¿La gata o yo? Peleas en Pandemia
El único misterio sobre el gato es saber por qué ha decidido ser un animal doméstico (C. Mackenzie).
Se va abril y hay comunas que celebran pasar a la Fase 2. Otras aguantan la respiración. ¿Llovió este mes? Las discusiones sobre el tercer retiro se toman el Congreso, los matinales, el Tribunal Constitucional y el Palacio de la Moneda. Twitter arde y a la carrera presidencial se suman nuevos rostros. Nadie quiere perder protagonismo, pero el único que ha ganado -o que al menos ha recuperado terreno en estos días- ha sido el tenista Nicolás Jarry, quien tras una larga sequía, levanta una copa.
Al norte de nuestro país también hay carrera presidencial y sorpresas. Para muchos analistas el Perú se debate entre dos males, pero claramente los análisis y las ficciones no interpretan a sus electores. El que gane gobernará por meses o años. Ya nadie sabe.
Fuera de nuestro continente, la pandemia desborda los crematorios de la India y se anuncia que la variante de ese país ya tiene tres peligrosas mutaciones. Y como vivimos en una aldea global, algunos países de Europa cerraron sus fronteras a los vuelos provenientes de la India, Brasil y Sudáfrica.
Al otro lado del Atlántico, Joe Biden cumple cien días como presidente de los Estados Unidos de América, los vacunados de la tierra de la libertad son autorizados a circular sin mascarilla y Ozzy Osbourne vuelve a escandalizar las redes sociales al confesar haber matado gatos y pájaros con su rifle para “mantenerse cuerdo” durante la pandemia.
Apago la radio, me bajo del auto y subo corriendo para conectarme, vía zoom, con Cecilia, nueva cliente, quien en unos extensos audios, me contó que estaba buscando ayuda para equilibrar su trabajo, su vida personal y su relación de pareja, ya que con la pandemia y su gata, había llegado a un peligroso límite.
Hola Sebastián. Que difícil empezar. Y eso que te mandé audios para que esto no fuera tan incómodo. Tan de cero. Y es que me demoro en agarrar confianza. No soy de llegar y hablar, de hacerme amigas o amigos rápido… bueno… soy un poco desconfiada… y cuando me di cuenta que necesitaba ayuda, me di muchas vueltas buscando a la persona indicada. Claramente no la encontré. Logré olvidar que buscaba ayuda. Y desaparecían los problemas, hasta que tenía otra pelea con Mario y recordaba que llevaba meses pidiendo auxilio. ¿Muy enredada? Bueno, la cosa es que Elisa, una ex jefa que alguna vez atendiste, me llamó el otro día para saber de mí. Ahí hice clic y me acordé que ella se atacaba cuando le pedías la opinión de Chiquita, su Boston Terrier. De repente llegaba a la oficina y me contaba, indignada, que le habías pedido la opinión de su perrita respecto a Víctor, un tipo de la pega que le gustaba. Ya…. me fui mal por las ramas, pero la cosa es que conecté esos recuerdos con Mario y Florencia, mi gata.
¿Qué ha pasado con tu gata?
La Florencia lleva quince años conmigo. La tengo desde que vivo sola y no acepto ningún cuestionamiento, crítica o comentario negativo sobre ella. Objetivamente, no es un ser fácil ni amistoso y me siento totalmente interpretada por su forma de ser.
¿Qué quieres decir?
La Florencia, al igual que yo, es profundamente desconfiada. Y salvo al Cote, mi ex pololo, a nadie ha querido. No he tenido otras gatas. Tal vez todas digamos cosas parecidas, pero la Flo es muy ella. No transa. Y cuando traía a algún amigo a la casa, ella simplemente desaparecía y muchos pinches, o los de turno, no se dieron cuenta que existía. Los más apéndice se daban cuenta que tenía mascota porque cachaban que había un platito de agua en la cocina o por los pelos en los sofás. Podían pasar meses hasta que ella se dignara a presentarse; los miraba y se iba. O cuando estaba con un mono porfiado viendo tele, daba un salto, levantaba la cola y se mandaba a cambiar. Espantó a más de alguno y la verdad, tiene buen ojo. Mucho mejor que el mío.
¿Qué ve tu gata que tú no?
Ella no afloja. Tarda mucho tiempo en bajar la guardia y a veces nunca lo hace. Yo soy igual de desconfiada al principio, pero después me relajo y cago. Me entrego y ahí la Flo me mira con cara de… puta que eris weona.
¿Por qué?
Mira, la única excepción a la regla fue el Cote. La Flo lo amó y debo reconocer que hasta me puse celosa. Este weon simplemente se dejaba querer, sin cachar lo chocante que era para mí. Otro día te cuento más de mi ex, porque la cosa es que terminé con él porque era demasiado relajado y yo soy demasiado competitiva. Soy pila, vivo a mil y sentía que me merecía estar con alguien con mi misma energía. Necesitaba un weon más ambicioso y con el dolor de mi corazón, aproveché el primer condoro que se mandó el Cote para mandarlo a la chucha. Fue injusto, pero lo necesitaba. De otra forma no podría haber terminado con él. Ya, pero hablemos de Mario.
¿Qué pasa con Mario?
Lo conocí en mi pega anterior y al igual que yo, viene de abajo, se ha sacado la chucha y piensa en grande. Al principio yo estaba fascinada. Claramente no era tan mino como el Cote, ni tan simpático, ni tan amoroso o carismático. Mario es un weon duro, de esfuerzo y se ha quemado las pestañas y ha sudado la gota gorda para ser gerente en la misma empresa donde yo trabajaba con la Elisa. Los dos somos de liceo, de universidad pública, de becas, de créditos pa’ todo y de partirnos el lomo por ser los mejores. No había más opciones para personas como nosotros. Fue la raja encontrarnos, pues con él podía hablar cosas que con el Cote… y otros andantes… eran imposibles.
¿Por qué?
El Cote era demasiado ingenuo, demasiado bueno. Evitaba los conflictos conmigo. Igual que esos perros que muestran la guata para que no los ataquen. Mario es al revés. A la hora de discutir es un pitbull y tiene posiciones políticas y económicas firmes. No da su brazo a torcer y aunque los dos pensamos muy parecido, con el estallido y la pandemia empezaron nuestros desencuentros. Igual lo superábamos rápido, le echábamos la culpa al estrés, a la distancia… y fue así como decidimos vivir juntos. Como en todo, discutimos donde sería y al final gané yo y él se vino a vivir para acá. Vendió casi todas sus cosas, se trajo unas pocas y ahí la Flo empezó a hacer de las suyas.
¿Qué hizo la Flo?
Básicamente empezó a arañar los muebles que trajo y a comportarse como un fantasma. Cuando estaba Mario desaparecía y lo único que te recordaba su existencia eran las nuevas hilachas que colgaban de su sofá regalón. La desgraciada reaparecía cuando estábamos solas. Al principio Mario no pescaba, hasta se reía. O eso creía yo. Pero cuando nos empezamos a quedar todo el día en la casa Mario se empezó a poner nervioso, pues la Flo enloqueció.
¿Qué le pasó?
Antes de la pandemia, la Flo hacía tonteras. Un rasguñón o dos en el sofá de Mario. Cosas chicas. Pero me imagino que en algún momento se cansó de arrancar de nosotros y empezó a correr por el departamento como una verdadera ninja. Aparecía y desaparecía de las piezas. De repente saltaba a la cama y miraba fijo a Mario y caché que él también se iba mosqueando cada vez más. En lo más duro de la pandemia se hizo evidente que los dos ya no se soportaban. Y a Mario le empezaron unas extrañas alergias. El doctor le dijo que podían ser los pelos de gato y el estrés. Días después supe que Mario se había quedado sin pega. Estaba mal. Y a las semanas caché que tenía unas deudas y una carga financiera que hasta a mí me quitó el sueño. Y amanecía ahogado, lleno de ronchas en la cara, le picaba el cuerpo y le empezó a echar la culpa a la Flo. Y así nos empezamos a agarrar, hasta que un día pescó sus cosas y se fue donde sus papás. Fue solo un fin de semana. Después volvió… pero en los días que no estuvo pasó lo más insólito.
¿Qué pasó?
Como estaba sola, aproveché de hacer un zoom con el Cote. Si bien nunca perdí del todo el contacto, hacía años que no lo veía. Así que me puse cómoda. Copa de vino, quesos, polerón grande, buzo y pantuflas. Se conectó e inmediatamente llegó la Flo. Saltaba arriba mío, se paseaba delante y le ponía el poto a la pantalla. Me daba mucha risa. La weona maullaba, ronroneaba, hacía ruiditos de amor y la tenía que agarrar en brazos para que me dejara hablar. El Cote no cachaba porque me reía tanto y te juro que ni me acuerdo de lo que hablamos. Lo más loco es que esa noche la Flo durmió conmigo dentro de la cama. Hacía años que no lo hacía y dormí increíble. Mucho mejor que con Mario al lado.
Silencio
Desde que él se vino a vivir conmigo, nunca más dormí toda la noche con la Flo. La echaba de menos y al día siguiente estuvo enferma de cariñosa… hasta que llegó Mario… super arrepentido. Me dijo que estaba mal. Pero lo más terrible es que ya me daba igual. Ya no me afectaban sus palabras. Sentí, en ese momento, que ya fue. Y la Flo volvió a desaparecer, pero nunca más rasguñó el sofá de Mario. Te juro que después de esto intenté ponerle cabeza a las cosas y me dije que no podía desechar una relación porque mi gata no lo soportara… pero tampoco me puedo hacer la loca con el efecto Cote en la Flo y en mí.
Silencio…
Me siento atrapada. Por la pandemia, por mi relación, por las deudas de Mario, por su cesantía… quiero arrancar y no sé si me estoy engañando o no… pero creo que la última vez que fui verdaderamente feliz fue con el Cote y la Flo. ¿Qué hago?
Conitunuará…
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