Los adolescentes y ese irrefrenable deseo de carretear eternamente
Uno mismo hace el mal, uno mismo lo sufre; uno mismo se aparta del mal, uno mismo se purifica. Pureza e impureza son cosas de uno mismo, nadie puede purificar a otro (Buda).
Pedro Pablo llegó a mi consulta después de varias conversaciones telefónicas con sus padres, quienes estaban muy preocupados, pues su hijo había terminado de muy mala manera su primer año en la universidad.
Para ir directo al caso, mi potencial cliente no quería recibir ayuda de nadie y la única razón por la que accedió a verme es, porque de no hacerlo, disminuían sus posibilidades de apelar a una potencial expulsión.
¿Los motivos de la potencial expulsión?
Pobre desempeño académico, baja asistencia y estar involucrado en desafortunados eventos dentro del campus de la universidad relacionados al excesivo consumo de alcohol y otras sustancias.
Con este currículo en mi mente, recibí a un sujeto de unos 190 centímetros de altura que no parecía de 19. Aunque su carnet de identidad dijera lo contrario, Pedro Pablo parecía más cerca de los 30 que de los 20, por lo que en jerga americana, todavía calificaba como teenager.
Así, sin más presentaciones, Pedro Pablo se sentó y empezó a hablar.
"Mira, estoy con causal de eliminación y ya estoy cansado de pelear. Desde que salí del colegio no he parado de pelear con mi familia, con mis amigos del colegio y con mi expolola. Nunca les gustó la universidad que elegí y le tienen mala a mis nuevos amigos. Dicen que me hacen mal, que estoy muy cambiado, que dejé de hacer las cosas que antes me gustaban y que básicamente he renunciado a todo por el carrete. Estoy cabreado de estos discursos y si fuera por mí me habría ahorrado tu cara de comprensión. Estoy bajo triple amenaza, pues mi familia, mi polola y la universidad me exigen venir. Así que aquí estoy, pagándote para que me escuches".
Mentiría si dijera que esta partida era totalmente inesperada. Los padres de PP me habían prevenido y nada más ver a este niño King Size entrar a mi consulta, supuse las cosas iban a ser pesadas.
Aún así, la rabia de Pedro Pablo me atravesó y no atiné a decirle otra cosa que no podía trabajar con él en estas condiciones, así que se podía retirar sin pagar la consulta. Sorprendido, se paró, abrió la puerta de mi consulta sin cerrarla, caminó por el pasillo con paso decidido y azotó la puerta de calle antes de salir.
Respiré sabiendo que el alivio era momentáneo, pues en cuestión de minutos u horas estaría hablando con los padres de Pedro Pablo y probablemente vendría un mal rato… o varios malos ratos… si Pedro Pablo decidía volver.
Exactamente una semana después, los mismos 1,90 centímetros de humanidad volvieron a tocar el timbre, pero apenas abrí la puerta noté que el ritmo de mi potencial cliente había cambiado. Entró más lento, se sentó con calma y empezó a hablar apenas le pregunté que lo traía de vuelta.
"Perdona por lo de la semana pasada. Fue una mala partida y estaba con demasiada presión. Salí enfurecido de acá, pero mi polola… de nuevo expolola… me mandó a la mierda nada más verme y en una reunión que tuve con la universidad y mis padres, me dejaron claro que si no veían cambios el próximo año y no llegaba con un informe psicológico que certificara mi asistencia a terapia, mi continuidad peligraba".
En cuestión de minutos, Pedro Pablo empezó a desplegar ante mí una suerte de mapa de guerra. Con lujo de detalles, me contó cómo había ido librando distintas batallas y que ahora, tras ganarlas todas, no sabía qué hacer. Ya en el colegio tuvo que lidiar con la enorme presión familiar porque se enfocara en los estudios y dejara en segundo plano su eterna pasión: el deporte.
Incapaz de hacerlo, siguió entrenando tan duro como siempre y a esta dura carga física, le sumó el preuniversitario y las exigencias de la PSU. Por otro lado, su polola le rogaba que no carreteara tanto los fines de semana, pues en algún momento iba a colapsar, pero Pedro Pablo siguió carreteando igual.
Así, con una pierna en el deporte y otra en el carrete, Pedro Pablo enfrentó la PSU y no consiguió los resultados que esperaba para entrar a la universidad que quería. ¿Qué universidad quería? La mejor. ¿La mejor según quién? La mejor según todos.
Finalmente, como no quedó en la universidad esperada y como no estaba dispuesto a renunciar a sus planes de estudio, decidió entrar a la carrera que se había propuesto, pero en una universidad de la que sabía poco y nada.
Pese a que todo su entorno lo intentó convencer de lo contrario, Pedro Pablo no estaba dispuesto a renunciar a su papel heroico y decidió, teniendo todas las facilidades para postular a cualquier otra, ingresar a una universidad a la que sus padres y polola le suplicaban no entrara.
Lo hizo y entró a un mundo que en un principio le pareció desconocido y hostil, pero al que entró de lleno en las fiestas de inicio de año. Así, a las pocas semanas, Pedro Pablo, contra todo pronóstico, se había ganado un espacio en el lugar menos pensado.
Cambió, por decirlo de algún modo, de mundo y las primeras víctimas fueron el deporte y sus amigos del pasado, pues su nueva vida universitaria y social ocurría en nuevas localidades que, tal como me reconoció, le resultaron fascinantes.
"En mi casa se pusieron chatos y mis padres y hermanos todo el día me preguntaban que qué me pasaba, que por qué había cambiado tanto y por qué ya no entrenaba. Las peleas eran constantes porque yo no me quedaba callado y les decía que me llamaba la atención que ahora estuvieran tan preocupados, siendo que antes lo único que les importaba eran las notas y puntajes. Las peleas casi nos llevaron al límite cuando los acusé de clasistas y discriminadores. Mi polola, chata de mis peleas familiares, me motivaba a juntarme con mis amigos del colegio, pero la convencí de acompañarme a mis juntas universitarias. Al principio esto la calmó, pero después se aburrió y nos empezamos a ver sólo en su casa".
Tras la segunda sesión Pedro Pablo me reconoció que salió más aliviado y que se alegró de que simplemente lo escuchara, pues pensaba que después de la primera sesión, yo no lo iba a atender. Me despedí en silencio y confirmé que estaba ante un cerebro masculino cargado de testosterona.
"En el estudio, los niños alfa eran los que no se arredraban ante un conflicto. Estos chicos demostraban agresivamente su fortaleza intimidando o pegando a los niños que los desafiaban". (El Cerebro Masculino, Louann Brizendine).
Y es que los 190 centímetros de Pedro Pablo le impedían quedarse chico. Si bien no quedó en la universidad que él quería (por no aflojar en el deporte y en el carrete), optó por una universidad famosa por lo difícil. Aunque no le fue bien en lo académico, triunfó en lo social y rápidamente se ganó un espacio en una manada que no estaba acostumbrada a lidiar con sujetos como él.
¿Su estrategia de éxito social?
Carretear al máximo y es por ello que cuando le confesé a PP que la primera vez que lo vi me pareció mucho mayor… me dijo que en este último tiempo había sentido vivir varias vidas… en una… Tras preguntarle a qué se refiere con esto, me confesó que tras entrar a la universidad sintió la misma adrenalina y ansiedad que sentía antes de competir en cualquier deporte.
"Antes de un partido importante no podía dormir. Literalmente no dormía pensando en la competencia, en el partido y ensayaba todo en mi cabeza. Era una verdadera pesadilla, pero una vez que entraba a la cancha todo quedaba atrás y de ahí en adelante lo único que quería era competir y ganar. Lo mismo me pasaba cuando empezaba la temporada de ski. Esa noche no dormía de la emoción y supongo que en las primeras semanas de clases me pasó algo así, sólo que ahora todo giraba en torno al carrete".
Saliendo de la consulta y volviendo a la teoría, veamos que nos puede decir la neuropsiquiatría del cerebro masculino:
"Existe consenso científico en que, cuando las hormonas como la testosterona y el estrógeno estimulan las células de diversas áreas de los cerebros masculino y femenino, activan y desactivan diversos genes. En el caso del niño, los genes que se activan generan el impulso a rastrear y perseguir objetos en movimiento, apuntar a objetivos, poner a prueba la propia fuerza y ensayar juegos de lucha contra los enemigos".
Con casi 20 años y casi dos metros de altura… las cosas cambian un poco… pero no tanto… y Pedro Pablo… probablemente consciente de que en esta nueva etapa de la vida las proezas deportivas no le iban a dar los dividendos del pasado… y medianamente consciente de que sus resultados académicos no lo iban a encumbrar rápidamente como macho alfa… optó por destinar todo su potencial… al carrete… donde sus posibilidades de éxito estaban probadas.
Tras dos semestres de exigente y exitoso carrete… mi cliente no solo estaba confundido y cansado… sino que su carrera universitaria y su pololeo pendían de un hilo… y nuestra relación también… pues tomó muy mal mi sugerencia de consultar a un especialista en adicciones…
Como si le hubiesen inyectado adrenalina, Pedro Pablo empezó a disparar…
"¿Y ahora tu con la misma tontera? Córtenla, me tienen cabreado con el mismo discurso…"
El monólogo de Pedro Pablo duró 20 minutos. Me subió, me bajó y me puso en el mismo nivel que sus padres y todos los males de la sociedad y de aquí pasó a un intenso discurso contra el sistema, el cinismo, el capitalismo y la sociedad de consumo, conmigo como su máximo representante.
Tras escucharlo le pedí con mucha calma que se fuera. Estaba agotado, PP se levantó y antes de dar un paso, sacó la billetera y tiró unos billetes sobre el sofá.
Cuando todo parecía acabar, mi potencial cliente se queda pegado con la mano en la manilla de la la puerta de calle… la abre… se da vuelta y me pregunta…
¿Igual me vas a hacer el informe psicológico verdad?
Continuará…
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