Somos parte de la naturaleza, toda la biodiversidad del planeta proviene de la vida originaria. Bacterias y arqueas -que en una danza simbiótica hace miles de millones de años- dieron origen a las células eucariontes y de ahí, la complejidad de las interacciones y del tiempo configuró las entidades vivas que actualmente existen en la tierra, el cielo y el mar. También en volcanes, desiertos, rocas, ríos, lagos, salares y glaciares y en convivencia con otros organismos. Los límites de las entidades vivas se desdibujan en conceptos como especie; somos organismos que (con)vivimos con otros; somos múltiples ecosistemas interconectados.
El 50% de las células de un ser humano son células microbianas: bacterias, arqueas, eucariontes microscópicos y virus conviven con “lo humano”. Sin microorganismos no podríamos generar algunos neurotransmisores ni degradar la leche materna humana, el primer amor microbiano.
La vida en la Tierra, definida como la biodiversidad, es tan alta e interconectada que el planeta en si mismo puede ser considerado un ser vivo. Los seres humanos tenemos relaciones de interdependencia y reciprocidad con la naturaleza y su biodiversidad, sin embargo, las lógicas de explotación, extracción y consumo han sobrepasado los equilibrios y límites poniendo en riesgo nuestra propia existencia y la de los demás seres vivos.
Chile tiene la oportunidad única de repensar su futuro a través de la escritura de la Nueva Constitución, en donde la naturaleza y biodiversidad deben estar al centro. Esto implica una conversación ineludible sobre el o los modelos de desarrollo económicos del país. Actualmente gran parte de las actividades económicas en Chile se relacionan con la extracción de los recursos naturales, que más bien son naturaleza. Es decir, a principios de siglo no se exportó sólo salitre hacia distintos lugares del mundo, se exportaron pedacitos del Desierto de Atacama con una importante vida microbiana adherida a cristales de nitratos.
Cultivos agrícolas fertilizados con salitre chileno sirvieron de alimento para millones de personas; harina de pescado producto de la gran biomasa de anchovetas en el norte de Chile sirve de alimentación animal; el litio del Salar de Atacama está presente en las baterías de millones de computadoras en el mundo, interconectando a las personas en una red digital cuyo origen es la naturaleza misma. Los bosques nativos fueron extirpados y reemplazados por monocultivos, negando la biodiversidad. El papel es blanco y hoja de carta. Los cerros sinuosos modelados por el viento de las tardes eternas ya no existen, a su vez castillos de ripios, relaves y botaderos modificaron el paisaje de la pampa.
Las consecuencias de la explotación de la naturaleza son múltiples y es hora de afrontar y diseñar un futuro distinto. Avanzar hacia una Constitución Ecológica es poner la naturaleza en el centro, pensar y desarrollar el país de la mano de la diversidad humana y los pueblos originarios.
Se requiere incluir principios constitucionales ambientales, reconocimiento del territorio y sus habitantes, derechos de la naturaleza, derechos humanos ambientales, bienes comunes y medio ambiente, entre otros. El agua es un derecho humano que debe ser garantizado para las personas y la naturaleza.
La justicia ambiental es clave y la mirada interseccional, horizontal, colaborativa e intergeneracional debería guiar esta conversación. El reconocimiento de los conocimientos locales y ancestrales junto con el desarrollo de la ciencia y tecnología de forma descentralizada es un camino claro hacia la generación de nuevas economías y de un cambio de paradigma de cómo nos relacionamos con el entorno.
En este Día Mundial del Medio Ambiente debemos reflexionar sobre nuestro rol político y social para avanzar en los cambios necesarios que permitirán preservar, reparar, restaurar y regenerar los ecosistemas. La Nueva Constitución es también un reencuentro con nosotros mismos, en diversidad y honestidad, en este espacio vital llamado Chile.
*Científica, académica Universidad de Antofagasta y Constituyente electa Distrito 3