El transporte público es parte de las dinámicas cotidianas. Una pieza clave dentro de la configuración de bienestar, gran parte de nuestras vidas ocurre en ese espacio. Su relevancia entonces, traspasa lo meramente funcional, es una experiencia social. Eso es lo que destaca el libro El Viaje Colectivo, que analiza las experiencias de sociabilidad en más de 100 años del transporte público, del investigador y académico de la Universidad Andrés Bello, Tomás Errázuriz.
En sus páginas, se resalta su relevancia como tema de estudio y cómo influye en el día a día. Lejos de un mero traslado, los viajes colectivos son espacios fundamentales de sociabilidad. Los tranvías y los ómnibus, dice Errázuriz, desencadenaron una transformación decisiva en el horizonte urbano y alteraron de modo definitivo la vida de las personas. "Su recorrido dejó una huella profunda en la estructura de las ciudades, que hasta el presente se visibiliza no solo en aquellos rieles enterrados que asoman entre adoquines y pavimentos, sino en el protagonismo actual de los autobuses urbanos".
Y aunque ambos medios de transporte público ya son parte del pasado, son aún importantes porque manifestaron de modo elocuente, dice, el proyecto modernizador y contribuyeron a modificar la forma de las ciudades sudamericanas. En ambos se expresan dilemas urbanos que continúan hasta el presente: derecho a la movilidad, accesibilidad, sostenibilidad, eficiencia, puntualidad, y seguridad.
"Fue el viaje colectivo en estos vehículos el que permitió a un grupo considerable trabajar en la ciudad sin vivir en ella, acceder a nuevos lugares y personas, ampliar el entendimiento de la geografía urbana y social, y disponer diariamente de un espacio-tiempo personal libre de requerimientos laborales o familiares", resalta el académico.
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Tomás Errázuriz, con su libro
El Viaje Colectivo
. Foto: UNAB[/caption]
El discurso sobre el transporte público se asocia a autoridades, expertos y organismos oficiales, dice Errázuriz. Por eso el énfasis ha sido generalmente el evaluar, planificar, reglamentar e implementar, "por lo que el transporte público suele vincularse con perspectivas utilitaristas, racionales y autoritarias".
Es así como la mirada instrumental tiende a limitar el estudio de la movilidad a aquellos aspectos medibles y cuantificables, como el número de desplazamientos, los costos, los recorridos, los medios elegidos, los tiempos, las distancias; en síntesis, dice, la relación entre la oferta y la demanda. "Tales aproximaciones racionales para entender un fenómeno que es asimismo social y emocional, simplifican la dimensión plural del transporte", agrega.
Desviarse entonces de esa acepción generalizadora, focalizada sobre el vehículo y su capacidad de transportación, para prestar atención al pasajero y su experiencia particular de viaje, situado en un tiempo y lugar determinado, es enriquecedora. "La noción de viaje trasciende la unión del origen con su destino y hace alusión a la vivencia de hombres y mujeres, a un espacio recorrido/vivido, a sociabilidades, a objetos, vehículos y a un territorio que cobra significación", destaca Erázuriz.
Incertidumbre y frustración
¿Cómo es ese viaje hoy? La incertidumbre y la frustración son las condiciones inherentes al viaje colectivo actual en Chile. Se viven ciertos niveles de incertidumbre especialmente sobre lo que puede ocurrir en el viaje, "una dependencia que contrasta con la necesidad de control, cálculo y previsibilidad que también promueve la vida urbana", destaca Errázuriz.
Es que viajar colectivamente, dice, implica someterse y lidiar con la voluntad y las necesidades de otros. "Esto explica, en parte, la inclinación hacia el automóvil, incluso en los casos en que éste no supone mayor eficiencia en el recorrido que se realiza".
También implica hablar de identidad. "En vez de 'dime con quien andas y te diré quién eres', podríamos decir 'dime cómo viajas y te diré quién eres'", dice el académico. Porque lejos de un mero traslado, los viajes colectivos, hace cien años y aún hoy son espacios fundamentales de sociabilidad, destaca.
Y no es lo mismo viajar en metro, bus, bicicleta o automóvil. Cada medio supone formas de sociabilidad distintas, cada uno implica una relación con el paisaje urbano y con el barrio que es diferente. No se remite sólo al viaje mismo. "También va a ser distinta la relación que se tiene con el barrio y con quienes viven en éste si es que se camina hasta un paradero donde se espera junto a otros, o si todos los días se sale y llega de la casa en automóvil particular. Si nuestra identidad es en última instancia producto de nuestras experiencias, sin duda es necesario mirar con mayor cuidado estas experiencias cotidianas que repetimos diariamente y que –en una ciudad como Santiago– no en pocos casos pueden ocupar hasta el 10% de la jornada diaria", dice Errázuriz.
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En ese sentido, ¿Son iguales las experiencia de hombres y mujeres? Al parecer no. Cuando se han realizado encuestas de satisfacción del viaje, las mujeres siempre aparecen con niveles más bajos que los hombres. Esto tiene al menos dos razones, dice el académico. Por un lado, debido a la mayor responsabilidad que las mujeres han asumido históricamente respecto a las labores domésticas, por lo que el mayor tiempo de viaje repercute directamente sobre la posibilidad de completar de buena forma estas tareas, y por lo tanto genera sentimientos de frustración y preocupación asociados al viaje.
Pero además, dice, "la cultura machista y patriarcal ha legitimado comportamientos de violencia y abuso de los hombres hacia las mujeres que tienen como uno de sus escenarios más críticos el espacio del viaje".
Es así como desde los primeros años existen múltiples testimonios de mujeres de cómo la obligación de viajar con desconocidos en espacios muchas veces reducidos, se presto para múltiples formas de violencia y abuso, que luego se naturalizarían como parte del viaje cotidiano. "Aunque hoy pareciera aumentar la consciencia sobre el tema, se trata de estructuras fuertemente enraizadas que lamentablemente no desaparecen de la noche a la mañana", reflexiona.