12 mil trampas repartidas en cientos y cientos de casas, de distintas comunas en 15 regiones. De ese tamaño y más es el esfuerzo que hacemos en Chile, año tras año, para evitar la introducción de la mosca de la fruta, posiblemente la invasión biológica más conocida en nuestro país. Esto no sale en las noticias, y tal vez sea eso el mejor cumplido que le podamos hacer a una campaña de este tipo: no es noticia porque la tenemos bajo control.

La palabra "invasión" suele evocar un ataque. La literatura y el cine nos ayudan bastante a construir ideas de hordas (soldados, alienígenas y criaturas de todo tipo) avalanzándose sobre su objetivo. Pero en el caso de las invasiones biológicas, de las que somos víctimas constantemente, la acción suele ser mas silenciosa, aunque los efectos a veces son mucho más dramáticos que los finales más cruentos de novelas o películas de Hollywood.

Una definición de consenso científico indica que una invasión biológica es la acción de una especie exótica cuyo establecimiento y dispersión amenaza los ecosistemas, hábitats o especies con daños económicos o ambientales. En Chile tenemos ejemplos de sobra: castores en Magallanes, salmones en ríos y lagos cordilleranos, pinos en los parques nacionales, y también insectos que atacan cultivos de diverso tipo, entre muchos otros.

Los impactos de estas invasiones son insospechados y variados. La gran hambruna irlandesa, que causó la muerte y migración de millones de personas, fue la consecuencia de la introducción de un patógeno de la papa que destruyó los cultivos de ese país. Otro dramático ejemplo reciente fueron los brotes del virus Zika en Brasil. Este virus es originario de África, al igual que su vector principal, el mosquito Aedes aegypti.

En nuestro país, debido a la alta concentración de puertos de desembarque, la zona mediterránea sufre una alta presión de introducciones de insectos exóticos. Investigaciones de Ferrada et al (2007) e Ide et al (2014) han estimado que entre 1996 y 2009 se registraron 1.440 intercepciones de insectos vivos. De ellas, el 17,6% se clasificaron como plagas cuarentenarias forestales.

Todo lo anterior sugiere la necesidad urgente del desarrollo de políticas nacionales para aminorar estos impactos. Hoy, tenemos el ejemplo de cómo el Estado enfrenta el problema de las plagas agrícolas, gracias a que existe un equilibrio entre una adecuada evaluación de una amenaza comercial, continuidad de políticas públicas, y la utilización de la mejor ciencia disponible para enfrentar estas amenazas. Muestra de ellos es el desarrollo de una plataforma para predecir la distribución potencial de plagas cuarentenarias del sector silvoagropecuario chileno, lo cual surge del trabajo de tres universidades con el apoyo de FIA (PYT-2016-0203) y que pronto entregará sus resultados finales.

Los espacios en los que debemos avanzar como país son mayormente científicos. Entre éstos se encuentran una sincronía entre centros de investigación y servicios públicos, que repliquen ejemplos como el control de la mosca de la fruta, pero aplicadas a un amplio espectro de especies invasoras; desarrollo permanente de herramientas de análisis para afrontar la incertidumbre generada por los actuales escenarios climáticos cambiantes; y un involucramiento estructural del sector privado en la realización de investigación científica, tanto para fortalecer mercados como para generar bienes públicos de conocimiento.

La distancia entre el Estado y los centros de investigación científica debe acortarse drástica y rápidamente si queremos asegurar nuestro desarrollo económico basado en exportaciones, así como la protección de nuestra biodiversidad única.