Hasta hace poco, nuestro país observaba la fiebre amarilla con distancia y la asociaba más bien a una enfermedad propia de países subdesarrollados. Si bien desde 1980 ésta ha vuelto a emerger en América Latina, no se habían encendido las alarmas hasta la llegada de un nuevo brote a Brasil en enero de 2018. A partir de entonces, el panorama cambió radicalmente, más aún cuando un mes después se conoció la noticia del contagio de tres chilenos en territorio carioca, de los cuales finalmente dos fallecieron a causa de esta infección viral. ¿Qué tenían en común ambos casos? Ninguno contaba con la debida inmunización antes de viajar.

Ya sea por desidia, desinformación o desconfianza respecto a su efectividad, lo cierto es que la vacunación no parece ser una prioridad para todos a la hora de planificar un viaje al extranjero. Ello reviste un problema no menor, ya que una persona que no se administra las vacunas correspondientes antes de trasladarse fuera del país, está no sólo descuidando su salud y poniendo en riesgo su vida, sino que también está facilitando la importación de enfermedades a su país de origen, arriesgando así el bienestar de su comunidad.

Sin ir más lejos, hace pocos días la Organización Mundial de la Salud (OMS) dio a conocer las mayores amenazas para la salud pública mundial este año, dentro de los cuales, se encuentra la anti-vacunación. De acuerdo a sus cifras, entre 2 y 3 millones de personas se salvan de morir de enfermedades gracias a la inmunización, pudiendo evitarse otro millón y medio si lográsemos mejorar la cobertura de vacunas a nivel mundial.

¿Acaso hemos perdido el respeto a algunas enfermedades virales inmunoprevenibles, olvidando o desestimando sus nefastas consecuencias? ¿Qué tipo de evidencia, si no es la pérdida de la vida humana, necesitamos para entrar en razón y priorizar el autocuidado?