La sencillez de la complejidad
Es bueno reconocer que la figura heroica del inventor solitario que sale de la cochera gritando “¡Eureka!”, está irremediablemente fuera de sus cabales. Asimismo, aquel investigador aislado y ajeno, inmerso en una montaña de libros en la penumbra de una biblioteca, es un personaje extraño en el mundo actual.
La complejidad de los problemas contemporáneos, sin duda obligan a un abordaje también complejo, que exige múltiples miradas y saberes, así como además diversas herramientas imposibles de obtener individualmente ni reuniéndose en grupos donde todos sus miembros pertenezcan al mismo campo de conocimiento o especialidad, porque el tedio sería infinito: se trata de nuevas formas de conocimiento que señalan, no solamente una diversidad de criterios, sino que especialmente una diversidad de códigos y estatutos disciplinarios.
Esta premisa, que luce de sentido común, no es una práctica habitual ni frecuente. En ocasiones desconcierta e incomoda que, por ejemplo, quien no sea odontólogo opine o tenga ideas sobre los dientes.
Quizás esta monopolización del conocimiento impide, por ejemplo, que los cepillos de dientes y su principio de escoba de barrer no hayan cambiado sustantivamente desde sus orígenes chinos, hace al menos tres mil años.
Esto sucede porque la especialización es una suerte de patrimonio que se protege como un capitalista protege su empresa. No podría asegurar que el capitalismo condujo a esta situación de extremo celo como resultado de la división social del trabajo, pues deberíamos reconocer que la frase “zapatero a tu zapato” es una sentencia anacrónica. Así, por ejemplo, el cambio climático, no es asunto de especialistas ni reductible a una sola explicación. Por el contrario, es el lugar donde convergen muchos conocimientos.
Actualmente, el camino de las voces, enfoques y saberes diversos, conduce a innovaciones y mejoramientos en la calidad de vida que la especialización no provee. El concepto de pensamiento complejo, formulado por el pensador Edgar Morin, propone globalizar y unificar las distintas realidades que integran la vida, para las cuales no estamos preparados.
A tales efectos, a fines de los años 60, el educador y psicólogo norteamericano Matthew Lipman, insistió en la formación desde la infancia acerca del pensamiento crítico y el abordaje de la complejidad como una condición de partida para la vida, superadora de la simplificación o reducción a la que nos acostumbró la ciencia clásica con su principio de exclusión. Por esta elemental razón, el esfuerzo encaminado a promover este método de abordaje de realidades e introducir cambios positivos o innovaciones, constituye una verdadera apertura al mundo contemporáneo.
Para contribuir con esta tarea, es importante reunir a diversas disciplinas para reflexionar sobre los cruces entre conocimientos distintos, transversalidad, enseñanza e innovación. Un aspecto relevante de estos cruces, es recuperar la experimentalidad perdida por el conocimiento, como decía el filósofo Giorgio Agamben: “de este modo, cobra sentido la discusión”.