Tal como sostuvimos la semana pasada en el diván del runner, uno de los principales desafíos para un deportista amateur es instalar nuevas formas de organización, alimentación, descanso y relacionamiento que convivan y conversen con otras dimensiones de su vida personal, familiar y laboral.

Por esta razón con el maratonista Gonzalo Zapata abordamos extensamente el desafío sistémico de ponerse a correr en el libro Entrena tu Espíritu, pues algo aparentemente tan sencillo y positivo como trotar, puede encontrarse con complejidades e inesperados antagonistas y es por ello que volvemos a invitar a Matías, ultramaratonista que logró superar fuertes adicciones que, a la luz de una nueva relación de pareja, vuelven a asomarse de manera amenazante.

Vamos con Matías:

Fue un alivio haber venido la semana pasada. Salí como si me hubiera sacado una mochila, pero mi próximo pensamiento fue… ¿me haré adicto a la terapia? Ya lo fui, pasé por varias. Desde consultas médicas en clínicas privadas, divanes en edificios tranquilos y casas hippie donde cerraba los ojos y me hacían repetir cosas raras. En fin. De aquí pasé a buscar a la Feña y fuimos al cumpleaños de su jefe. Estaba igual nervioso al principio, pero me relajé al cachar que a nadie le importaba que tomara solo mineral con gas (silencio).

“Igual es pendeja, sus amigas recién se están casando, mientras los míos se están separando”

¿Y qué pasó?

La Feña se puso a hablar con unas amigas y yo me quedé con su jefe, que somos más menos de la misma edad. Me empezó a preguntar mucho de los ultramaratones, pues su hermano también había estado en la Patagonia y en Badwater y sin darme cuenta me empezó a estirar la lengua y le conté cosas que a la Feña no le había contado… como que estuve casado, que trabajé en varios lados y que tuve uno que otro atado por mis adicciones. Por suerte, después de un rato la Feña me rescató y nos quedamos hablando un rato más con sus amigas, pero al día siguiente tuvimos nuestro primer desencuentro…

¿Por?

Porque Germán, su jefe, le contó de nuestra conversa. Parece que estaba fascinado de conocer a alguien igual de intenso que su hermano, pero me cagó al contarle a la Feña que estuve casado (silencio). Ella quedó plop… De ahí vinieron preguntas, silencios, respuestas y contrapreguntas. Primero por teléfono, después en un café, en la cama, en mi living, en el auto camino a su casa… para después seguir desde nuestros depas por WhatsApp… Te juro que un ultramaratón no es nada en comparación al cansancio que me produjo responder cada pregunta y sostener cada silencio … y nada… parece que no soy el único intenso…

¿Cómo es eso?

La Feña no ha soltado el tema. Igual es pendeja, sus amigas recién se están casando, mientras los míos se están separando o volviendo a casar. Hay casi diez años de diferencia entre nosotros y en estas cosas se notan, pues la Feña nunca había salido con un divorciado. Y al final tuve que contarle todo con fechas, nombres y detalles (silencio).

¿Y qué pasó?

Nada, como que se tranquilizó después de tener toda la información y me terminó presentando a sus papás. Fue extraño, pues fue agradable…

¿Por qué fue extraño?

Porque donde mis viejos todo es tensión, pues son ultra exigentes. Mis hermanos mayores son muy exitosos y el más chico va en ese camino. Y mira, me da lata pelarlos, pues con los años he aprendido a quererlos, pero siempre me hicieron sentir como el hoyo. Mis hermanos mayores me ganaban en todo y solo en los deportes podía dar la pelea, pues hasta en eso eran buenos…

¿Te gustaba competir?

Sí, pero era una tortura jugar a la pelota con ellos y perder todo el rato, pero les dejé claro desde chico que para ganarme se tenían que esforzar al máximo, pues yo daba la vida en cada jugada, en cada tiro, golpe o atajada. Y cuando empecé a ganarles, dejaron de jugar conmigo y me molestaban por mis malas notas y mis problemas de conducta.

¿Y tus papás?

Para ellos era un problema tener un hijo que manchara las estadísticas familiares. De chico dejaba la cagada en los cumpleaños infantiles y mis hermanos se negaban a ir si iba yo y nunca aceptaron cambiarse de colegio por mí. Lo único que les reconozco, es que como son tan exitistas, vieron en el tenis una forma de lucirse y de librarse rápido de mí. Invirtieron en mi carrera, pues estaba claro que conmigo en Estados Unidos todos ganaban, así que sospecho que les dolió mucho que perdiera la beca.

¿Qué les dolió?

Sinceramente creo que lo más difícil para ellos fue que volviera. Rápidamente se acostumbraron a estar sin mí y mis problemas, por lo que cuando volví se pusieron cabrones y dejaron de chipearme para obligarme a trabajar y estudiar. Y si de pendejo ya había dado bote entre las casas de la familia y los distintos colegios, pasaditos los veinte me volví totalmente gitano. Tenía cosas en la casa de mis papás, a veces vivía con una polola, un amigo, así que después de varios porrazos, comprendí que tenía que terminar la carrera y mantenerme en una pega para arrendar un depa. Y lo logré y mi familia se desentendió más de mí. ¿Tu cachai lo que es tener veinte pocos, estudiar, trabajar, ganar lucas y tener depa? Mi casa era un centro de eventos y te juro que no sé cómo lograba hacerlo todo. Por eso, de tanto en tanto, me mandaba un pastelazo, un choque, una pelea o una polola que me pateaba y ahí me pasaba unos días en una clínica de rehabilitación -estas sí pagadas por mis papás- y de ahí tenía que empezar de cero (silencio). Contarte esto me agota, pero también me sorprende como lo logré una y otra vez… hasta que me puse a pololear con una mina que a toda costa se quería casar conmigo.

¿Cómo?

La Clau era psicóloga y estaba enamorada de todos mis defectos, era comprensiva con mis cagazos y fantaseaba con sanarme a puro amor, pues según ella, eso era todo lo que me faltaba. Amor y estabilidad. Y me lo dio mientras pololeamos y mis papás le prendían velas, pues fue mi mejor momento… antes del peor… pues ya casados… me fui a trabajar con mi suegro, empecé a ganar más lucas, nos fuimos a un buen depa y mi casa se siguió llenando de amigos y mis cagazos se fueron multiplicando. La Clau me reclamaba que una semana estaba bien y la otra estaba mal, que no podía gastar tanto, que no tenía que invitar siempre a mis amigos y ya… la cosa se me fue de las manos… volví a una clínica de rehabilitación… y cuando salí ya no tenía depa, pega ni señora… y como te podrás imaginar… de todos esos amigos… solo dos me tendieron la mano… los dos con los que nunca carreteé… así que no me quedó otra que ponerme a correr sin parar… Y llevaba cinco años ultra enfocado en el deporte… pega y deporte… y es por ello que volver a pololear y a tener vida social me encanta y me aterra… (silencio)

¿Qué te encanta?

Fue difícil compartir todos mis cagazos con la Feña, pero fue increíble sentir que aún así me quiere. Y a diferencia de la Clau, mi exseñora, no me quiere salvar ni rescatar, pues somos parecidos, aunque ella sea más equilibrada. Y claro, sus papás no son como los míos; son más relajados y al parecer su papá también fue un pastel y su mamá una pastelera…

¿Pasó algo?

Hablar de estas cosas me altera, como que me acelero, me mareo, casi como si estuviera carreteando y ahora cacho que esto mismo me pasa cuando salgo. Y al rato de salir de hablar contigo me viene un bajón, y al día siguiente es como si tuviera caña. Y cuando salimos con la Feña y sus amigas, aunque tome cerveza sin alcohol o mineral con gas toda la noche, al día siguiente despierto con resaca. Lo bueno, entre tanta locura, es que igual he logrado sostener mis entrenamientos. Pase lo que pase, salgo a correr. Y si no me da, agarro la bici y le pongo hasta el límite. Y si ese día toca agua, mejor, pues en la piscina es como que meditara (silencio).

¿Qué pasó ahora?

Ahora, por primera vez desde que vengo, me siento en paz. Solté algo, como cuando atraviesas el muro corriendo, ese muro de mierda que te invita a abandonar. Es difícil describir la calma que da ganarle a la cabeza y que ahora solo te queda rematar la carrera. Así me siento ahora, pero ni cagando dejo de venir la próxima semana. Ya soy adicto al bla bla.

Continuará…

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