Hoy en día, si un padre golpea a un niño en medio de una rabieta en el supermercado, es probable que reciba miradas de desaprobación de otros compradores. Golpear no es tan aceptable socialmente como solía ser.
Investigaciones recientes muestran que solo el 15% de las personas de 16 a 24 años consideran que la disciplina física es necesaria para criar adecuadamente a los niños. Esto se compara con el 38% de las personas mayores de 65 años, según estudios en Australia.
Pero todavía sucede, y es muy dañino para los niños. Así que necesitamos ayudar a los padres a encontrar métodos alternativos de disciplina.
Es más común de lo que piensas
En 2017, la comisión real sobre abuso sexual infantil de Australia recomendó un estudio nacional sobre cuán común es el abuso infantil en ese país. Los primeros hallazgos publicados el mes pasado revelaron que el 61% de las personas de 16 a 24 años dijeron que fueron golpeados físicamente por disciplina cuatro o más veces durante su infancia.
La investigación también encontró que aquellos que fueron golpeados tenían casi el doble de riesgo de depresión y ansiedad. Esto se debe en parte a que aquellos que fueron abofeteados de niños también pueden haber experimentado otras formas de maltrato, como reacciones severas de los padres, negligencia o apoyo insuficiente.
¿Qué dicen la leyes?
Actualmente, al menos en Australia, el uso razonable de la fuerza con el fin de disciplinar en el hogar sigue siendo lícito según las disposiciones del derecho penal o los principios del derecho consuetudinario dictados por los tribunales. Esto es a pesar de que es ilegal en la mayoría de los estados y territorios australianos en otros entornos, como escuelas o entre adultos, donde se clasifica como agresión.
Muchos países están cambiando sus leyes porque entienden los daños y porque es una violación del derecho de los niños a vivir una vida libre de violencia. Ya, 63 países han prohibido el castigo corporal para los niños, incluidos Nueva Zelanda, Suecia, Dinamarca, Corea del Sur, Gales, Escocia, Francia y Japón.
Los investigadores sobre crianza y familia también han estado presionando durante mucho tiempo para que se ponga fin al castigo corporal en Australia. Pero no se trata sólo de una reforma legal. Criar hijos puede ser un desafío en el mejor de los casos. Los niños se portan mal o pueden no tener el control de sus emociones, y los padres deben orientar a sus hijos sobre cuál es el comportamiento apropiado.
La buena noticia es que existen alternativas a los azotes basadas en la evidencia. Estas son estrategias que tienen como objetivo ayudar a los niños a comprender qué comportamientos se esperan, enseñarles a trabajar con sus sentimientos y aprender cómo reparar una situación o resolver un problema.
Estos enfoques conducen a resultados mucho mejores para padres e hijos, incluidas expectativas más realistas por parte de los padres y una mejor relación entre padres e hijos. También mejoran el bienestar y la salud mental del niño.
Entonces, ¿cuáles son las alternativas a los golpes?
Aquí hay algunos enfoques para considerar con su hijo:
1. Da límites claros y consistentes sobre lo que esperas
Los niños necesitan saber cómo quieres que se comporten y que esto quede claro. Un ejemplo podría ser: “No está bien que le pegues a tu hermano” o “No puedes quitar los caramelos de los estantes del supermercado sin preguntarme primero”.
2. Maneja tus propias emociones
La ira es contagiosa, así que trate de no perder los estribos frente a sus hijos. En su lugar, haga una pausa antes de reaccionar: respire profundamente tres veces, tome un trago de agua fría o salga por un momento.
3. Sea un buen modelo a seguir para su hijo cuando no maneje bien las situaciones
Los padres deben mostrar cómo manejan sus propias emociones, o hacer las paces cuando actúan de manera menos que ideal. Los padres deben ser lo suficientemente valientes como para decir “Lo siento, me enojé y te grité. No fui muy paciente”.
4. Explora las emociones detrás del comportamiento
Los niños pueden estar inseguros o confundidos por sus emociones. Por lo tanto, intente ayudarlos a comprender sus sentimientos. Esto podría incluir decir algo como “Veo que te sentiste excluido y celoso”.
También valide sus emociones porque esto les ayuda a sentirse aceptados por usted mientras aprenden a comprender y manejar sus sentimientos. Por ejemplo, diga “Es difícil cuando esto sucede”.
Cuando estén más tranquilos, puedes explorar otros sentimientos detrás de sus acciones.
Se trata de separar los sentimientos (celos, frustración) del comportamiento (pegar). Todos los sentimientos están bien, pero no todos los comportamientos.
5. Resuelva los problemas cuando todos estén tranquilos
Nadie puede pensar, hablar o escuchar adecuadamente si está molesto. Tómese el tiempo para respirar un poco o hacer algo relajante con su hijo. O tal vez necesitan correr para liberar sentimientos fuertes.
6. Apoyar a los niños para hacer las paces
Cuando todos estén más tranquilos, ayúdelos a encontrar la solución o el siguiente paso. Esto les enseña a resolver situaciones, reparar relaciones y responsabilizarse de su comportamiento. Podrías decir algo como “Puede ser vergonzoso pedir perdón a alguien con quien has estado enojado. ¿Qué crees que podría ayudar?”
7. Explora las consecuencias naturales
Si algo se rompe, es posible que los niños necesiten arreglarlo, usar dinero de bolsillo para reemplazarlo o explorar qué podría mejorar la situación.
Los niños necesitan reglas familiares sobre el comportamiento y puede ser útil discutir qué debería suceder si se rompen.
Tener la disciplina adecuada no es fácil como padre, abuelo o cuidador. Y esto puede ser especialmente difícil si te criaron abofeteando (y tienes parientes mayores que te dicen que está “bien”).
Vale la pena recordar un eslogan que se usa con frecuencia cuando hablamos del fin de las bofetadas: “los niños son imbatibles”. Merecen la misma protección contra la violencia que los adultos.
*Daryl Higgins es un amigo de The Conversation.
Profesor y Director, Instituto de Estudios de Protección Infantil, Universidad Católica de Australia
**Sophie havighurst
Profesor, Universidad de Melbourne