El 13 de abril de 2018, en el New York Times se publicó un artículo llamado “Trillones y Trillones de Virus Caen del Cielo Cada Día”. En él se describe como, en España, un grupo de investigadores analiza la “Virósfera”, es decir, el flujo constante de miles de millones de virus que circundan el planeta, por sobre los sistemas climáticos, y que se precipitan a tierra a razón de ochocientos millones por metro cuadrado. Por lo tanto, más allá de todo distanciamiento físico o cuarentena posible, la circulación viral establece ciertas continuidades y desdibuja algunas de las fronteras con las cuales habitualmente concebimos y organizamos nuestras vidas.
En primer lugar, la existencia de una “virósfera”, así como la escala colectiva y cosmopolita de la actual pandemia, nos obligan a interrogar las categorías de “individuo” y de “nación”. En el primer caso, el concebirse como un “vector”, es decir, como aquel que trasmite el virus sin necesariamente sufrir la enfermedad, entra en colisión con la noción de individuo, en tanto fin para sí mismo, con la cual frecuentemente valoramos moral y utilitariamente nuestros actos. En el mismo sentido, resulta altamente dudoso suponer, como la ha hecho nuestro presidente, que cerrar las fronteras para obstaculizar el flujo migratorio, pudiese ser, además de una expresión xenófoba, una estrategia efectiva frente a la propagación viral.
Más aún, tanto el modo de existencia del virus, a medio camino entre un ser vivo y un trozo de información genética, como el hecho de que se haya propagado desde un murciélago, cuestionan la distinción entre lo viviente y lo inerte, así como la frontera entre lo humano y lo animal. En relación con este último punto, recientes investigaciones han demostrado que, muy probablemente, el gen ARC, el cual juega un rol preponderante en aquellas funciones que habitualmente definen “lo humano” (conciencia, memoria y pensamiento abstracto), sería un vestigio de una remota infección viral, sufrida por nuestros ancestros cuadrúpedos.
Por lo tanto, la actual pandemia viral no solo nos enfrenta a angustias “epistemológicas”, en relación con el saber del cual disponemos para comprenderla y combatirla, sino, por sobre todo, nos confronta con angustias “ontológicas”, que ponen en duda lo que somos y la realidad en que vivimos.
Es en este contexto, de profunda crisis de nuestras certezas, que los denominados “saberes psi” (psicología, psiquiatría, neurociencias, entre otras), son convocados por las políticas públicas para intentar ofrecer respuesta a los nuevos sufrimientos: incertidumbre respecto al futuro, miedo a la enfermedad y la muerte, hastío por el confinamiento, entre otros. Sin embargo, dado el quiebre ontológico que implica la pandemia viral, el error en que, por una bien intencionada premura podríamos incurrir, es el de seguir entendiendo el sufrimiento, así como sus posibles modos de enfrentamiento, con las categorías tradicionales que los saberes psi nos proveen.
La pandemia viral no solo implica un nuevo desafío para las personas que somos, sino, por sobre todo, ella pone en duda las personas que creíamos ser y la realidad en que suponíamos habitar. Por lo mismo, así como hay una comprensible urgencia en entregar respuestas en el ámbito de la salud mental que busquen contribuir a mitigar el sufrimiento, del mismo modo, resulta imprescindible tomarnos el tiempo de repensar algunas de las categorías fundamentales con las cuales los saberes psi han comprendido la subjetividad humana y sus malestares: ¿Qué es un individuo? ¿Existe algo como “lo humano” que nos diferencie de otras especies animales? ¿Qué es eso que llamamos “vida” y que suponemos defender de la muerte y del sufrimiento?
Director del Magíster en Psicología mención Teoría y Clínica Psicoanalítica. Facultad de Psicología. Universidad Diego Portales *