La vejez y las personas mayores son en sí mismos heterogéneos
No se pueden considerar como iguales una persona de 60 con otra de 90 años, tampoco una persona con más años de educación formal que una con menos. Cada adulto mayor posee una dimensión biológica, psicológica, social y espiritual, y es precisamente la interacción de estas dimensiones la que presenta complejidad y genera la heterogeneidad.
La vejez es la última etapa del ciclo vital, es construida socialmente en todos sus aspectos, es decir, cuándo comienza, cómo se conceptualiza, qué oportunidades y limitaciones se le otorga, las estigmatizaciones que genera, las significaciones, las expectativas y el conjunto de comportamientos que se espera ocurran en ella.
En Chile la adultez mayor comienza a los 60 años de acuerdo a la Ley Nº19.828 que crea el Servicio Nacional del Adulto Mayor (Senama). A su vez, la vejez es producto del envejecimiento, y este es un proceso que tiene determinadas características de acuerdo a la Organización Mundial de la Salud. Es universal (todos los seres vivos envejecen), intrínseco (inevitable y parte de la genética de los seres vivos), progresivo (generado a lo largo del curso de vida) y deletéreo (produce alteraciones en los organismos, afectando las funciones fisiológicas). Estas cualidades no se generan de manera homogénea en los seres humanos y están fuertemente influenciadas por el entorno, las condiciones de vida y los comportamientos de las personas.
En consecuencia, el envejecimiento, la vejez y las personas mayores son en sí mismos heterogéneos. Uno de los grandes problemas que se observan es precisamente que no se considera esta característica y se tiende a pensar a quienes pertenecen a este grupo como si fueran todos iguales. Existe una visión estereotipada de la vejez, que ha masificado el imaginario colectivo de las personas mayores como dependientes, desarraigadas y solas.
Es interesante aquí hacer notar los resultados de la Quinta Encuesta de Inclusión y Exclusión en la vejez realizada por la Universidad de Chile y el Senama (2018). En esta encuesta se utilizó una muestra representativa a nivel nacional de población de 18 y más años. Interesantemente, para el 54% de la muestra la vejez implica una disminución en la satisfacción con la vida, el 28% considera que dicha satisfacción puede mantenerse y solamente 12% admite la posibilidad de que pueda aumentar. Sorprendentemente, un 73% considera que las personas mayores se encuentran socialmente marginados. Cuando se pregunta por la responsabilidad en el bienestar de las personas mayores, el 57% se lo asigna a las políticas públicas, 34% a la familia y solo el 6% a las propias personas mayores. Lo anterior está directamente relacionado con que el 68% de la población señala que las personas mayores no pueden valerse por sí mismos.
Contrario a la percepción de la vejez evidenciada por esta encuesta, sabemos que la vejez refiere a un grupo heterogéneo de personas de distintas generaciones, que han vivido circunstancias históricas y socioculturales diversas. No se pueden considerar como iguales una persona de 60 con otra de 90 años, tampoco una persona con más años de educación formal que una con menos. Cada adulto mayor posee una dimensión biológica, psicológica, social y espiritual, y es precisamente la interacción de estas dimensiones la que presenta complejidad y genera la heterogeneidad. No es posible sostener que la globalidad sea la suma de partes.
Desde esta perspectiva, la heterogeneidad no es nimia, por el contrario, posee gran importancia. La heterogeneidad de los adultos mayores nos obliga a mirarlos con respeto por la dignidad y autonomía. Las imágenes negativas de la vejez y la autoexclusión, imponen formas de acción, comportamientos y abordajes que impactan en la manera cómo son tratadas las personas pertenecientes a este grupo etario, sobre todo en ámbitos sociosanitarios, lo que impacta en malas praxis que incluso implican problemas éticos. Vale decir, el incumplimiento de los principios y marcos de referencia, tales como la beneficencia, la justicia, la veracidad, la prevención, la autonomía, no abandono, maleficencia, entre otros.
La sociedad debería considerar la heterogeneidad en las personas mayores posibilitando la equidad y la justicia social para acceder a los distintos bienes y servicios que se requieren de acuerdo a los distintos perfiles existentes. A su vez, propender a contar con un cuerpo jurídico y legal que elimine la discriminación y genere paridad, capacidad de decisión, participación, creación de redes sociales, programas sociales eficientes y eficaces, equidad de género y transformaciones sociales. En otras palabras, consolidar a las personas mayores como sujetos de derecho y grupo de poder.
Surge así la necesidad de que los profesionales que trabajamos en geriatría y gerontología asumamos un rol activo en generar un sólido cambio social, aunando criterios, definiendo conceptos y capacitando a los actores sociales, los equipos de salud, los profesionales del área jurídica y a todos aquellos que trabajan con este grupo etario o con otros grupos de edad a lo largo del curso de vida. Por otra parte, las políticas públicas deben pensar cómo trabajar efectiva y eficazmente con las personas mayores, más allá del utilitarismo y el individualismo, aplicando verdaderamente el enfoque de derechos.
Por todo lo anterior, es necesario empezar a cuestionar y a trabajar con mayor fuerza estos temas, mirándonos a nosotros mismos en relación a cómo estamos racionalizando, pensando y aplicando nuestro trabajo en torno a la vejez, el envejecimiento y el curso de vida. No podemos olvidar que somos los profesionales y los técnicos quienes aplicamos el enfoque de derecho de manera cotidiana, sin ser conceptos abstractos, sino que implementados diariamente a partir de nuestras labores.
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