Para parte de las comunidades Kawésqar hablar de naturaleza es hablar desde lo cultural. Lo cultural, dicen, está unido al territorio y el territorio es un todo: “Nosotros estamos dentro de ese todo, no podría separarse de ninguna manera”.
Por miles de años los Kawésqar han estado asentados en los fiordos de la Patagonia, una zona única a nivel mundial, con una biodiversidad privilegiada pero con uno de los ecosistemas más vulnerables del planeta, y cuya protección está subrepresentada según expertos. En ese lugar se combinan elementos naturales y culturales sin precedentes, donde los saberes ancestrales de esa comunidad viven en gran armonía con los distintos hábitats y especies únicas de esa parte de Chile.
Los Kawésqar han configurado su historia a partir de un fuerte vínculo con el mar y la tierra, donde su riqueza radica, de hecho, tanto en sus memorias como en la comprensión de lo material y de lo inmaterial. Su territorio es parte de un ecosistema configurado por una gran gama de factores hidrológicos y sus hábitats son tan diversos como los campos de hielo, fiordos, glaciares, islas, bosques subantárticos y humedales que lo componen.
Pero este lugar está amenazado.
Desde que se creó la Reserva Nacional Kawésqar en la Región de Magallanes, en enero de 2019, una gran cantidad de centros de cultivos de salmón se han instalado en la zona. La separación que se hizo de la parte terrestre con la marina, para dar distintos niveles de protección, ha permitido que varias concesiones salmoneras se hayan aprobado poniendo en riesgo no solo la flora y fauna acuática, sino también la sobrevivencia de esta cultura.
Aunque la declaración de este tipo de recintos busca dar protección a los espacios que involucra, según los últimos datos disponibles en la actualidad hay 69 concesiones permitidas, mientras más de cien están en tramitación.
La expedición
A comienzos del 2020, National Geographic, a través de su programa Pristine Seas, realizó una expedición inédita al lugar en la que por primera vez se integró a los equipos de científicos y documentalistas, representantes de las comunidades Kawésqar por la Defensa del Mar y la Comunidad Indígena Yagán de la Bahía de Mejillones. En total fueron tres semanas de navegación en las que participaron 14 personas. Entre los meses de julio y septiembre de ese año, la comunidad Kawésqar realizó una segunda expedición aplicando un enfoque biocultural.
El primer viaje duró 21 días y partió en Punta Arenas. Recorrieron el Estrecho de Magallanes, el Parque Marino Carlos III, toda la reserva Kawésqar hasta llegar a la isla Madre de Dios, al sur del golfo de Penas y que busca ser el primer Patrimonio de la Humanidad Natural de Chile por la Unesco.
Algunos de los que asistieron aseguran que fue una expedición sorprendente no solo por la rica y variada biodiversidad que se logró registrar -que cambiaba según la salinidad y temperatura de los distintos fiordos- sino también por la gran cantidad de jaulas salmoneras que se avistaron.
Leticia Caro es miembro de las comunidades Kawésqar por la Defensa del Mar -donde están integradas las comunidades Ata’p, Residentes en Río Primero, Inés Caro y Grupos Familiares Nómades del Mar- y participó en el viaje junto a NatGeo. Según cuenta, para su pueblo el territorio es mucho más que eso: representa espiritualidad, residencia e interacción. De ahí, señala, que resguardarlo sea una cuestión imperante hoy en día.
La parte marina del lugar está dividida en dos grandes porciones: el Málte, costa exterior, y el Jáutok, canales interiores. Estos se diferencian por el tipo de marea y las especies que habitan allí, aunque también hay una carga espiritual en cada uno de ellos.
La importancia de contar esto, asegura Leticia, es que si bien los ‘antiguos’ (como denominan a sus antepasados) ya tenían conocimiento de las diferencias de estas dos franjas de agua, ahora, durante la expedición, todo ese conocimiento se pudo comprobar científicamente. “Se pudo demostrar la división a través del grado de salinidad que existe en cada uno de los espacios y de ahí el tipo de especies que habitan. Eso lo encontré magnífico”.
“Es difícil expresar esto en una palabra para que alguien lo entienda. Los ‘antiguos’ sabían antes que los científicos cómo se desarrolla el territorio y no necesitaron comprobarlo científicamente, simplemente lo sabían, pero lo que necesitamos hoy para resguardar el territorio son pruebas porque nuestra palabra no sirve de mucho”, comenta.
A lo que apunta Leticia es a la necesidad que tienen las comunidades por la Defensa del Mar de dar protección real a esa parte de la Región de Magallanes. Esa industria, dice, “está devastando el espacio, está devastando la cultura, la sociedad. No solo contamina el mar, también a la sociedad porque nos somete”. “La tristeza que provoca ver los espacios en el estado en que los tiene la salmonicultura, es muy grande. Es como una violación, es sentirse violentado. Por eso emprendimos esa carrera, porque justamente queremos que ese daño no avance, es imperioso evitarlo”, agrega.
La expedición a cargo de National Geographic tuvo como resultado un informe y un documental que se estrenará en los próximos meses. En el documento se recomienda que las medidas de conservación que se adopten respeten la unidad del territorio ancestral, en el que no se reconocen divisiones entre el mar y la tierra. Además, llaman a que el gobierno de Chile no apruebe ninguna nueva solicitud para el cultivo de salmón dentro de la recién creada reserva nacional y que paralelamente se remuevan las que actualmente operan en esta área protegida.
Para Álex Muñoz, director para América Latina de National Geographic Pristine Seas, el motivo de las recomendaciones se basan en que la reserva alberga un ecosistema único e irremplazable y que en gran parte se encuentra en estado prístino. Sin embargo, en algunas partes ya está siendo fuertemente afectado por la presencia de centros de cultivo que arrojan grandes cantidades de contaminación al mar. Además, sostiene, se pone en riesgo las especies nativas por posibles escapes y enfermedades.
Durante la navegación, dice, “nos sorprendió ver salmoneras en lugares de gran importancia ecológica pero que ahora estaban invadidos por tremendas jaulas con miles de salmones adentro. Sabemos que estas jaulas arrojan una gran cantidad de desechos al mar y también dejan escapar una cantidad importante de salmones. A simple vista, uno se impresiona de ver estos centros en lugares que en cualquier otra parte del mundo, serían declarados parques nacionales sin actividades de alto impacto ambiental”.
La zona de los fiordos patagónicos alberga condiciones geográficas y climáticas que no se reproducen en otras partes del mundo, la influencia del agua que cae de los glaciares se combina luego con el Océano Pacífico y provoca una gradiente de salinidad y temperatura que hace que las especies que están más cerca del agua dulce sean muy distintas a las que están en la zona más cercana al mar abierto. “Si nosotros alteramos el balance de este ecosistema vamos a perderlo para siempre, será imposible volver atrás”, asegura.
Buceo en los fiordos
El biólogo marino Mathias Hüne también participó en la expedición. Según explica, durante los buceos que realizaron se pudieron percatar de cómo cambiaba la densidad de los bosques marinos, de la variación de la fauna presente y de claridad del agua a medida que avanzaban por los fiordos. En la zona intermedia, por ejemplo, se encontraron verdaderos arrecifes y una abundancia peculiar de peces. “A medida que íbamos más hacia el Pacífico esto cambiaba”, cuenta.
La amenaza de la industria salmonera en esa zona pone en riesgo a las especies nativas porque compiten con ellos. “Hay una especie de pez, el farolito, que es el único pez hielo que vi fuera de la Antártica y estaba en esta reserva, es endémico del extremo sur y está en categoría de conservación vulnerable, es una especie que ya está amenazada”. Según estudios, dice, se logró determinar que los salmones además de competir con ellos por alimento, posiblemente también los depreda.
Otra de las preocupaciones tiene que ver con la muerte de delfines y otros mamíferos marinos que han sido encontrado muertos y enmallados en redes de estos centros.
La semana pasada se publicó en la prestigiosa revista científica Plos One un nuevo estudio basado en la misma expedición que hizo Nat Geo. En la publicación se describe cómo esta reserva es un área de máxima prioridad para la conservación debido a su alto grado de endemismo, fiordos vírgenes, bosques lluviosos templados, hábitats oceánicos y el campo de hielo más grande fuera de las regiones polares.
El documento señala, por otra parte, que la protección efectiva de esta región no solo es de importancia local, sino también global al ser el tercer reservorio de agua dulce más grande del planeta después de la Antártica y Groenlandia, respectivamente. Además, proporciona uno de los sistemas interconectados más extensos conocidos de bosques submarinos de macroalgas pardas, es clave en el almacenamiento de CO2 ayudando a mitigar el impacto del cambio climático.
El mismo estudio agrega que esta área protegida es importante por la existencia de especies migratorias y residentes que incluyen ballenas, orcas, delfines, elefantes marinos, leones marinos, aves, peces e invertebrados marinos. Igualmente, alberga los hábitats más productivos de la región, debido a su alta incorporación de nutrientes del sistema montañoso, glaciares y corrientes oceánicas subantárticas. Al ser un refugio climático importante, apoya el equilibrio ecológico en el hemisferio sur y representa, a su vez, un área clave para salvaguardar nuestra seguridad alimentaria.
Por este motivo, para Álex Muñoz se trata de un imperativo moral y político cerrar los centros de cultivo. “No es posible tener un área protegida con actividades que destruyen los objetivos de conservación dentro de la misma área. Es completamente contradictorio tratar de proteger un lugar y al mismo tiempo autorizar actividades que lo destruyan”.
Chile tiene que entender, agrega, “que lugares como la Patagonia son el futuro del planeta, en lo ambiental, en lo social y en lo económico, por lo tanto es una muy mala idea permitir actividades que han demostrado ser insustentables y que presentan crisis ambientales y sanitarias cada cierto tiempo”.
Es importante hacerlo, dice Leticia Caro, “no solo por nosotros, sino también porque somos la tercera reserva mundial de agua dulce. ¿Qué va a pasar si todo esto se contamina al mismo tiempo que los glaciares se derriten a grandes pasos? Pensemos en el futuro que da miedo y en lo que vamos a dejar a nuestros hijos y nietos. Por eso es nuestro accionar, por el futuro, pero también por el pasado”.