La vida invisible de los peatones
Pobre el caminante de una ciudad dominada por el auto. Debe llegar hasta el fondo de una cuadra para encontrar un paso de cebra, cruzar avenidas con tres o cuatro calzadas por dirección y no ha terminado de cruzar cuando ya la luz verde del semáforo empieza a parpadear. Y en las esquinas más complejas termina saltando de una vereda a la otra, hacinándose en angostas plataformas y esperando largo rato para que el semáforo se digne a cambiar.
Las calles están pensadas para que los autos puedan circular fluidamente y sin largas esperas. Al peatón le toca moverse por veredas angostas, frecuentemente en mal estado y por cruces inseguros, especialmente para quienes tienen dificultades para desplazarse, como ancianas y personas con discapacidad. La vida de los peatones es invisible sobre todo cuando sus necesidades entran en conflicto con las de los autos.
Sin embargo, los peatones somos más. Lo dicen los datos. Según los Indicadores del Centro de Desarrollo Urbano Sustentable, CEDEUS, el 17,8% de los viajes cotidianos en Valdivia son a pie, el 33,3% en La Serena-Coquimbo, el 24.1% en Concepción y el 29,1% (¡más de 6 millones al día!) en el Gran Santiago.
Y si contamos también las caminatas de los usuarios del transporte público hasta el paradero de la micro o la estación de metro más cercana, más de la mitad de los viajes implican desplazarse a pie. En la capital, quienes tienen menores ingresos caminan más y con trayectos de mayor duración. Y, a pesar de todo, la caminata sigue siendo olvidada a la hora de planificar la ciudad e invertir en ella: en Santiago, entre 2010 y 2016 menos del 3% de la inversión fiscal en infraestructuras ha beneficiado a los modos activos de transporte como caminata y bicicleta.
El último viernes de septiembre se conmemora el Día Nacional sin Automóvil, un día que visibiliza la dependencia que tenemos de este modo de transporte e invita a explorar la ciudad de manera diferente. Este día viene a recordarnos que existen distintos modos de transporte y que necesitamos condiciones para usarlos con seguridad, de otro modo será muy difícil que optemos por pedalear o caminar. Y para que la caminata no siga siendo la Cenicienta de la movilidad, se requiere dar al menos tres pasos.
Primero, debe cambiar el modo de planificar la movilidad: La caminata es un modo de transporte universal que debe recibir alta prioridad. Así, se deben considerar los flujos y necesidades de los peatones en importancia equivalente a la de los requerimientos de los automovilistas. Sin embargo, los movimientos de los peatones son usualmente ignorados por la planificación al nivel que ni siquiera están debidamente caracterizados. La Municipalidad de Santiago ha empezado a trabajar en esta dirección con conteos específicos en lugares con altos flujos peatonales, una acción que deberían seguir otras comunas urbanas del país.
Segundo, es importante calcular los beneficios de la caminata: Sabemos que se ahorran costos y tiempos de viaje producto de la congestión cuando un usuario opta por caminar en vez de tomar su auto, pero ¿cuánto nos beneficiaríamos en otras dimensiones incentivando la caminata en el segundo país con los índices de obesidad más altos de Latinoamérica?
Y tercero, para que caminar sea una opción atractiva es necesario diseñar calles no solo para autos, sino para la diversidad de formas que las transitan: calles completas, que sean seguras, saludables, accesibles y cómodas para todas las personas. Calles en que sea posible no solo moverse con tranquilidad a cualquier hora del día y de la noche, sino también donde podamos hablar con los vecinos, comprar verduras, pasear una mascota o enamorarse de un/a transeúnte. Porque finalmente, ¿qué son las calles, sino las venas que le dan vida una ciudad?
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