La generación ansiosa: cómo la tecnología modificó nuestros cerebros en los últimos 75 años
Los niños de ayer y hoy han sido expuestos a distintos estímulos que repercutieron en el desarrollo cerebral de cada generación. Así lo ven científicos, y así también lo analizan psicólogos, educadores y biólogos para entender cómo la tecnología seguirá definiendo el devenir del ser humano.
Sumar, jugar, recordar. Las actividades que desarrollamos durante nuestra infancia nos definen, en gran parte, en el devenir de nuestras vidas. No solo en términos metafóricos, sino que también en el desarrollo de nuestro cerebro, en la configuración de la red de neuronas que se reordenan constantemente para optimizar los procesos y operaciones que hacemos en nuestra cabeza.
¿Pero podemos decir que un niño nacido en 1950 formó su cerebro de igual forma que uno de 1975, o que otro que llegó al mundo en el nuevo milenio? Los factores externos, la exposición a la tecnología y otros contextos afectan el desarrollo del cerebro, el centro de cómputo del humano ¿Qué tan distintas pueden ser las infancias de hoy y las que nacieron hace 75 años? ¿Por qué ocurre esto y cómo podrían llegar a ser en el futuro?
Durante las generaciones, sin duda la más reciente es la que tuvo un acceso a una tecnología más avanzada y a edades más tempranas. Hace 75 años, si bien tenían algún tipo de acceso tecnológico, esto cambió drásticamente con la incursión de las pantallas, desde la televisión, los primeros computadores y calculadoras digitales, hasta las aplicaciones móviles que hoy operan con inteligencia artificial.
“Efectivamente hay cambios importantes que tienen que ver con la estructura y el desarrollo del cerebro humano que se manifiestan en conductas, en comportamientos, en formas de procesar la información que tienen que ver implícitamente en cómo se ha ido modificando en algún nivel el cerebro”, comenta la psicóloga y académica de Vinculación con el Medio de la Universidad San Sebastián, Carol Bazignan.
Este cambio a nivel cerebral responde a un proceso llamado neuroplasticidad, en el que todos estamos expuestos. Esto, según explica el investigador de Fundación Ciencia y Vida, Alejandro Bernardin, es la capacidad que tiene el cerebro para modificar su fisiología en función de adaptarse a los estímulos que recibe del entorno. “Si uno las mira en el microscopio, las neuronas se conectan y desconectan de manera constante. Cuando hay un nuevo estímulo, la neurona busca a otra para conectarse y eso lo hacen a través de nuevos transmisores, los axones se empiezan a conectar entre ellas. Cuando se realiza la primera conexión, que es muy débil, y si el estímulo se sigue repitiendo en el tiempo, esa conexión se empieza a fortalecer. Ahí está la neuroplasticidad”, detalla el científico.
Eso sí, este proceso es mucho más efectivo y recurrente en las primeras etapas del desarrollo del cerebro, desde el nacimiento hasta pasados los 5 años de vida. Después de eso, el cerebro sigue teniendo cambios en la configuración neuronal, pero estos comienzan a ser más lentos y menos efectivos. Los últimos estudios señalan que la neuroplasticidad puede actuar incluso hasta los 35 años. Luego de eso, suele ser mucho más difícil que las personas se puedan adaptar a cambios motivados por los factores externos que rodeen al individuo.
“Por eso los niños y niñas aprenden muy rápido, porque estas conexiones y este fortalecimiento de conexiones es veloz, pero para los adultos es más lento. Y claro, también la neuroplasticidad ayuda a olvidar cosas. Por ejemplo, si ese estímulo ya no lo estoy repitiendo constantemente, estas conexiones neuronales empiezan de a poco a adelgazarse y finalmente pueden terminar desconectándose”, añade el investigador.
Entonces, si pensamos en la tecnología que había en 1950, cuando reinaba la radio y la prensa escrita, mientras que aparecía tímidamente la televisión como forma de informarnos, el acceso a la información estaba muy lejos de ser lo instantánea que es hoy. La gente tendía a hacer cosas que necesitaban mayor concentración y podían permanecer más tiempo realizando actividades que requerían capacidad de análisis y de cómputo a través de cálculos mentales.
“Multiplicar y sumar con la cabeza era parte de lo que se hacía antes. Y claro, la capacidad de concentración de ellos era mayor en comparación a la actual. Eso es un hecho. Y la gente en 1970 fueron los primeros que empezaron a ver estos cambios tecnológicos y la aceleración del mundo en el que vivimos”, complementa Bazignan. Luego de eso aparecieron los primeros computadores y teléfonos celulares: las primeras interacciones con pantallas.
Este nuevo escenario llevó a que las personas debieron adaptarse a este paradigma que empezó a ser mucho más dinámico. Los niños de la época poco a poco empezaron a confiar en una calculadora para hacer operaciones, en vez de sus cerebros, y en confiar en sus celulares para memorizar los números de sus cercanos. La neuroplasticidad actuó sobre ellos, sobre nosotros.
Llegamos al punto en que los niños de hoy pueden tener una capacidad de retención de la atención de aproximadamente tres a cinco segundos, sobre todo a la hora de hacer scroll de una interminable lista de videos cortos que aparecen en redes sociales. “Es una diferencia abismal, en comparación a una persona del año 50 que no tenía un entorno tan rápido, tan dinámico. Actualmente nuestro cerebro es adaptado para esta velocidad, pero ahí la pregunta es saber si esto es bueno o malo”, cuestiona Bazignan.
Y la respuesta, hasta ahora, es que depende de varios factores para darle una connotación positiva o negativa a cómo funciona el cerebro de los niños de hoy. Todo esto, en función de los estímulos que han recibido durante los primeros años de vida. Por ejemplo, dice la psicóloga, cuando los niños están expuestos a esta cantidad de estímulos tan grande, hay varios estudios que muestran cómo ellos se alteran, generan mucha dopamina y empiezan a perder su desarrollo como el que pudo haber tenido un niño que nació en los 50s o en los 70s.
El psicólogo social, Jonathan Haidt expone en su libro The Anxious Generation (La Generación Ansiosa) cómo la infancia pasó de una formada por el juego y la interacción social, a una basada en actividades desarrolladas frente al teléfono y las pantallas. Según detalla, esta reestructuración de la infancia ha interferido en el desarrollo social y neurológico de los niños, abarcando desde la privación del sueño hasta la fragmentación de la atención, la adicción, la soledad, el perfeccionismo y otras afecciones de salud mental.
Según Bernardin, la clave de esto radica en que el cerebro aún no ha evolucionado al mismo ritmo en que la tecnología sí lo ha hecho. “Si le cortas la dopamina, o sea le quitas el teléfono o le apagas la tele, los niños gritan, se estresan. Los cerebros nunca habían estado expuestos a tanta dopamina. Entonces, claro, el cerebro está haciendo lo que puede con todos los estímulos que aquí tenemos”, detalla.
La dopamina es un neurotransmisor, una especie de “sistema de recompensa” que tiene distintas funciones en el cerebro. Desempeña papeles importantes en el comportamiento, la cognición, la actividad motora, la motivación, la regulación del sueño, la atención y el aprendizaje.
Ahora, ¿cómo el contexto educacional ha podido estar a la altura de esta avalancha de estímulos que reciben los niños y niñas de hoy? Según René Jofré, académico de la Facultad de Educación de la Universidad Alberto Hurtado, el sistema educativo pasa por tiempos vertiginosos que no siempre logran a estar a la altura de las circunstancias.
“En el mundo de la educación pega muy fuerte. El desarrollo de la tecnología versus la escuela, donde el impulso de metodología activa intenta sumar este recurso, se nos va de las manos. Generalmente se nos va de las manos”, reconoce.
Eso sí, Jofré hace una salvedad. Si bien todo pareciera indicar que la tecnología ha llegado a las nuevas generaciones a destruirlas, esto también ha logrado generar nuevas habilidades en los estudiantes. “Hoy día el dato dice que han perdido la capacidad de concentrarse, ¿pero esto tendrá que ver con una capacidad de entender las cosas de manera más rápida? Posiblemente se estén desarrollando otro tipo de habilidades que la escuela no ha sido capaz de detectarla”, cuestiona el profesor.
A esto, el educador también manifiesta que es necesario entender cómo está aportando realmente la tecnología a las nuevas generaciones. “Yo creo que sí lo hace, pero es necesario entender mejor el cómo”.
Ahora bien, ¿es posible aventurarse a entender cómo la tecnología influirá en los niños y niñas de las futuras generaciones? Según el biólogo evolutivo y profesor de la Universidad de Nueva Gales del Sur (UNSW), Robert Brooks, esto podría definirnos incluso como un factor más en el sistema de selección natural, de acuerdo la teoría de Charles Darwin.
“Estaremos bien, siempre que podamos acceder a la tecnología. Para todos los dependientes existe un gran peligro si la tecnología se destruye o no se puede acceder a ella”, dice a La Tercera el biólogo australiano.
En palabras de Brooks, la tecnología puede incluso cambiar a las personas en términos evolutivos. Si esos cambios aparecen de manera constante a lo largo de muchas generaciones, deberíamos ver efectos. “Un ejemplo dramático es que las redes sociales parecen estar interactuando con la vulnerabilidad de los jóvenes a los trastornos del estado de ánimo. Si esto tiene el efecto de evitar que se reproduzcan, entonces podríamos ver a las personas sobrerrepresentadas como padres de la próxima generación”, postula.
El experto detalla que el tamaño del cerebro está en constante cambio, que también podría verse afectado con la irrupción de la tecnología. “La parte de nuestro cerebro que se hizo más grande durante los últimos 2 millones de años es la parte social, dedicada a recordar las relaciones, las conexiones entre las personas, lo que dijeron los demás, y también a generar el lenguaje con el que dijimos esas cosas. Es la parte del cerebro que contiene el conocimiento cultural. Y también es el crecimiento del cerebro lo que hizo que el embarazo fuera tan exigente, tanto energéticamente como en los peligros del parto”.
Pero con el cambio de paradigma de la tecnología, Brooks aclara que también los cerebros han comenzado a evolucionar para ser más pequeños. “Probablemente porque la memoria no es tan importante para los individuos como solía ser antes de la cultura compartida, la narración de historias y, finalmente, los registros escritos. Por lo tanto, cualquier selección evolutiva de cerebros más pequeños, especialmente en el peligroso momento del parto, no se equilibró con la ventaja tan grande de tener un cerebro grande”, agrega.
Estos cambios, ya sea en 10, 50 o 75 años, podrían incluso profundizarse cada vez más con el paso del tiempo. Según los estudios realizados por Brooks, es posible que las personas, con el tiempo, tengan un menor desarrollo cerebral para memorizar “porque tendremos computadores e inteligencia artificial para recordar por nosotros”. Incluso, hasta la forma de relacionarse podría cambiar con el paso de las próximas generaciones.
“La gente ya siente algo por las máquinas. Muchos consideran a sus amigos virtuales como sus amigos más cercanos, e incluso algunos se llegan a enamorar de algoritmos y máquinas humanoides”, se aventura a decir el científico australiano, idea que también profundiza en su libro “Intimidad artificial”. Según detalla allí, ahora las máquinas pueden presionar botones psicológicos que estimulan y explotan las formas en que las personas se relacionan con amigos e intiman con otros.
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