El Picaflor de Arica (Eulidia yarellii) está clasificado actualmente como en peligro crítico de extinción. Así lo establecen tanto la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) como BirdLife Internacional, organización dedicada a la protección de las aves y sus hábitats.
Una de las aves más pequeñas del mundo y, la menor de Chile se ha descrito como “la guagua de los picaflores”. Mide entre 7 y 8 cm, y su peso varía entre los 2,3 a 2,5 gramos. La pérdida y alteración de su también pequeño hábitat, que se distribuye en los valles de Azapa, Vítor y Camarones, en la Primera Región, la tiene actualmente con una alta probabilidad de extinguirse.
La necesidad de protección es urgente. Por eso en Arica desde 2016 una organización no gubernamental llamada justamente Picaflor de Arica, busca adquirir terrenos que sean prioritarios para el ave y así generar áreas de conservación o micro reservas, y mantener en ellas la vegetación y condiciones nativas del lugar.
La ONG Picaflor de Arica fue fundada y es dirigida por Karolina Araya Sandoval, conservacionista que recientemente fue premiada por esa labor por la organización internacional Future For Nature (FFN), que cada año reconoce a tres jóvenes conservacionistas de la naturaleza a nivel mundial por su compromiso con la protección de especies de animales y plantas silvestres.
Junto a Araya en la ONG también trabajan lo que ella llama “amigos del picaflor”: Erick Leiva, profesor de Historia y Geografía de la U. de Concepción encargado del área de educación y difusión; Masiel Menares, ingeniera en Prevención de Riesgos, Calidad y Medio Ambiente a cargo de la asistencia técnica y plataformas virtuales; Ronny Peredo, Biólogo Marino de la U. Arturo Prat, especializado en ornitología y fauna silvestre; e Iván Salas, Profesor de Lenguaje y Comunicación en las estrategias de trabajo.
Micro Reservas
Médica Veterinaria de la U. de Concepción, el interés por las aves nació gracias a la impronta que le entregó su profesor; Daniel González Acuña, y a través de los diversos voluntariados que Araya realizó junto a la Unión de Ornitólogos de Chile. Pero también es parte de su historia de vida. “Vivo en Arica desde que tenía meses y siempre ha estado en mi memoria el Picaflor de Arica”, reconoce.
Era la imagen que caracterizaba la difusión del Carnaval de Arica, el diminuto picaflor. “En la universidad entendí lo difícil que era ver un ejemplar y tomé conciencia de su situación. Después de estudiar tuve la oportunidad de colaborar con equipos que lo monitoreaban y me fui encontrando y reencantando con esa especie propia que ahora está en riesgo, la que sin duda estaba desde antes hace mucho y a la que espero las futuras generaciones puedan seguir contemplando”, dice Araya.
El Picaflor de Arica en 2004 fue declarada ave símbolo de Arica por el municipio. En 2006, se le reconoció como un monumento natural de Chile por decreto presidencial, indicando que “es un ave endémica de los valles del norte de Chile, cuya amenaza principal es la pérdida y la degradación de su hábitat debido a la actividad agrícola y uso masivo de pesticidas”.
Araya en su labor de educar a la comunidad, por ejemplo, en que hay otras especies que se asemejan pero no son Picaflor de Arica o cómo las malas practivas agrícolas no fiscalizadas han contribuido en degradar dónde viven, reconoce es un “trabajo hormiga” de una tarea mucho más amplia: cuidar el hábitat general. “Esta especie es de algún modo el estandarte, pero cuando se colabora en la conservación de esa especie se protege todo el hábitat y nuestros oasis”.
En la zona coexisten muchas otras especies, subraya Araya. “Lo que buscamos es preservar y reencantarnos de esta identidad de ser del desierto y de los valles. El picaflor es un muy buen bioindicador, polinizador y en la medida en que se intervino más el valle de Azapa, más peligro ha tenido. Se ve afectado y migra porque no tiene lugares donde coexistir”.
La especie ha desaparecido casi completamente en los valles de Azapa y en el valle Lluta, con sólo el registro de una captura en 1839. Araya fue testigo presencial de los efectos devastadores de la expansión agrícola en el área, lo que provocó la disminución de las poblaciones de este diminuto colibrí.
Junto al equipo de la fundación estudian y monitorean la especie y con la ayuda de la Universidad de Tarapacá investigan el cultivo de plantas nativas para ayudar en futuros esfuerzos de restauración en el área.
Una tarea que el premio de FFN viene a reforzar. “El premio va dirigido al espíritu conservacionista y permite dar un valor monetario. Con ese dinero se genera una herramienta de conservación”, explica.
Inicialmente, dice Araya, quieren proteger un sitio fundamental que han identificado y que evaluaron su impacto en la preservación del ave. “Es fundamental proteger sitios reales de conservación; que cumplan un rol fundamental en un proceso vital para la especie en el presente. No basta sólo con un potencial de un territorio, la urgencia que tiene la especie nos convoca a un esfuerzo mayor; éste sitio debe ser administrado, con todas las actividades que conlleva su logística”, admite.
Desde que se constituyeron como ONG en 2016 han buscado desarrollar una mirada objetiva “sin conflictos de interés”, dice Araya como algo importante en el tema de conservación.
En esa dinámica siempre han buscado de qué manera sostenerse. Admite que son afortunados de que su trabajo sea respaldado y apoyado desde sus comienzos por American Bird Conservance y la posibilidad de contar con otros socios les permiten desplazarse por los valles, llevar a cabo actividades administrativas y cuando es necesario autofinanciarse. “Estamos en el límite del desierto más árido del mundo y trabajamos fuerte y contra reloj. Y aunque la centralización hace muchas veces que este trabajo sea ´cuesta arriba´, en la medida que le damos profesionalismo a lo que hacemos, nuestro trabajo se ve validado”, indica.
Bird Hero
En artículos sobre su trabajo se nombra a Araya como “Bird Hero”. Es reconocida por su compromiso con la conservación de la naturaleza y la biodiversidad en el área en la que creció. Pero no se trata de un problema local. De hecho, dice para que una especie llegue a una situación tan negativa, como la del Picaflor de Arica, no hay solo un factor, “sino toda una sinergia de muchos fenómenos”, que también ocurren, lamentablemente, en otras zonas de Chile.
El actual estado de la pequeña ave es resultado de décadas de mal manejo agrícola en la zona, “y también de un grado de desconocimiento”, reconoce.
Por una parte, el ingreso de la mosca de la fruta en la década de los 70 y el posterior uso intensivo de pesticidas, han destruido su hábitat. “Tenemos tala indiscriminada de árboles, quemas, inapropiado uso de insecticidas, uso de la caja del río como basural, grandes extensiones de mallas antiáfidas. Si todo ésto lo colocamos en una mezcla, genera el panomara que tenemos hoy en día.
Pero también, dice Araya, en la década de los 50 ingresó al norte de Chile el picaflor peruano, “muy dinámico y plástico, y bien territorial cuando encuentran su espacio de alimentación”, que también lo ha afectado.
Esos fenómenos han degradado y disminuido fuertemente su hábitat. A lo que también se suma cambios en el uso de suelo. “En los valles había muchos olivos que no eran endémicos pero que estaban hace siglos y estaban muy impregnados con el valle. Pero dadas las condiciones climáticas, “muchas personas comenzaron a planificar que en vez tener una hectárea con olivos era mejor colocar tomates o morrones”, dice Araya.
Actualmente cada vez más hectáreas se suman a ese tipo de cultivo. Son testigos, dice Araya, como el Terminal Agropecuario Arica o el “agro” como se le conoce, “cada día se llena de camiones que van al centro del país y otras zonas cargados de verduras”. Una actividad que ha beneficiado a muchos, “pero en esta ruta de la intensividad quedamos en deuda tanto en los derechos como en las obligaciones de los agricultores”, admite.
No existe, ejemplifica Araya, claridad de cuánto pesticidas aplicar por hectárea. “Si un agricultor va y compra un producto fumigador no puede comprar otro el próximo mes, no debiera, pero bajo las condiciones actuales, puede y lo hace. Pero todo queda al criterio personal y es súper peligroso. Y muchas veces no es mala intención que eso ocurra, es por ignorancia”.
De ese modo, explica Araya, si el Picaflor de Arica no encuentra un espacio donde alimentarse porque ese lugar tiene químicos, puede andar varios kilómetros en esa búsqueda. Y puede morir, o eventualmente desplazarse en búsqueda de alimento.
El trabajo de educación y sensibilización que realizan, desde talleres en las escuelas de los valles, obras de teatro, hasta concursos literarios, es para que nuestros niños y niñas que en un futuro cercano si son propietarios de los terrenos de agricultura, valoren al ave como parte de la identidad de la valle. “En la infancia temprana no es solo enseñarles que el picaflor está en riesgo, sino entregar distintas herramientas para que comprendan la especie y el cuidado del hábitat dentro de un todo”.
Araya reconoce que han visto cambios importantes, pero admite que, sería sumamente iluso pensar que es suficiente. “Es un trabajo de largo aliento. Muchos alumnos inspiran a sus papás en esta tarea”, señala.
Aún no es posible pensar que la pequeña ave está segura. Por eso, indica, cuando se resaltan eventos particulares y se da la sensación que la especie se encuentra resguardada, es positivo, pero no es suficiente., confunde a la comunidad sobre la urgencia de conservación que atraviesa: “Eso no es suficiente. Por nuestra parte, continuaremos trabajando de la forma que lo venimos haciendo”.