La educación, abordada desde distintas miradas, es la pieza esencial de la construcción de una sociedad más justa y equitativa. El análisis de los mundialmente acordados Objetivos del Desarrollo Sustentable (ODS) nos lleva a determinar que cumplir el objetivo 4, educación de calidad, favorece el cumplimiento de muchos otros ODS como el fin de la pobreza, hambre cero, salud y bienestar, equidad de género, trabajo decente y crecimiento económico, reducción de las desigualdades, producción y consumo responsables, acción por el clima y los ecosistemas, paz, justicia e instituciones sólidas. Poderoso detonante es entonces la educación.

Recientemente, un gran estudio llevado a cabo por las dos principales universidades chilenas, llamado Tenemos que hablar de Chile, realizó miles de encuestas y diálogos ciudadanos (más que cualquier encuesta) para entender lo que piensa la ciudadanía sobre el futuro, entregando interesantes hallazgos preliminares, entre ellos el siguiente “Para las y los participantes la educación surge como prioridad, como problema, como anhelo y como solución. Es el tema más frecuente en las conversaciones”.

Tenemos entonces, que ya sea desde la mirada internacional, o desde el sentir ciudadano, se ratifica una vez más la crucial importancia de la educación, la educación de calidad, en la construcción de ese futuro justo y digno que se sueña.

Cabe preguntarse entonces, ¿por qué no tenemos una educación de calidad? Esa buena educación para todos igual, que brinde las mismas oportunidades a cada joven que ingrese al sistema a estudiar, es un sueño lejano. Una educación de calidad que forme tomadores de decisiones que impulsen en cada una de acciones el bienestar común, con un pensamiento crítico sólido y valores humanistas, es parte de la utopía de quienes trabajamos por educación para la sustentabilidad en las instituciones de educación superior.

La respuesta al porqué no la tenemos es tan clara como triste, no tenemos educación de calidad, ni se vislumbra, porque al malsano sistema político chileno no le interesa. Prefiere tener una ciudadanía que no razone y a la cual pueda engatusar con consumismo y falsas promesas, a una ciudadanía que cuestione, que tenga las competencias para pensar críticamente y cuestionar sus acciones. Para el sistema político y sus mandantes económicos, es mejor tener población sin educación que ciudadanos empoderados de su rol.

Acrecienta esta absoluta falta de interés de la clase política por la educación su opción por el marketing inmediatista, ese que les permite salir en la televisión y así aumentar su esperanza de ser reelecto. Difícil es que estos políticos piensen en el largo plazo, el plazo que requiere instaurar un sistema educativo de calidad que asegure igualdad de oportunidades para todos; lograrlo traerá resultados en 20 años, un plazo en el cual serán otros quienes se lleven los aplausos y el rating.

La esperanza está entonces, en la posible nueva constitución, para que sea esa construcción colectiva la que exprese con claridad que la educación de calidad, y para la sustentabilidad, debe ser prioridad nuestro país. Si no lo logra, la tragedia de la educación permanecerá.

* Director del Programa de Sustentabilidad UTEM