La posibilidad de la existencia de la Falla San Ramón a los pies del frente occidental de la cordillera de Los Andes fue propuesta en la década de 1950 por Juan Brüggen, geólogo alemán que llegó a Chile en 1911, invitado por el Gobierno de Ramón Barros Arana para integrarse al Ministerio de Industrias y Obras Públicas de la época.

A partir de 1917, comenzó una brillante carrera académica en la Universidad de Chile, impartiendo la cátedra de Geología, además de impulsar diversas investigaciones en el país.

En este último marco, en su libro Geología de Chile, en 1950 Brüggen se refirió a la “falla del cerro San Ramón” que constituye “el pie rectilíneo de la cordillera de Los Andes que se puede seguir por 40 kilómetros” y, en adelante, fue considerada como una falla normal, es decir, con el bloque del valle de Santiago bajando respecto del cordillerano, sin esclarecer su carácter activo o inactivo.

Esta concepción primó hasta inicios del presente siglo cuando, en el marco de una colaboración franco-chilena entre el Instituto de Física del Globo de París (IPGP) y la Universidad de Chile, se planteó a esta estructura geológica como una de naturaleza inversa y cuaternaria, es decir, que monta el bloque cordillerano sobre la depresión central del valle de Santiago, y está potencialmente activa.

La historia de cómo un géologo alemán descubrió la Falla San Ramón

Lo anterior quedaría plasmado, entre otros, en los trabajos de memoria y tesis de Rodrigo Rauld y Antonio Ormeño, durante en la primera década del naciente siglo XXI. “En ciencia se respeta y reconoce el trabajo previamente realizado, es por esto que la falla mantuvo el nombre inicialmente propuesto por Juan Brüggen, como Falla San Ramón, que es su nombre oficial”, explica Gabriel Easton, académico del Departamento de Geología U. de Chile.

La falla atraviesa parte importante de Santiago.

Así, investigaciones de terreno lideradas desde la década del 2000 por Rolando Armijo, del Instituto de Física del Globo de París en colaboración con la Universidad de Chile, llevaron a concluir que la precordillera de Santiago había tenido actividad sísmica durante el periodo cuaternario (últimos 2,6 millones de años) y que la falla podría ser activa.

Posteriormente, en 2011-2012 el equipo liderado por Easton excavó trincheras paleosismológicas en el piedemote de Peñalolén, las cuales revelaron evidencias de la falla cortando capas del subsuelo, con edades de 17.000 y 8.400 años, con lo cual se demostró fehacientemente el carácter activo de esta falla, así como su capacidad de romper hasta la superficie.

“Esta observación fue fundamental, pues hasta antes de la realización de las trincheras en Peñalolén no teníamos certeza que la Falla San Ramón fuese activa y tuviera capacidad de romper hasta la superficie. La demostración de capas en el subsuelo, en particular con edades del orden de 8.400 años, cortadas o afectadas por la falla, permitió su comparación con otras fallas similares a esta en el mundo, que incluso han tenido ruptura en tiempos históricos luego de permanecer milenios sin actividad, de acuerdo con el registro geológico”, establece Easton.

“Siguiendo el planteamiento del Servicio Geológico de los Estados Unidos (USGS), uno de los más reconocidos a escala global, se considera una falla como activa, si ha tenido actividad sísmica en los últimos 10.000 años, ya sea según el registro geológico, sismológico o instrumental”, añade este último.

Más tarde fue el turno de Jean Baptiste Ammirati, quien, con el apoyo del Departamento de Geología U. Chile, el Centro Sismológico Nacional (CSN) y la entonces Oficina Nacional de Emergencias (Onemi, actual Senapred), pudo corroborar actividad sísmica de baja profundidad (hasta 35 km) bajo la Cordillera de Los Andes aledaña a Santiago, gracias a la cual fue posible estimar un tren de sismos a lo largo del todo el frente cordillerano, corroborando estudios previos desarrollados en este mismo sentido por otros autores en años precedentes.

Así se “creó” la Falla San Ramón: siete recomendaciones

Luego se sumaron diversos trabajos realizados, tanto en los Departamentos de Geología como en el Departamento de Geofísica U. de Chile, como también de otros grupos de investigación que han acumulado cada vez más conocimiento demostrando la relevancia de la Falla San Ramón como estructura geológica y elemento de amenaza sísmica para la Región Metropolitana.

Gabriel Easton en una trinchera excavada por científicos para el estudio de la falla San Ramón.

En 2022, el equipo de investigación liderado por Easton, con la colaboración de Rubén Boroschek, Sofía Rebolledo, Jorge Inzulza, Daniela Ejsmentewicz, Paulina Vergara y Eduardo Giesen, publicaron el trabajo “La Falla San Ramón y la sostenibilidad del piedemonte de Santiago: Recomendaciones para la política pública”, en la cual se plasman siete recomendaciones para avanzar en reducción del riesgo de desastres en esta materia, las cuales son:

1. Definir a la Falla San Ramón como una falla activa.

2. Restringir la fundación de cualquier infraestructura en una franja de 300 metros de ancho a lo largo de la traza de la Falla San Ramón, con posibilidad de realizar estudios para precisar la ubicación de esta franja en la superficie del terreno.

3. Modificar la ordenanza, planes reguladores y norma sísmica de diseño para incorporar las fallas activas.

4. Realizar estudios de peligro por remociones en masa, en zonas susceptibles, ante la potencial activación de la Falla San Ramón e incorporar estas áreas en los instrumentos de planificación regional y comunales.

5. Asegurar la disponibilidad de información precisa y pertinente a la ciudadanía respecto de la ubicación, amenaza y riesgo sísmico de la Falla San Ramón.

6. Definir la franja de restricción de la traza de la Falla San Ramón (300 metros), como una zona de protección ambiental y conservación natural a lo largo del piedemonte cordillerano.

7. Definir una gobernanza para el diseño, implementación, monitoreo y evaluación de una planificación urbana sostenible, en consonancia con los Objetivos de Desarrollo Sostenible, y la política nacional y global en materia de Reducción del Riesgo de Desastres.

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