José Luis Jiménez, experto en trasmisión aérea de Covid: “Psicológicamente para mucha gente dejar las mascarillas implica el fin de la pandemia”
Todos estamos cansados de usarlas, dice el químico de la U. de Colorado Boulder. Pero por ahora no es aconsejable dejarlas. "La forma en que se acabe esto antes es precisamente aguantar un poco más, llevar las mascarillas un poco más y así haces que bajen los casos más deprisa. Es entendible, es humano, pero no es lo inteligente de hacer”, asegura.
¿Cuándo dejaremos las mascarillas? En diferentes tonos, ya sea como duda, rabia, frustración o ansiedad, esa pregunta es recurrente. Un anhelo natural. Ya son casi tres años en que han sido la norma. Una interrogante que toma más fuerza aún al ver cómo algunas naciones aligeran su uso en ciertos contextos.
En Chile es obligatorio usarlas en espacios públicos. De no cumplir con esa medida las multas pueden llegar a los 2,5 millones de pesos.
Pero su uso no es fácil para todos. Dificultan la comunicación. Producto de la resistencia al flujo de aire de la mascarilla, la reducción del volumen y la distorsión de los sonidos que las personas escuchan, al usarlas es necesario hablar más alto, con mayor esfuerzo. Usarlas por muchas horas produce fatiga vocal y frustración en la comunicación. También pueden ser molestas cuando hay altas temperaturas.
Incluso ya se habla de mask anxiety o ansiedad por usar mascarillas, como la sensación de ansiedad o pánico que pueden sentir algunas personas al cubrirse la boca y la nariz, lo que puede afectar el aire que respiran. Esto puede causar síntomas como sentirse mareado o enfermo, que luego se pueden asociar con la mascarilla.
También se puede experimentar sensación de estar atrapado o claustrofobia, lo que aumenta si se usan anteojos. Cubrir la cara además, cambia la forma en que nos vemos, lo que puede causar sentimientos negativos sobre la identidad o imagen corporal.
Pero más que por una medida sanitaria, la interrogante de cuándo ya no usarlas es en estos momentos una representación simbólica. Y una importante. Es de algún modo la señal que todos esperamos para decir (por fin): “Terminó la pandemia”.
Suena esperanzador. Pero no es tan sencillo. Primero hay que entender algo mucho más básico, el por qué las usamos, dice el químico analítico y atmosférico de la U. de Colorado Boulder, EE.UU., José Luis Jiménez, especialista en la trasmisión aérea de Covid-19.
Con cifras diarias de nuevos contagios que superan 20 mil y tasas de positividad que no bajan del 20%, “no es adecuado suprimir las mascarillas en este momento mientras siga habiendo mucha transmisión, que es lo que me dice pasa en Chile”, responde a Qué Pasa Jiménez.
En 2020 Jiménez fue parte de los de 239 científicos que enviaron una carta a la Organización Mundial y a a los Centros para el Control de Enfermedad en Estados Unidos (CDC) instándolos a reconocer la trasmisión aérea de Covid-19. En la carta titulada Es hora de abordar la transmisión aérea de la enfermedad por coronavirus 2019 (Covid-19) llamaban a ambas agencias a que actualizaran sus indicaciones sobre el contagio del virus, y reconocieran la vía aérea como la principal. Un modo desestimado en el inicio de la crisis como una fuente de contagio.
Hoy es uno de los cinco expertos más nombrados en tema de aerosoles a nivel mundial. “Ya hemos aprendido en esta pandemia que este virus lo respiramos”, resalta Jiménez.
El principal punto de entrada y salida del virus es a través de la respiración. Cuando alguien está infectado, el virus se elimina a través de esas secreciones respiratorias. Luego, se expulsa al aire al hablar, cantar, toser o estornudar. Es así como puede dirigirse directamente hacia alguien inmediatamente cercano (por eso la tan necesaria “distancia social”) o puede permanecer en el aire por un tiempo (de ahí la necesidad de una buena ventilación).
Nuestros pulmones actúan como verdaderas aspiradoras, aspiran el aire a una velocidad promedio de 5 a 8 litros por minuto. Eso hace que cualquier partícula infecciosa en el aire ingrese a nuestras vías respiratorias, incluida la nariz, la boca, la parte posterior de la garganta (la nasofaringe), baje por la tráquea y llegue a los pulmones.
Transmisión sin barreras
En todo ese proceso, las mascarillas son la barrera. Reducen la cantidad de partículas virales que se inhalan con cada respiración, y reducen a su vez, la cantidad de partículas de virus que una persona infectada expulsa en el aire.
“Las mascarillas son un filtro y son muy eficientes. Eliminarlas cuando hay mucha transmisión es facilitarle al virus la transmisión”, dice Jiménez, que añade que si bien para muchas personas Ómicron no es muy grave, hay otros a los que sí, “en Estados Unidos y muchos países están otra vez con récords de muertos”.
A la hora de pensar en una vida sin mascarillas Jiménez llama a no olvidar que existe el llamado long Covid o Covid persistente. Además no hay que dejar de considerar que la variante Ómicron está demostrando ser más grave en los niños. “Entonces hay que tener cuidado de no permitir que la transmisión vaya sin barreras cuando hay algo tan fácil como llevar las mascarillas, y a lo mejor es a lo más un mes más, de momento”.
La urgencia por dejarlas, dice Jiménez no tiene mucho que ver con la situación epidemiológica. Sería otra la motivación. “Yo creo que psicológicamente para mucha gente dejar las mascarillas implica el fin de la pandemia, eso es lo que quiere decir. Mucha gente que está desesperada por ya quitarse las mascarillas”.
Comenzando un tercer año en pandemia, Jiménez admite que ese anhelo de dejarlas cuánto antes, es esperable. Es una forma de expresar el cansancio derivado de la extensa crisis sanitaria. “Es un modo de decir ´ya estoy harto de esto´. Hartos estamos todos. Pero es una reacción emocional. No es una reacción inteligente, no. Porque la forma en que se acabe esto antes es precisamente aguantar un poco más, llevar las mascarillas un poco más y así haces que bajen los casos más deprisa. En realidad no nos las podemos quitar antes y quitar el peligro del virus. Es entendible, es humano, pero no es lo inteligente de hacer”, asegura.
Las mascarillas siguen siendo importantes. En la propagación del coronavirus son un filtro. “Si hay un infectado que está exhalando virus, si la mayoría del aire que exhala pasa por la mascarilla que lleva, mucho del virus se queda allí pegado”, explica el investigador.
Lo mismo ocurre al estar en la misma habitación con una persona infectada. Incluso, dice “si la mascarilla no es muy buena, saliendo algunos virus al aire, algunos de los que respiras se van a quedar pegados en la mascarilla ya no van a llegar a tus pulmones y a las mucosas, son muy útiles”.
Aire libre
¿Se podrán dejar en espacios exteriores? Jiménez explica que esta pandemia es principalmente de interiores, “nos contagiamos sobretodo en espacios cerrados”. Las investigaciones muestran que los aerosoles, esas pequeñas partículas de saliva o fluido respiratorio que flota en el aire y que nos infecta cuando lo inhalamos, permanecen mucho más tiempo en lugares confinados.
En el caso del aire libre los contagios son menos. Esas diminutas partículas que se exhalan se secan y se disipan mucho más rápido al aire libre. Por eso, solo cuando se habla en proximidad con otros, dice Jiménez hay riesgo de contagio “si no es muy difícil contagiarse al aire libre porque hay mucho más aire”.
En exteriores, el aire que se exhala al estar más caliente que el aire ambiente, se diluye y sube. Esa es la razón por la cual es más difícil contagiarse en exteriores. Pero no es imposible. “En exteriores sobretodo en sitios donde hay mucha gente o sitios de alto riesgo como un hospital o una escuela, un coro, un restaurante, en este tipo de sitios y durante periodo de muchos contagios es algo muy útil la mascarilla”.
“¿Llegaremos en algún momento a no usarlas? Sí, yo creo que desde luego, esperemos”, señala Jiménez. Que sea a como era antes de la pandemia, es decir, nunca usar mascarillas, admite, es poco probable.
Una posibilidad es usarlas de manera intermitentemente. Una situación que depende de cada país. Algo que podrá partir por exteriores y sitios de menos riesgo. “Igual quién sabe si hay otra variante en julio o septiembre y nos la tenemos que volver a poner mascarillas o a lo mejor no. O si luego en dos años hay otro virus o una época mala de gripe y nos las volvemos a poner, a lo mejor no todos, pero la gente de más riesgo”, reflexiona.
La costumbre de usarlas es algo en lo cual los países asiáticos, dice “nos tenían cierta ventaja”. La experiencia y el miedo que pasaron con los brotes de SARS en el 2003 y el virus de la gripe de 2009, sumado a la contaminación, hace que estén muy entrenados en las mascarillas. “Para ellos es como ponerse una bufanda, es una prenda a la que están acostumbrados en China, Japón en Taiwán”.
Situación diferente para el resto del mundo. “Yo creo que la pandemia pues a muchos países como EE.UU., Chile, España, que no estábamos acostumbrados, que veíamos estas cosas de las mascarillas como algo muy raro, pues ahora ya es algo que lo hemos aprendido. Y cuando estemos un poco menos cansados, un poco menos hartos, igual entendemos un poco mejor la utilidad”.
Ya es una prenda más. Que al parecer no se irá pronto, por más que lo queramos. Se podrán usar, dice Jiménez en épocas de gripe personas mayores o inmunodeprimidos. “Se puede usar en cierta forma selectiva, porque sabemos que todas las enfermedades respiratorias se contagian en parte así, no solo van por las manos como nos decían”, indica.
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