La fosa de Atacama ha sido centro de exploración marítima en los últimos años. Los hitos comenzaron a hilarse en 2018 cuando el Instituto Milenio de Oceanografía (IMO) llevó a cabo “Atacamex”, misión que llegó al punto más profundo de la fosa con un vehículo sin tripulación. Se pensaba que eran 8.065 metros, pero llegaron a 8.081 metros de profundidad.
La hazaña quedó plasmada en el documental Atacamex: Explorando lo desconocido, y uno de los hallazgos fue el descubrimiento de un crustáceo gigantesco, especie inédita de más de ocho centímetros de largo bautizado Eurythenes Atacamensis.
Cuatro años más tarde, a mediados de enero de 2022, se realizó “Atacama Hadal”: la primera expedición tripulada en la fosa. El director del IMO, Osvaldo Ulloa, y el explorador estadounidense Víctor Vescovo, recorrieron los más de ocho mil metros en una travesía que duró casi diez horas.
Recientemente, en el panel oceánico de Congreso Futuro, Ulloa relató cómo navegaron por fondos arenosos, paredes rocosas y acantilados, para luego toparse con una riqueza de especies y colores.
Sin embargo, el director del IMO sostiene desde el otro lado de la línea telefónica -dos semanas después de su intervención en el evento científico-, que fue solo “sacarle una foto a la Fosa de Atacama”. Haciendo referencia a las expediciones anteriores.
Aún hay demasiadas preguntas rondando la mente de los científicos: ¿Cómo circula la corriente allá abajo? ¿Por qué hay tanto oxígeno?, ¿De dónde viene el alimento y energía que sustenta a la vida en las profundidades? ¿Cuál es su relación con la actividad sísmica? El sin fin de interrogantes demuestra que las embarcaciones previas son solo el comienzo de una nueva era de exploraciones, experimentos y hallazgos para la geofísica y la oceanografía.
Monitorear sismos y comprender la vida
El sorprendente proyecto es el Observatorio Integrado del Océano Profundo, ubicado a la altura de Taltal, Antofagasta. Contará con la participación de Osvaldo Ulloa y el geólogo Marcos Moreno, que buscan, entre otras cosas, estudiar los procesos que ocurren antes de los grandes terremotos.
La expedición que se realiza en el marco del Sistema integrado de observación del océano profundo para la investigación en geociencias (IDOOS), es financiada por la Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo (Anid) y se embarca el 23 de febrero en el buque alemán Sonne. La misión se divide en dos partes principales: una geológica y otra oceanográfica.
Moreno explica que lo novedoso y “bonito” de este proyecto es, justamente, su diversidad y amplitud. Es interdisciplinario e integral porque convergen diferentes áreas como la geofísica, oceanografía, geología y la sismología. Desde el sector geológico, se realizará una serie de experimentos con el fin de estudiar las capas bajo la superficie del suelo marino, como implementar sensores en el piso oceánico que permitan determinan los procesos de deformación, para así comprender los mecanismos que generan los terremotos.
La tecnología que monitorea los sismos se llama 6G, y su principal tarea es detectar y enviar señales acústicas al grupo de científicos, quienes las reciben desde la superficie; también bajarán de vez en cuando a realizar mantenciones. “Ahora no tenemos datos suficientes, pero esto podría escalar. En el futuro podríamos detectar alertas tempranas de tsunamis”, añade Moreno.
Mientras tanto, la parte oceanográfica se caracteriza por la instalación de dos anclajes profundos que medirán la temperatura del agua y la cantidad dióxido de carbono (CO2). La idea es registrar cosas tan “básicas” -en palabras de Ulloa- como la circulación de corriente que ocurre allá abajo. Contrario a lo que se esperaban, el biólogo marino descubrió que hay bastante oxígeno en las profundidades de la fosa, lo que se refleja en una tremenda diversidad de organismos. Pero, “¿De dónde viene?” es una de las interrogantes que motiva al científico.
“En oceanografía usamos el término ventilar, como cuando abres la ventana de tu casa para que entre aire fresco”, explica Ulloa. Una de las pistas es que las corrientes se mezclan y pasan por este proceso. Respecto de los organismos, la situación es más inquietante: ¿cómo esas grandes especies reciben su alimento? Es interesante porque se trata de uno de los tantos puntos que relaciona la geología con la ciencia que estudia los fondos marinos: la actividad sísmica provocaría grandes avalanchas de materia orgánica que alimentan al ecosistema.
Cómo y qué detectan los sensores
En las profundidades de la fosa de Atacama es donde se desarrollan los procesos que provocan grandes terremotos, como el de la Región del Maule en 2010, Valdivia en 1960 e Iquique en 2014, sismos que generalmente tienen una magnitud mayor a 8.5 y mueven mucho el piso oceánico. Estos terremotos se ocasionan por una acumulación de energía que se puede extender por varias décadas, se generan principalmente en el mar y desencadenan tsunamis.
Con el fin de poder comprender los procesos que ocurren antes de que se generen los fenómenos, se instalará una red de estaciones sismológicas; cinco sensores que pueden alcanzar hasta los seis kilómetros de profundidad, los que miden la presión del piso oceánico y ayudan a estimar su movimiento de manera vertical: “Si está bajando o subiendo”, esclarece el geólogo, Marcos Moreno.
También explica que antes de un gran terremoto, Chile se comprime y el piso oceánico baja lentamente “una razón de unos 5 a 20 milímetros por año, más o menos”, un movimiento casi imperceptible. Por el contrario, cuando hay liberación de energía el piso oceánico sube hasta más de dos metros. La fosa llama de manera particular la atención de los científicos, pues allí se produjo el terremoto de Atacama en 1922, que lleva más de cien años acumulando energía.
“Tarde o temprano va a ocurrir una liberación de energía en esta área, y nosotros queremos estudiarlo”, manifiesta el geólogo, también académico de la Universidad de Concepción. “Nosotros queremos llegar a la parte más profunda del océano en Chile”.
Los sensores se implementarán in situ, sobre la interfaz en la que ocurre la coalición de placas tectónicas, teniendo en cuenta que, según Moreno, este sector es donde se generan los terremotos más grandes de la tierra. La idea de los expertos es desarrollar un monitoreo a largo plazo, por lo que los equipos se van a desplegar por cinco años y se revisarán cada doce meses. Se espera que esta primera etapa, la geológica, se prolongue hasta la segunda semana de abril.
Emociones y financiamiento en la ciencia
“Cuando uno está en la frontera del conocimiento, la tecnología va más atrás”, asegura Ulloa, debido al problema del financiamiento y desarrollo de proyectos científicos en el país. Expresa que las herramientas existen, pero que simplemente no pueden comprarse.
Moreno secunda la reflexión. “Hemos tenido que esperar dos años”, menciona, ya que los equipos debieron ser diseñados meticulosamente y posteriormente probados. Un trabajo monumental considerando que los sensores deben soportar la presión de las profundidades.
Sin embargo, también aclara que “es como un sueño hecho realidad”, una expedición que pondrá la ciencia chilena al mismo nivel que otros países. Eso no es lo único, este será uno de los pocos proyectos que se realizarán de forma integral, porque fusiona todo un espectro de campos e investigadores. También tendrán la posibilidad de ver con sus propios ojos el efecto del cambio climático en las profundidades, fenómeno que no se ha estudiado en otras oportunidades. Al menos, no de esta forma.
En el Observatorio Integrado del Océano Profundo colaborarán otros especialistas como el ingeniero Eduardo Contreras, de la Universidad de Chile y el experto en geofísica marina Juan Diaz, de la Universidad Católica de Valparaíso. Además, trabajarán con académicos de GEOMAR, el Centro Helmholtz para la Investigación Oceánica de Kiel. Se prevé que la segunda etapa del proyecto comience a finales de abril o en el mes de mayo, los primeros resultados estarían disponibles tras un año desde la implementación de los sensores.