De la lengua al cerebro: así funciona la placentera ruta de los dulces
Entre las papilas gustativas y estímulos cerebrales se genera un intrincado circuito que explica la fascinación por los sabores dulces.
La ingesta diaria recomendada de azúcar establece que la dosis máxima para un niño es de 40 gramos al día, es decir, 8 cucharaditas de azúcar. Pero saque sus propias cuentas: cuatro gomitas equivalen a tres cucharaditas de azúcar y solo con dos kojak (chupete dulce) ya alcanzan ese máximo.
¿Qué nos lleva a comer dulces? Fernando Torres, toxicólogo y director de la Escuela de Química y Farmacia de la Universidad Andrés Bello, explica que el sabor es una sensación que producen los alimentos u otras sustancias en el sentido del gusto. Este sabor, en un 80% está determinado por el olfato y el 20% restante por el paladar y la lengua. "Existen microscópicas estructuras en la superficie superior de la lengua llamadas papilas gustativas. La lengua del ser humano tiene aproximadamente 10.000 de estas papilas que dependiendo de su localización tienen la capacidad de detectar mejor cierto tipo de estímulos o sabores como el dulce, salado, ácido, amargo, frío, calor", dice.
Las papilas gustativas son grupos de células receptoras, que se encuentran conectadas con ramificaciones nerviosas que envían señales al cerebro. ¿Cómo lo hace? En la boca, los alimentos son disueltos por la saliva, penetrando por las papilas gustativas a través de los poros que hay en la lengua. Las células nerviosas de la lengua generan un impulso nervioso que llega al cerebro y se transforma en una sensación que el organismo interpreta como sabor.
Aquí es donde se activa el circuito del placer. "El sabor dulce es aceptado generalmente como uno de los sabores más placenteros. Se detecta principalmente en las papilas gustativas ubicadas en la punta de la lengua. Los alimentos que poseen un alto contenido de hidratos de carbono son percibidos como dulces y también los edulcorantes artificiales", indica Torres.
En el cerebro está el sistema de recompensa que está constituido por un conjunto de células nerviosas que responden a estímulos específicos y naturales. Así, "asociamos ciertas situaciones a una sensación de placer, entre ellas, cuando ingerimos algún alimento que nos guste, como por ejemplo, los dulces", dice el toxicólogo. Como toda sensación placentera, el ser humano busca repetirla por lo que la mayoría de las personas buscará comer más cosas dulces.
¿Y los dulces súper ácidos? "Para algunas personas, el sabor ácido, es interpretado como sensación de placer. Este sabor también es detectado por papilas gustativas específicas localizadas en la lengua, que llevan el estímulo al cerebro, ingresando al circuito de recompensa" lo que se traduce como una sensación también de placer, señala Torres.
Riesgos
Pese al enorme placer que nos provocan los dulces, el comer azúcar tiene sus riesgos por lo que la Sociedad Chilena de Pediatría (Sochipe) y Elige Vivir Sano hicieron un llamado a la prevención y la moderación. Según sus cálculos, en la celebración de Halloween un niño podría sobrepasen en más de 1.000% el consumo máximo de azúcar recomendado por los especialistas que son 40 gramos (ocho cucharaditas).
La idea no es prohibir que coman dulces, dice Alejandra Domper, Secretaria Ejecutiva del Sistema Elige Vivir Sano. "Sabemos que no podemos quitarles a los niños todos los dulces que recolecten. Por eso, queremos invitar a las familias a la moderación en su consumo y como también buscar opciones creativas saludables para regalar a otros niños", dice.
Humberto Soriano, presidente de la Sociedad Chilena de Pediatría, señala que "las últimas encuestas indican que cerca de la mitad de los niños entre 5 y 7 años son obesos o presentan sobrepeso, cifra que en el caso de los adolescentes se ve en uno de cada tres. Para revertir esto, la prevención tiene que partir por casa. Urge tomar conciencia de que esto es realmente un problema y un predictor de posibles enfermedades crónicas futuras".
Saltarse las comidas, es otro de los problemas que puede surgir hoy y los días que siguen por comer muchos dulces. Ana María Bravo, jefa de la Central de Operaciones de Help advierte que uno de los efectos a corto plazo es que los niños se sientan satisfechos y no quieran cenar, por ejemplo. "El menor tendrá una sensación de saciedad por la cual no querrá recibir otros alimentos, saltándose sus horarios de comida y rechazando nutrientes importantes para su crecimiento", indica. También pueden surgir molestias abdominales debido a que estas golosinas no se hayan manejado en las condiciones higiénicas adecuadas.
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