En el marco del Día Mundial de las Ballenas, tal como el turismo permite a cientos de personas viajar para observar a estos magníficos mamíferos, es necesario hacer un recorrido peculiar, pero no por eso menos interesante. Uno por la historia de las ballenas en el país, los diferentes tipos de caza, balleneros olvidados y los enigmas que envuelven el paradero de una especie que aún intentan descifrar.
De acuerdo a la Fundación Meri, las ballenas no son solo majestuosas por su apariencia, sino que también aportan en la conservación de la biodiversidad, capturan grandes cantidades de CO2 y mitigan el cambio climático. Lamentablemente, estos cruciales mamíferos fueron cazados hasta casi el borde de su extinción.
En el siglo XIX la caza de ballenas ya estaba consolidada por la búsqueda de una sustancia que iluminaba los faroles de las calles y daba forma a las velas de los hogares: el aceite. Este proceso, que el Doctor en ciencias de la Universidad de Auckland y especialista en mamíferos marinos, Carlos Olavarría, llama “ballenería más histórica”, se caracteriza por un sistema rudimentario, en el que se utilizaban barcos a vela y arpones artesanales. Es por esto que en Chile cazaban ballenas como la franca, el cachalote y, en menor medida, la jorobada; eran más lentas y cercanas a las costas. Pensar en atrapar una ballena azul con este tipo de herramientas era inimaginable.
En el 1900 la llegada del arpón mecanizado, los barcos a vapor y el descubrimiento del petróleo -y su uso como combustión interna-, “cambió el juego”, indica Olavarría. El comercio fue tras especies como la minke, fin, sei, y azul.
“Fue una caza mal realizada y llevó a especies al peligro de extinción, como es el caso de ballena azul”, señala el biólogo marino.
Sin embargo, y ante la incipiente extinción de diversas especies a lo largo del mundo, la Comisión Ballenera Internacional (CBI) impulsó la moratoria mundial para la caza comercial de ballenas, adopción que Chile aprobó en 1982. Mientras que un año después, en mayo de 1983, se cazó la última especie. El 15 de julio de ese mismo año un decreto puso término a la caza de estos cetáceos de manera oficial.
A partir de entonces se realizan principalmente dos tipos de cazas de ballenas, la caza aborigen, como es el caso de los inuit, y la científica, que caracteriza a países como Japón.
Olavarría es enfático en que la CBI no busca realmente proteger a las ballenas. De hecho, la medida es para que la población sea estable otra vez, y así volver a capturar a los mamíferos de una manera sustentable.
Sonia Español, directora de la Fundación MERI, revela que este verano se lanzó la sexta versión de la campaña ‘Ballena a la vista’, “la que tiene como objetivo sensibilizar, reducir las amenazas y recordar que se deben respetar las distancias de seguridad en los avistamientos”.
Si bien la caza sigue en distintos lugares del mundo, no es el caso de Chile; país que reemplazo la práctica por el turismo. “Todas las plantas balleneras en Chile cerraron, los barcos se vendieron o se hundieron”, explica el especialista en mamíferos marítimos, aludiendo a la conocida ballenera de Quintay y al naufragio del Indus 8, barco ballenero que se hundió y ahora es un punto de buceo en Pichidangui.
A partir del término de la caza los números de ballenas aumentaron considerablemente, por lo que es común observarlas en distintos sectores de la costa, como fue el caso de la jorobada en una playa de Tocopilla hace poco más de una semana.
Sin embargo, hay especies que inexplicablemente no se recuperaron de la extinción. Esto sucede con la ballena franca, mamífero que se pescaba con arpones rudimentarios y que, cuarenta años después de la prohibición de su caza, apenas se advierte en Chile.
La misteriosa ballena franca
En el Centro de Estudios Avanzados en Zonas Áridas (Ceaza), que dirige Carlos Olavarría, es un centro regional de investigación científica y tecnológica que lleva tiempo preguntándose por el paradero de la ballena franca. A diferencia de otras especies, como la jorobada, la sei o la impresionante azul, este grupo de mamíferos no se observa en nuestro país como en otras partes del mundo, a pesar de que su caza finalizó hace cuarenta años.
“Fueron capturadas en la primera etapa de la ballenería”, recalca el director ejecutivo de Ceaza, hecho que de alguna forma podría explicar su desaparición masiva.
De todas formas, los integrantes del Centro Regional no logran entender por qué, dado que otras especies sí se recuperaron de la extinción e incrementaron sus números. Eso sucedió en otros países, en la parte argentina de la Península Valdés otra población de esta misma especie se recuperó bastante bien, al igual que en algunas islas de Australia y Nueva Zelanda.
“En Chile se supone que no hay más de cincuenta hembras”, añade.
¿Dónde están?
Una de las hipótesis que manejan desde Ceaza, es que en nuestro país las cazaron mucho más que en otros y, por ende, a la población de ballenas francas les cuesta recuperarse. Pero no es lo único. “¿Qué tal si estamos esperando encontrar ballenas francas en los lugares equivocados?”, reflexiona Olavarría.
Para resolver esta duda, mapearon todos los lugares el hemisferio sur donde se encuentran las ballenas francas en su período de reproducción, que están entre la región de Aysén y la región de Magallanes, específicamente en Puerto Natales. Debido a los antecedentes de este cetáceo, debían pensar en sitios inhabitados y sin demasiada exposición.
En 2017 les llegó un video desde Golfo de Penas, eran 9 ballenas francas junto a 3 crías. Era el lugar perfecto, un sitio abierto hacia el sur donde hay mal clima todo el tiempo, nadie vive en él, no hay marinos ni caletas. Es más, allí también ocurrieron los grandes varamientos de 2015, en donde se encontraron más de 300 ballenas sei. “Nadie se dio cuenta, fue de pura casualidad” explica Olavarría, para dimensionar lo desalojado del espacio.
Han estado volviendo desde entonces: “En el 2018 y 2019 no pasó nada, pero en el 2020 ¡Pum! Aparecieron ballenas francas con sus crías”, cuenta el experto.
En el 2021 aparecieron unas pocas y el año pasado ninguna. Resulta que las hembras de esta especie tienen ciclos de tres años para reproducirse, por lo cual es lógico que no puedan observarlas todos los años.
“Aún es una hipótesis, pero este invierno deberíamos encontrar ballenas con crías”, finaliza el director ejecutivo de Ceaza.