Inventing Anna, es una serie que este verano estrenó Netflix. Ficción que narra la historia de una joven que engañó a la alta sociedad neoyorquina inventándose un origen millonario. Un hecho verídico sobre la vida de lujos que tuvo Anna Delvey hasta que fue descubierta y encarcelada en 2019. En cada capítulo se indica: “Toda esta historia es completamente cierta. Excepto por todas las partes que están totalmente inventadas”. Una ironía para señalar que el relato en parte tiene algo de verdad.

¿Quién es Anna Delvey? Eso buscaba responder en 2018 la periodista del New York Magazine, Jessica Pressler. La estafadora, de 26 años que tenía como verdadero nombre Anna Sorokin enfrentó un juicio en Estados Unidos en el cual se demostró que se robó un avión privado y estafó bancos, hoteles y socios por 200.000 dólares. Operación que además hizo mientras intentaba conseguir un préstamo de 25 millones de dólares para crear un club de arte exclusivo.

La periodista, que también es productora de la serie, investigó y luego publicó un artículo sobre el ascenso de Sorokin en los círculos más exclusivos del arte, finanzas y moda de Nueva York. También relató su caída. Llegó al centro penitenciario de Rikers Island.

Anna Sorokin, la estafadora, de 26 años que tenía como verdadero enfrentó un juicio en Estados Unidos en el cual se demostró que se robó un avión privado y estafó bancos, hoteles y socios por un monto cercano a los 200.000 dólares. Foto: Reuters.

Las pistas del engaño

La joven embaucó y engañó a la élite de Manhattan. Todos creían, tal como les decía, que era una heredera alemana de una riqueza de unos 60 millones de euros (más de 5 mil 300 millones de pesos chilenos).

Pero no tenía riqueza. Tampoco título universitario ni experiencia empresarial. Ni siquiera era alemana. Impostora de Instagram que elaboró una personalidad falsa para engañar a sus víctimas.

Un excelente argumento para una serie. Pero no es solo un asunto de ficción, advierte Rodolfo Jiménez, de la Brigada Investigadora de Delitos Económicos Metropolitana de la Policía de Investigaciones (PDI). “Lamentablemente en Chile el delito no acapara la atención, pero es uno de los más denunciados, que más ocurre. Se hacen campañas, pero siguen cayendo muchas víctimas” explica sobre un fenómeno que en 2021 implicó 18.104 denuncias en la PDI. Es decir, diariamente cerca de 50 personas son estafadas.

Saben que esa cifra es más amplia, asegura Jiménez. Es que en estos casos hay mucha vergüenza y prejuicios. “La gente los cuestiona, lo que le otorga ventajas a los estafadores. La víctima de delito económico es percibido de manera distinta. Se culpa a la misma víctima de ser afectada de fraude. A nadie se le recrimina ser víctima de un robo, pero si es víctima de la estafa, sí se le recrimina. Ese tipo de cosas hacen que los estafadores existan y operen todos los días con diversas modalidades”.

Por eso, es necesario comprender las señales de advertencia. Comprender cómo actúa quién comete fraude.

El cine ha tomado esas historias. Es que resulta sorprendente cómo actúan, engañar e incluso lo hacen por años. Atrápame si puedes (Catch Me If You Can), es un ejemplo. Basada en la vida de Frank Abagnale Jr., Leonardo DiCaprio interpreta al joven que que antes de cumplir 19 años consiguió millones de dólares haciéndose pasar por piloto aéreo, por médico y por abogado. Todo gracias a la falsificación de cheques.

Otro caso llevado a la pantalla grande es el de Bernie Madoff. Cuenta no con una, si no tres películas sobre su historia. El ex presidente de NASDAQ robó millones de dólares a sus clientes en un esquema Ponzi y lo hizo por décadas. Fue tal impacto que incluso afectó a los mercados mundiales. En 2018 The wizard of lies, Madoff fue interpretado por Robert de Niro, y mostraba el auge y caída de un estafador que recibió una condena de 150 años en 2008 por fraude, lavado de dinero, perjurio y robo.

Bernard Madoff llega a la corte federal de Manhattan el jueves 12 de marzo de 2009 en Nueva York. Madoff, el financista que se declaró culpable de orquestar el esquema Ponzi más grande de la historia, murió la madrugada del miércoles 14 de abril de 2021 en una prisión federal. Foto: AP.

Para el experto de la Brigada Investigadora de Delitos Económicos Metropolitana, el caso que la serie de Netflix muestra, es un claro ejemplo del concepto de estafa. Muestra los elementos que se tienen que configurar en estos delitos, principalmente el engaño.

“Un engaño que induce a error a la víctima que la hace disponer de su patrimonio y ahí se produce el delito”, explica. Acción que ocurre gracias a la puesta en escena que realiza. En este caso, ella aparentaba ser una millonaria heredera alemana. “Son las maniobras o el conjunto de maniobras ingeniosas que le permite hacer creer de manera veraz su papel para defraudar a personas”.

Desde su experiencia, Jiménez indica que las y los estafadores generalmente buscan víctimas de todos los rangos etarios y de todas las clases sociales. Gracias a su apariencia de una vida de lujo, con sus maniobras y comportamiento, logran dar un aspecto de seriedad. Posteriormente viene la confianza. Factores claves para que se constituya posteriormente la estafa. Eso de que ´una imagen vale más que mil palabras´, es lo que bien saben usar.

“Ella llegaba al hotel bien vestida, daba buenas propinas, y durante 10 días creían en esa falsa realidad. Le daban comida, disponía patrimonialmente de servicios y luego el hotel quedaba perjudicado”, explica sobre lo que define como el típico ejemplo del perfil solitario de quienes realizan fraudes. Lo mismo que ocurría en el caso de Frank Abagnale Jr o Bernie Madoff.

Del mismo modo que se aprecia en el Estafador de Tinder, explotan mucho su apariencia. “Ese tema es necesario para la puesta en escena y lograr el engaño. Se visten bien, son personas agradables, muestran confianza. Aprovechan además, espacios como las redes sociales para promoverse y compartir imágenes de que son exitosos. Brindar una imagen de estatus elevado. Y todo eso que muestran no es casualidad”, dice Jiménez.

Aparentar estatus social y rodearse de personas importantes, se ve potenciado, dice Jiménez gracias a las redes sociales. “Antes había que verlos en el centro con el gerente de un banco, ahora subiendo fotos a Instagram se puede. Las personas normales no tienen porque desconfiar, es el gran provecho que sacan los estafadores”.

Con demasiada frecuencia, las personas equiparan criminalidad con la apariencia. Si alguien no tiene el aspecto convencional de un delincuente, entonces no lo es. Algo que la psicología social ha demostrado: las personas atribuyen cualidades de integridad a aquellos que muestran rasgos similares a los suyos. Eso incluye, vestimenta, nivel de educación, rasgos físicos, color de piel, hasta su afiliación religiosa. Por eso tantos delincuentes de cuello blanco pueden salirse con la suya con fraudes millonarios.

Del mismo modo que se aprecia en el Estafador de Tinder, quienes comenten fraudes explotan mucho su apariencia para hacer creer al resto que son millonarios.

El sociólogo Edwin Sutherland introdujo la clasificación de “delito de cuello blanco” en 1939, para definir un delito cometido por “una persona respetable y de alto estatus social en el ejercicio de su ocupación”.

Ese tipo de crimen, señalaba Sutherland se perpetraba en todos los niveles de la sociedad. “Aquellos que se convierten en delincuentes de cuello blanco, generalmente comienzan sus carreras en buenos vecindarios y buenos hogares, se gradúan de las universidades con cierto idealismo y, con poca selección de su parte, se meten en una situación comercial particular en la que la criminalidad es prácticamente una costumbre”.

Es lo que ocurrió, ejemplifica Jiménez con Rafael Garay, ingeniero comercial condenado por los delitos de estafa reiterada a 29 víctimas provocando un perjuicio total de $1.200 millones. “Los testimonios de las víctimas eran que él se veía confiable. Él les contaba cosas como que usaba unas colleras que habían sido Frank Sinatra. Se vestía bien, se rodeaba con personas conocidas”.

Narcisismo

Del mismo modo que su apariencia es clave, también lo es un rasgo de personalidad: el narcisismo. Lo que puede además estar presente cómo un trastorno grave.

Suelen ser muy preocupados de su aspecto físico y de su cuerpo. Siempre buscan estar en forma para dar una imagen positiva a los otros. Agradables y encantadores. Para quienes los conocen resultan atrayentes. Ellos lo saben y así van envolviendo a sus víctimas.

David Friedrichs, profesor de sociología, justicia penal y criminología en la Universidad de Scranton, ha publicado varios libros sobre fraudes y detalla, que los narcisistas además se suelen sentir con el derecho a tener recursos sin importar el impacto en los demás. “Explotadores, propensos a romper las reglas y maquiavélicos en su actitud, donde el fin justifica los medios”, dice.

Otros rasgos, indica Friedrichs son la necesidad de poder, fuertes convicciones y alta confianza en sí mismos. También suelen ser demasiado sensibles a las críticas, tener poca capacidad para escuchar y carecer de empatía.

“Generalmente son personas de integridad bajo el promedio, la gran ventaja para los estafadores es que la mayoría de las personas actuamos de buena fea, tenemos un estándar moral que nos permite convivir de manera pacifica y confiar. Pero ellos tienen una integridad menor y se aprovechan de esa ventaja de las personas que andan con buena fe”, aclara Jiménez.

En todos los estafadores, dice Jiménez, se suele dar que son sujetos con pocas emociones, incapaces de sentir empatía con las víctimas. Para ellos las personas sirven a sus propósitos. “Es lo otro que tienen, ven a las personas cómo objetos que le pueden servir, son medios para un fin. En el fondo son características generales que se advierten claramente en la personalidad de la joven en la serie”, dice Jiménez.

Todo eso da cuenta de grandes rasgos de narcisismo. El pensamiento sería Básicamente,soy importante y las reglas simplemente no se aplican a mí’. Así, los estafadores hacen y toman lo que quieren. Y siempre encuentran el modo de justificarlo dada su superioridad, importancia o deseo.

La joven embaucó y engañó a la élite de Manhattan.

La falta de empatía los hace creer no solo que las reglas sociales no se aplican a ellos, sino que si engañan a la gente, entonces es culpa de ellos. “Lo que importa son sus intereses, sin importar las consecuencias para los demás”, dice el experto PDI.

Son astutos y con un estándar moral que les permite estar un paso más adelante de las personas normales. “Es una ventaja moral por así decirlo, no les importa nada y así logran fácilmente sus cometidos. La estrategia es elegir un blanco y cuando lo eligen lo mas probable es que la estafa se concrete. Tienen paciencia, lo estudian, buscan la forma de cautivarlo, buscan mostrarse como exitosos. Todos esos elementos les permiten lograr un lazo de intimidad con la víctima y quedarse con el dinero de forma pacifica, no se vale de la violencia solo de la seducción”, dice Jiménez.

Otro rasgo frecuente es que viven estafando durante mucho tiempo. “Un homicida, un narcotraficante, pueden cometer delitos, pero los estafadores empiezan jóvenes y mueren siendo estafadores, siempre están vinculados al fraude. Es su forma de vida. Lo típico qué pasa es que cuando se busca al prófugo de estafa, se ve que puede llevar 20 años viviendo con direcciones de domicilios falsos”.

Pueden comenzar a actuar de manera poco ética en algo pequeño. Algo que no es gran cosa. Algo que nadie nota. Entonces lo vuelven a hacer. Luego pueden intentar una estafa más grande o más significativa. Bernie Madoff, por ejemplo, comenzó como un corredor de inversiones legítimo en la década de 1960. Comenzó a falsificar documentos a principios de la década de 1990, y “evitó” decirles a sus clientes que perdieron dinero en el mercado de valores. Continuó mintiendo durante los siguientes dieciocho años hasta que la estafa se vino abajo en 2008.

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