En los últimos días hemos vivido un proceso de radicalización de la protesta social que será objeto de análisis por un buen tiempo. En pocas horas, pasamos de manifestaciones lideradas por estudiantes llamando a evadir el pago del metro en Santiago a la presencia militar en las calles y edificios en llamas a lo largo del país.

Este rápido proceso de escalamiento del conflicto nos recuerda a las protestas en contra del alza del transporte público vividas en Brasil el año 2016, los chalecos amarillos en Francia hace un año y las masivas movilizaciones en Ecuador hace pocos días. Al igual que en Chile, estas protestas se intensificaron velozmente tanto en términos de su extensión geográfica como del número de gente participando. Asimismo, obligaron a las respectivas autoridades políticas a responder a las demandas de los manifestantes.

Lo singular de la situación del país es que la radicalización de la protesta ha traído consigo una inusitada escalada de violencia. En esta materia, es necesario separar entre dos fenómenos que si bien pueden tener una causa común – el profundo descontento social y la crisis de legitimidad de nuestras instituciones políticas – son fenómenos distintos. Por un lado, las protestas en las calles y redes sociales que expresan el malestar social. Por otro lado, la propagación de saqueos y destrozos que ha ocurrido en distintos puntos del país. Acá me enfocaré en el primero de estos fenómenos.

¿Qué sabemos sobre la radicalización de la protesta? Primero, lo obvio. La radicalización de la protesta no se puede pensar de manera determinística. Esto es, no existe una fórmula mágica que estipule que ciertas condiciones sociales y políticas, sumado a una determinada conducción ideológica, compongan el cóctel perfecto para un estallido social. De hecho, la desigualdad que forma la base material de las protestas ha sido más o menos constante en Chile en las últimas décadas.

Claramente, esta desigualdad, la cual se expresa en los planos económico, social y político, forma parte del por qué se gatillan procesos de radicalización de la protesta. Pero sin un proceso de politización a nivel individual, a veces mediado por organizaciones y otras veces no, difícilmente tendremos una proliferación de la protesta como la experimentada en los últimos días.

Comprender el cómo y cuándo ocurre la escalada de la protesta, por su parte, exige reconocer el carácter contingente de la interacción entre individuos, grupos organizados y autoridades políticas involucrados en el conflicto social. Es justamente por su carácter contingente que a los cientistas sociales, a pesar de tener identificadas las fuentes de malestar social, nos cuesta tanto predecir cuándo tendremos la próxima revuelta social.

Nadie previó que el alza del pasaje del metro iba a ser el gatillante de lo que hemos visto desde el viernes pasado. Aceptar el carácter contingente de los procesos de radicalización de la protesta significa también abandonar categorías de análisis esencialistas y estáticas como "buenos" y "malos" y "patriotas" y "anti-patriotras". En el proceso de radicalización de la protesta, el apoyo de la opinión pública, la convicción de los actores, la construcción de alianzas y las respuestas del gobierno son redefinidos constantemente y van estructurando las posibilidades para salir del conflicto. Esto cobra especial relevancia en el caso de protestas como las que hemos visto en estos días donde más que un movimiento social con organizaciones y un petitorio claro, hemos visto expresiones de protesta inorgánicas y espontáneas.

A la luz de lo anterior, ¿cómo puede el gobierno frenar la radicalización de la protesta y salir de la crisis política en la que estamos? Lo primero es reconocer el carácter estructural del descontento social expresado por miles de personas a lo largo del país. En palabras simples, entender que la causa de esta crisis va mucho más allá del precio de los pasajes del metro. Esto conlleva, en segundo lugar, a establecer una agenda de reformas que se hagan cargo de lo anterior.

Por último, cuidar la relación con la gente que se está manifestando pacíficamente en las calles y desde sus hogares. La casi completa omisión a esta gran masa en las vocerías del gobierno de los últimos días sólo agudiza el descontento, polariza las posiciones y socava el apoyo necesario para salir de este estallido social. Si bien la evolución de la crisis ha sido tan rápida que todo puede cambiar de un día a otro, lamentablemente las señales que ha dado el Presidente Piñera nos dejan poco optimistas con respecto a que estas consideraciones sean tomadas en cuenta.