La desertificación es un concepto amplio, que tiene que ver con las distintas formas de degradación del suelo. Sus causas son variadas, pero las que más resaltan son la actividad humana y el cambio climático. Como casi todos los fenómenos asociados al calentamiento global, la relación trae profundas consecuencias. La desertificación exacerba el cambio climático y, con ello, la escasez de agua en la tierra, lo que afecta la productividad y salud del ecosistema, la pérdida de biodiversidad y afecta también la seguridad alimentaria.
Ayer, el Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC) lanzó su informe "Cambio climático y tierra", un reporte especial sobre desertificación, degradación de la tierra, gestión sostenible, seguridad alimentaria y flujos de gases de efecto invernadero en los ecosistemas terrestres. El documento contribuye con evidencia científica de la crisis climática global que se vive en el planeta y funcionará como insumo para la COP25 que se realizará en diciembre en Santiago.
El IPCC es un panel donde están representados todos los países que participan en Naciones Unidas, y lo que hace es recopilar toda la evidencia científica respecto a un tema. Es decir, no producen información, sino que agrupan todo el trabajo académico del mundo y lo ponen a disposición en un análisis acabado que entrega impactos, riesgos futuros y opciones de respuesta. Y uno de los principales mensajes entregados ayer en Ginebra fue que la crisis climática no se resolverá sin hacer una transformación profunda a cómo producimos nuestros alimentos y cómo manejamos la tierra.
Francisco Meza, doctor en Ciencias Atmosféricas y académico de la Pontificia Universidad Católica, fue uno de los autores del capítulo de "Desertificación", fenómeno que afecta a 2,7 mil millones de personas en el mundo, según dice el reporte. Dentro del capítulo, una parte importante analiza cómo el fenómeno ha afectado a Chile y América Latina.
"Chile es un ejemplo, no es el único, pero es un claro reflejo de las huellas que deja el cambio climático. La zona norte que es bastante vulnerable conforme se experimentan cambios climáticos como mayores temperaturas y menores precipitaciones. Las tierras se van empobreciendo y dejan de tener la capacidad de sustentar la vegetación y la fauna dependiente, lo que genera procesos de degradación de la tierra, que podría conllevar también salanización, erosión, empobreciéndolas notablemente, dejando de ser productivas", explica Meza.
"Para nosotros, como país, este es un reporte muy importante, porque tenemos zonas que son frágiles, y tenemos experiencias de tierras que se van arizando y desertificando, que van avanzando de norte a sur conforme al cambio climático", agrega el académico.
Según cita el informe del IPCC, la erosión del suelo afecta a un 84% del territorio de la región de Coquimbo. En esto ha tenido un efecto también el uso intensivo de la agricultura. "En las zonas áridas tenemos la ganadería caprina, esta capacidad de los animales de buscar brotes hasta muy abajo, muy cercano al suelo, lo que termina siendo una presión de pastoreo muy fuerte sobre las praderas y terminan por degradarlas", dice Meza.
En el mundo, se estiman que cada año se pierden 12 millones de héctareas producto de la degradación de la tierra. En América Latina cerca de 516 millones de hectáreas son susceptibles de desertificación.
"El cambio climático está tranformándose en una presión muy grande hacia los sistemas terrestres, que por millones de años han estado en equilibrio, con condiciones estables. Pero este cambio en intensidad y frecuencia de los fenómenos climáticos no estaba previsto en los sistemas terrestres, en las cuencas, los cursos de agua, de manera que el cambio de régimen de lluvia se está transformando en una presión negativa, impulsando en dregradación del territorio completo", asegura Fernando Santíbañez, doctor en Ciencias Naturales y académico de la Universidad de Chile.
"Es un tema sistémico y tenemos que abordarlo así, desde todos los ángulos, porque son fenómenos con los que vamos a lidiar por los próximos doscientos años. Y su potencial destructivo es tan grande, que tenemos que tomar medidas para neutralizarlo", agrega.
Cambiar de paradigma en agricultura
Cerca de una cuarta parte de los gases de efecto invernadero que se emiten a la atmósfera provienen de la agricultura, la silvicultura y otros usos de la tierra. Pero la tierra puede ser tanto fuente como captador de gases de efecto invernadero, por eso, la mantención de sus ecosistemas y de la biodiversidad resultan claves en la lucha contra el cambio climático.
Al mismo tiempo, el calentamiento global afecta cada vez más esos mismos ecosistemas terrestres. Una de las estimaciones que presenta el informe del IPCC lo refleja así: En una proyección hacia 2050, dicen que 178 millones de personas enfrentarán situación de estrés hídrico y degradación del hábitat en escenario de 1,5°C por sobre niveles pre industriales (meta del Acuerdo de París). Si la temperatura aumenta a 2°C, serían 220 millones de personas.
El informe manifiesta una posición crítica respecto a la adquisicón a gran escala de territorios, fenómeno en constante aumento y asociado al uso intensivo y masivo de la agricultra. "La promesa de una agricultura eficiente no se ha cumplido", dice el reporte, ante los impactos sociales y ambientales que ha tenido la práctica, sobre todo para comunidades indígenas locales. "Mientras la demanda por la tierra aumenta, que los gobiernos construyan capacidad para asegurar su uso sustentable se vuelve esencial", dice el documento.
"La crítica es a la intensificación marcada de la agricultura, muy utilizadora de insumos, de fertilizantes, de pesticidas, todo agrupado en paquetes tecnológicos muy intensos. Esto generó beneficios directos en rendimiento y en posibilidades económicas, pero minando y socavando los recursos naturales. El llamado acá es repensar estos paradigmas, hacer prácticas de conservación de biodiversidad, insertar la agricultura dentro de un territorio, hacer inversión en términos de conservación de suelos y aguas", asegura Francisco Meza.
Hoy en día, América Latina es el responsable del 16% de las emisiones globales del sector agricultura. Es también el principal contribuidor mundial, a través de la exportación de soja y carne. Por lo mismo, dice el IPCC, el continente tiene un potencial inmenso de convertirse en proveedor de alimentos si diversifica sus cultivos y promueve la producción sostenible con el medio ambiente.
Seguridad alimentaria, un problema de desigualdad
La evidencia muestra que mientras siga aumentando la variabilidad climática, más afecta precisamente a las zonas de cultivos, lo que puede traer serias consecuencias en la seguridad alimentaria de la población mundial. Solo por la degradación del suelo, la producción global de comida puede reducirse en un 12%.
El informe del IPCC dice que los cuatro componentes de la seguridad alimentaria se verán afectados por la crisis climática: disponibilidad (rendimiento y producción de alimentos), acceso (precios y capacidad para obtener alimentos), utilización (nutrición y cocina) y estabilidad (interrupciones en la disponibilidad).
"Los impactos más drásticos se verán en los países de bajos ingresos de África, Asia y América Latina", aseguró ayer Priyadarshi Shukla, quien lideró el trabajo en esta materia.
Una de las formas para enfrentar esta situación es evitar la pérdida de alimentos. Cerca de un tercio de la comida producida por humanos se pierde en operaciones post producción y el 44% de las cosechas se pierden antes de consumo humano. Reducir los desechos de comida puede beneficiar entre 320 y 400 millones de personas.
Para Fernando Santíbañez, el aumento de precios de alimentos que puede traer a futuro el calentamiento global es un reflejo de que se trata de un problema de inequidad: "Al final, son los pobres los que más sufren el cambio climático. Y es porque viven en las zonas más riesgosas, son vulnerables a inundaciones que acaban con vivienda, no tienen los medios para reponerse de las catástrofes. Hoy los estratos altos del país gastan el 10% de sus ingresos en alimentos, mientras que los bajos gastan un 80%. Para ellos, cualquier variación de precio es una catástrofe".