Han pasado algunas semanas desde que estudiantes de la Región Metropolitana marcharan hasta el Ministerio de Educación y denunciaran en los medios de comunicación violencia sexual de parte de algunos jóvenes de liceos emblemáticos. Junto con ello, las estudiantes exigieron públicamente una perspectiva no sexista en la educación y han continuado manifestándose en las calles.
Un cambio cultural que nos permita desde los primeros años compartir relaciones sanas es una necesidad tanto para mujeres como para hombres. El Estudio sobre Denuncias con Enfoque de Género de la Superintendencia de Educación publicado en 2019, arrojó en sus resultados que, en cuanto a las denuncias por discriminación, los hombres componen el grupo mayormente afectado por discriminación por orientación sexual, entre otras causantes, mientras que las mujeres constituyen el conjunto mayormente perjudicado por discriminación por características físicas y/o apariencia personal e identidad de género.
Una educación igualitaria para niñas, niños y jóvenes es una aspiración ampliamente compartida. Mas, ¿cómo educamos aquello que todavía para una gran mayoría de la población y el mundo es solo una realidad parcial? Es complejo acompañar el descubrimiento de nuevas relaciones de género si en nuestra propia experiencia no las hemos aprendido. Comprender colectivamente la complejidad del cambio, es uno de los desafíos clave del liderazgo directivo en las escuelas y liceos.
Los adultos modelamos comportamiento. Vale la pena preguntarse: ¿Quién escribe siempre las actas y minutas de las reuniones de los equipos directivos porque tiene más linda letra y es más ordenada?, ¿cuántas veces un colega explica lo que una mujer colega ha dicho anteriormente?, ¿cuántas bromas reciben los docentes varones que visten con colores variados o se emocionan con facilidad? Necesitamos darnos cuenta de la cultura que portamos, con la que nos hemos integrado al mundo y que transmitimos en nuestros mensajes en plena conciencia y aquellos que modelamos con nuestros gestos, corporalidad y en lenguaje cotidiano.
La escuela y el sistema escolar necesitan generar capacidades de cambio para adaptarse e integrar las transformaciones. Movilizar la cultura escolar para una compresión más multidimensional del aprendizaje, en sus dimensiones cognitivas, socioemocionales, físicas, éticas y ciudadanas entre otros aspectos es prioritario. No es necesario partir de cero: con el apoyo de sus sostenedores, los líderes directivos pueden implementar la Política Nacional de Convivencia Escolar, una herramienta que aporta a la gestión de la sana convivencia, a través de la promoción del buen trato y respeto. Hoy todos somos parte de este desafío, pero, sin duda, los y las líderes escolares tienen un papel clave para que las escuelas sean culturas que promuevan y ejerzan convivencias de igualdad en las oportunidades y las valoraciones, sin sesgo ni violencia, acercándonos a una humanidad más plena y justa.
*Coordinadora de Liderazgo Educativo de Aprendizaje para el Futuro de Fundación Chile