios de largo aliento que nos permitieran tomar muestras en diversos lugares durante varios años. Por eso es tan importante que los países, incluido Chile, dediquen recursos a financiar proyectos científicos de largo aliento como el Centro IDEAL que generan la plataforma adecuada para hacer estas investigaciones críticas, pero imposibles de hacer bajo la lógica de proyectos de investigación más acotados en el tiempo.
Ahora dejo de aburrirles con mi obsesión por el hielo y sus efectos sobre los ecosistemas marinos antárticos. Acabamos de llegar a Antártica y nos queda una noche muy muy larga para terminar de montar nuestro laboratorio en unas pocas horas, tarea diga de una de las doce pruebas de Hércules, antes de hacer nuestro primer intento de salir al mar; pero eso como mandan los cánones del espectáculo será algo que veremos en el próximo capítulo.
* El Dr. Juan Höfer, es oceanógrafo del Centro de Investigación Dinámica de Ecosistemas Marinos de Altas Latitudes (IDEAL) de la Universidad Austral de Chile (UACh) y académico de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso (PUCV).