La surrealista sensación que hemos experimentado estos últimos dos años, que nos asemeja a personajes de una novelesca sociedad distópica, constantemente amenazados por una enfermedad potencialmente mortal, y obligados a reorganizar nuestro comportamiento social de una manera radical, podría terminarse, como un mal sueño, este 2022. Pero esto no ocurrirá espontáneamente, como durante la pandemia de la gripe española, que vino en olas y mató entre 50 y 100 millones de personas en tres años y luego desapareció tal como llegó, sin que siquiera se identificara al virus causante, lo que se logró retrospectivamente muchas décadas después.
En la crisis sanitaria actual, transcurridos 100 años desde la anterior, el conocimiento científico acumulado resulta abrumador y decisivo. La identificación en pocos meses del agente causante, su caracterización molecular completa en tiempo récord y la colaboración de redes científicas internacionales, permitió el diseño, testeo y fabricación de vacunas a una velocidad hasta hace poco impensada. La biología y la medicina facilitaron además estudios clínicos que comprobaron su efectividad y seguridad y apuraron el desarrollo de otros nuevos fármacos y biofármacos que permiten hoy controlar las fases más graves producidas por el Sarcov2 y auguran una baja considerable en la mortalidad causada por este virus, disminuyendo su impacto social.
No obstante, está quedando demostrado que no basta con las vacunas y drogas para combatir una pandemia. Existen una gran cantidad de factores sociales, económicos y sicológicos que impiden poder asegurar la erradicación completa de la enfermedad. En efecto, la desigualdad socioeconómica a nivel global conspira enormemente con los esfuerzos de los países por terminar con la pesadilla. Mientras hay países que ya están aplicando una cuarta dosis como refuerzo, un porcentaje altísimo de la población mundial no cuenta con una sola inyección y produce olas de contagios que son caldo de cultivo para nuevas variantes que incluso se vuelven contra los países más inmunizados. “Nos salvamos todos, o nadie estará a salvo nunca”, aparece como una aseveración cada vez más válida.
El contar con recursos para la compra de vacunas en el mercado internacional es claramente una ventaja, pero una visión de largo plazo debe necesariamente contemplar la implementación de capacidades propias que permitan estar siempre atentos a reaccionar rápida y efectivamente contra esta y otras nuevas amenazas. Esto requiere potenciar las competencias científicas locales y debe incluir, fortalecimiento descentralizado del sistema de salud público, mejora en la vigilancia de potenciales agentes zoonóticos y recursos para su efectiva caracterización molecular, además de la creación, con respaldo estatal y financiamiento publico-privado de plataformas para la fabricación rápida de vacunas y biofármacos, que faciliten su distribución regional y fomente el desarrollo de capacidades propias en investigación, proveyendo la infraestructura necesaria y el robustecimiento de la masa crítica de investigadoras e investigadores que el país requiere para empezar a utilizar el conocimiento como un recurso esencial al servicio de un desarrollo sostenible.
* Vicerrector de Investigación y Desarrollo, Universidad de Chile