La mujer kawésqar que acusa la amenaza que vive su territorio y su pueblo por la expansión de la industria salmonera

Leticia
Leticia Caro, en el Fiordo las Montañas, en Ultima esperanza, Magallanes /Gentileza.

Leticia Caro, junto a su comunidad lleva tres años visibilizando que si los pueblos australes fueron víctima de genocidio en el pasado, hoy los supervivientes se levantan para evitar una segunda muerte: el etnocidio. Porque el mar es su vida y no son nada si no navegan. Pero hoy eso está en peligro, advierte.


Un hueso petrificado de tres mil años de antigüedad, tallado como un pequeño arpón, tiene en sus manos Leticia Caro. Es una pieza única, con un valor simbólico incalculable. Un vestigio y compañía permanente desde que iniciaron la acción de protección del mar ancestral kawésqar.

Ella representa, dice, a otras personas. A las comunidades, de hombres, mujeres y niños kawésqar, de las cuales busca sea conocida su realidad actual en sus tierras de la Patagonia, en el sur de Chile. "Somos cuatro comunidades kawésqar que estamos tratando de proteger nuestros espacios marinos de la salmonicultura", reconoce.

Las comunidades se ubican en el Seno Obstrucción, en el sureste de Puerto Natales, un sector muy alejado, rural. La otra está ubicada en Puerto Natales y también hay una en Punta Arenas.

¿Cuántos son actualmente los kawésqar? Ni siquiera se ha preocupado de contar cuántos son, dice Caro. Esa interrogante suele ser recurrente. Aclara, eso sí que todas corresponden a comunidades familiares. "Son grupos familiares, de hecho nuestra comunidad se llama Nómades del Mar. El número exacto es difícil, porque el grupo  kawésqar en si es pequeño. Quizás bordeemos las 120 personas, quizás más. Voy a hacer un conteo", comenta.

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El papá de Leticia Reinaldo Caro, y su hijo Eric Huaiquil pescando en el fiordo las Montañas/Gentileza.[/caption]

Ese espacio vital comprende un área de 662 mil hectáreas. Su padre, sus abuelos, todos han sido kawésqar. Y hace tres años Leticia reconoció la responsabilidad que tienen de proteger esos espacios. Se trata de una tarea que va más allá de una causa personal. "Es nuestra responsabilidad proteger nuestros espacios, porque el mar es la memoria de los antiguos, la memoria de los canales, el borde costero, las montañas, etc.".

Pero hoy, subraya Caro, ese mar está muy amenazado. "Es el mar donde nosotros nos desplazamos, porque nosotros somos pescadores, cazadores, recolectores, y en si la propia esencia indígena es en el fondo lo que nos obliga a proteger el mar".

Alerta sobre la industria salmonera en la zona y sus efectos. Una labor que se inició muy silenciosamente, dice Caro, "ni siquiera lo advertimos". Cuando se zonificó la región y comenzó a ser más visible su presencia, ella indica que se realizaron vagos estudios de los lugares y que no se consultaron ni a las comunidades ni a los pescadores indígenas. Un paso que era necesario, asegura porque si bien están las comunidades, también hay pescadores que no pertenecen a ellas, pero que también son kaweskar.

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Crédito: Paula Díaz Levi[/caption]

La vida en los canales, los fiordos y montañas, es dura. Pero más lo es, dice la tarea en la que se encuentra. Una labor, que admite, no se vincula ni a la política ni a grupos medioambientales. Lo suyo es proteger su territorio como indígenas. "Nosotros queremos protegerlo, queremos conservarlo, queremos hacer todo lo que el territorio nos dirija. Pero no debe confundirse con movimientos medioambientales. Entre los movimientos medioambientales y nosotros existen cosas en común, pero lo nuestro es mucho más profundo, tiene muchas aristas. Yo creo que la distinción la tenemos súper clara y es que nosotros hacemos uso del territorio, y no puedo decir no voy a cortar un árbol o no voy a sacar un pez, o no voy a cazar un pato, porque son artes propias de los kawésqar, que además nos permiten conservar el uso consuetudinario".

Fue en esa cotidianidad, cuenta, como hace cerca de tres años empezaron a ver escasez. "La escasez de peces, de aves, comenzamos a ver cómo lugares de pesca que eran tradicionales, hoy ya no entregan nada". Caro desde entonces se ha dedicado a dar a conocer esa realidad. A difundir que ellos ven cómo en en las cercanías donde se instalan las salmoneras, no hay peces.

"Eso a lo que me refiero cuando digo que cuando hay una salmonera instalada y a dos kilómetros no hay nada. La explicación es súper clara, porque tengo una allá y otra acá, y en ese espacio no hay nada", indica.

Todos esos espacios que ella define como muertos, les han traído muchos problemas. Entre ellos el tránsito por los canales. Pero el principal, alerta, es la merma de especies: "eso es realmente importante, antes teníamos que viajar dos horas o cuatro horas para poder pescar, pero hoy en día tenemos que viajar 15 horas".

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Leticia junto a su hija Nayadette/Gentileza.[/caption]

El impacto ha sido importante. Por eso comenzaron, dice, esta especie de campaña para poder salvar sus espacios. A través de la visibilización buscan que se conozca cómo es el escenario que enfrentan. También están solicitando un espacio costero marino. "Nosotros vamos a tener trato directo con la Subsecretaria de Pesca, que es el organismo con el que nos interesa tener contacto. Y la Conadi nos tiene que hacer un estudio antropológico para acreditar nuestro uso consuetudinario".

Que esta realidad sea advertida es muy importante. Y las noticias sobre su pueblo y el apoyo en redes sociales, reconoce, han ayudado mucho en aquello. "Ayuda a que por lo menos la gente se sienta identificada y decida también unirse al apoyo de estos espacios que son nuestros ancestralmente y que hoy en día nos pertenecen a todos. Es una responsabilidad que la ciudadanía debe tomar como suya", asevera.

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Crédito: Paula Díaz Levi[/caption]

Nunca imaginó el recibimiento que su labor tendría. "La verdad es que no pensé que iba a tener el impacto que tiene. Pero también pensemos que los pueblos australes fueron víctima de genocidio en algún minuto de la historia, y los supervivientes de ese genocidio son los que se levantan a reclamar para evitar, por así decirlo, la segunda muerte, el etnocidio. Porque nosotros no somos nada si no navegamos", admite.

Pero esa tarea, ha sido, dice, difícil y cansadora."La verdad es que existe un ánimo depresivo frente a esto. Lo que pasa es que la industria avanza, tiene dinero, y nosotros avanzamos poco, somos pobres y se nos ha hecho súper difícil tratar de ejercer nuestros derechos", señala Caro.

Y si bien el llamado, detalla, es a que las personas vean el impacto que tiene la salmonicultura en los mares, no es sólo eso. También ocurren otras cosas.  "La minería, los niveles grandísimos de extracción de peces en el mar, hay que verlo, para accionar. No podemos decir que no existe, porque cuando realmente no exista no vamos a poder hacer nada", advierte.

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